STILLS BLANQUITA 10

Fernando Guzzoni sobre «Blanquita»: Una suerte de heroína para un sistema fallido

A comienzos de los años 2000 en Santiago, casi por accidente, un equipo policial descubrió una red de prostitución y producción de material pornográfico en la casa de un connotado empresario. Lo llamaron el “Caso Spiniak”, por el nombre de su acusado (Claudio Spiniak) y llegó a conmocionar hasta los cimientos de la política chilena cuando un testigo clave acusó a unos senadores de estar estrechamente vinculado en esta red de abuso infantil. Esa testigo clave fue Gemita Bueno, o Blanquita, en el filme de Fernando Guzzoni, una chica de apenas 20 años, de origen social muy pobre, que se atrevió a desafiar al poder utilizando artilugios al filo de lo moralmente correcto. La película de Guzzoni, inspirada en el caso, se estará presentando toda esta semana en la Cineteca de Santiago y toma como punto de partida la historia de esta chica. 

“Me parecía que ahí había un gesto muy subversivo en ella, como una suerte de heroína con doble moral que mentía para buscar justicia”, dice el cineasta chileno, radicado en México desde hace dos años. A pesar de recrear un caso de los años 2000, para el director muestra que es “aterradoramente vigente” en Chile y el resto de Latinoamérica, y demuestra lo tremendamente dispar que se comporta la justicia cuando se trata de personas de orígenes pobres y sin redes con el poder. Fernando Guzzoni conversó con entrance sobre los detalles de la película y sus próximos proyectos audiovisuales.

Fernando, ¿cómo fue que llegaste a esta historia de Blanquita? ¿Qué te interesó de ella?
La película está inspirada en el caso Spiniak que fue un escándalo político y judicial súper controversial y que cruzó todos los estamentos de la sociedad, desde el Poder Judicial hasta el Ejecutivo, la política, la prensa. Me parecía que era un caso que había removido los cimientos y que tenía varias particularidades. Por un lado, fue un primer hito de interrogación al poder, de parte de un grupo históricamente excluido, que decidió confrontar a la élite y no a cualquier élite, sino que al empresariado y la política. Siempre sentí que la verdad judicial no lograba capturar la complejidad que había detrás de ese escándalo, que tenía muchos indicios de impunidad. Me pareció interesante hacer una relectura y advertir cuál era el reverso que había detrás y obviamente que los ángulos y las posibilidades de abordaje de ese hito eran múltiples. Yo elegí hacerlo a través del personaje de Blanquita, que está inspirado en Gemita Bueno.

¿Por qué Blanquita? ¿Qué viste en este personaje?
Ella fue la testigo clave del caso y después fue condenada por falso testimonio. Me parecía que ahí había un gesto muy subversivo en ella, como una suerte de heroína con doble moral que mentía para buscar justicia. El caso era muy atractivo, en ese sentido, de ser una interrogación al poder, pero no de manera ortodoxa. Había en ese personaje femenino una subversión, una figura femenina no higienizada, santificada ni pura y eso me parecía super interpelador.

¿En qué sentido crees que ella es una heroína? ¿Fue difícil retratar a este personaje femenino que miente respecto a esos abusos considerando las discusiones sobre el tema?
Sin duda, la película toma riesgo en ese sentido. Ahora no es una provocación irresponsable ni mucho menos, en tanto, ella utiliza testimonios reales para construir un relato y en alguna medida su aparición en el caso o su relevancia está dada por una fisura construida por las propias instituciones que establecen un sesgo de clase para apartar a niños que son víctimas reales y no tienen poder, ni tienen relación con espacios de influencia, entonces, en alguna medida ella es una respuesta a esa injusticia estructural. No se trata de una simple villana, es igual que una tragedia, digamos, frente a un crimen sin expiar se construye una moral enferma. Ella es una suerte de heroína con doble moral como una Juana de Arco que se inmola por ello, porque ellos también son parte de su biografía. Un poco la película habla de este hoyo negro de la impunidad y me parece que eso es lo más relevante y constitutivo.

¿Cuánto de realismo hay en la historia? Tú dices inspirado en el caso, pero Blanquita, el personaje que vemos en la película, ¿tiene semejanzas con Gemita Bueno? 
La película tuvo una investigación bien larga y profunda, desde muchos ángulos y fuentes, que me fueron permitiendo entender todos los vericuetos del caso judicial que era muy enrevesado y por momentos difícil de comprender, y digo inspirado porque cuando se trata de casos reales, no me gusta presentarlo de forma tan mimética con la realidad. Me gusta tensionarla, problematizarla e instalar mis propias obsesiones más que hacer un ejercicio con un afán tan periodístico. Ahora bien, el grueso de lo que está contado está basado en el caso, pero hay algunos elementos que son ficticios o que están “hiperbolizados” o exagerados. Por ejemplo, efectivamente en el hogar del cura Jolo recibieron amenazas, pero en la película hay una persecución. Es más cinético eso y la película se toma esas licencias, pero el espíritu y el mensaje tienen que ver con este personaje femenino, de extracción popular, que no tiene tentáculos con el poder, que pone en vilo al poder y se vuelve peligrosa para el poder.

El género que utilizaste fue el del thriller, y al comienzo sobre todo se siente bien sombría la película: los espacios poco iluminados, a mí al menos me generó harta ansiedad la situación precaria en la que vivían esos chicos, el abuso, Si nos puedes contar un poco de esas elecciones, de los espacios o de la edición para generar ese sentimiento…
El tema del abuso infantil, de la explotación infantil y toda la escatología vinculada a este caso era súper árida de abordar, y tenía que llegar a un equilibrio complejo, de establecer un relato que no fuera higienizado con respecto a lo que ocurrió, pero que tampoco fuera victimizante ni efectista. Pero para trabajar con este tipo de materialidades y poder instalar ese mensaje tampoco hay que darle la espalda al espectador, entonces me parecía que el thriller era una suerte de caballo de Troya que permitía instalar un discurso, una pregunta, problematizar ese hecho y dejar una reflexión, pero enmarcado en un ejercicio de género que permitía que la película tuviera esta estructura más trepidante, esta tensión dramática y narrativa y que fuera igual entretenida de ver.

¿Cómo hiciste para dar con el tono de las víctimas? Sin caer en los estigmas…
Las investigaciones siempre ayudan a eso. En este caso, que los testimonios fueran extraídos del propio caso, lo que le daba especificidad y verosimilitud a esos personajes, y tratar de construir personajes que tuvieran autodeterminación, que fueran sujetos con cierta conciencia política. Me pareció importante trabajar con esa oralidad, eso permitió darle cierta tridimensionalidad y espesor a esos personajes.

El personaje del cura Jolo, interpretado por Alejandro Goic, también cumple un rol crucial en la historia. ¿Qué quisiste hacer con este personaje?
Es un personaje bien determinante en la historia real y era una paradoja ver a un sacerdote católico persiguiendo pedófilos, cosa que al menos es contra intuitivo de pensar considerando todos los abusos sexuales de la Iglesia. Ahí me parecía que había una particularidad muy interesante en este personaje y una especie de narcisismo en él también, de querer erigirse como una suerte de Salvador. Hay una vanidad, pero por otro lado, también había una especie de genuino y profundo interés por conseguir justicia, considerando que era un hombre que había consagrado su vida, no solo la fe, sino que a hacer un trabajo social, rescatando y protegiendo niños en condiciones súper extremas. Al igual que Blanquita y en general como yo entiendo a los personajes que trato de construir, son sujetos que no pueden ser advertidos de manera dicotómica o binaria. Que no era ni bueno ni malo y que uno también tenía o está obligado a hacer su propia exégesis sobre el personaje. En esa búsqueda de justicia probablemente también hubo un grado de instrumentalización sobre ella, pero también hubo un riesgo medio mesiánico, de estar solo contra todo. Quedaba un halo de misterio sobre cuáles eran sus motivaciones. 

Claro como que al final de la película queda la duda también de si Blanquita debió ser castigada o si era culpable el acusado. A uno no le queda totalmente claro…
Digamos que hay una verdad judicial, entonces depende de si uno cree en la verdad judicial o no. La verdad judicial exime de responsabilidad penal a algunos políticos y condena a Spiniak a 10 años de prisión y a varios de sus proxenetas y condena a Gemita y al cura Jolo por falso testimonio. Y a mí me parecía que esa verdad judicial no lograba capturar la complejidad del caso y que había un reverso y que había elementos dentro de esos expedientes que no calzaban, como la propia descripción del cuerpo de Jovino Novoa, que hiper documentadamente es el único elemento del caso que el juez que dicta la causa nunca pudo digamos desestimar.

Ya para terminar, Fernando, la película está basada en un caso de los años 2000. Pero, ¿crees que sigue siendo vigente en el Chile de ahora?
Yo te diría que es aterradoramente vigente y no solo en Chile, en el mundo, y no solo por el tema de la explotación infantil que uno ve el caso Epstein, uno ve todas las redes de pederastia en el mundo, sino porque el acceso a la justicia en relación a tu origen y clase es un elemento que está muy arraigado, sobre todo en la cultura latinoamericana. Hago esa precisión en relación, tal vez, a la cultura anglosajona que tiene más confianza en la justicia, en términos de por ejemplo un país como Estados Unidos o en ciertos países europeos gente con poder y dinero incluso va a la cárcel por delitos económicos, en Chile tienen clase de ética. Uno ve permanentemente que hay una aproximación a la justicia que está exclusivamente determinada a tu condición de clase y de género. Eso revela que el discurso de la película está lamentablemente súper vigente.

Crédito foto: Cortesía del director

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