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Reseña: La vaca que cantó una canción hacia el futuro

La película chilena La vaca que cantó una canción hacia el futuro (2022), de la directora Francisca Alegría, se está presentando esta semana en Los Ángeles en el Nuart Theatre y el Laemmle Theatres. En una ciudad del sur de Chile, Magdalena (Mía Maestro), una mujer fallecida hace varios años, regresa a su pueblo intempestivamente. Lo que sabemos de ella es difuso. Se cree que su muerte fue el resultado de un suicidio y que no estaba de acuerdo con la forma en que su marido (Alfredo Castro) trataba a las vacas.

También que abandonó a sus hijos cuando eran muy pequeños y que eso provocó una herida profunda en su hija menor, Cecilia (Leonor Varela), que sigue resonando en la forma en que ella mira a su propio hijo, Tomás, quien busca que se le reconozca su identidad como mujer. El regreso de Magdalena viene a encarnar la posibilidad de sanar los dolores del pasado, que son también los dolores de la Madre Tierra.

Francisca Alegría crea un universo poético en donde ambas dimensiones (madre y tierra) se encuentran. La directora nos va presentando este vínculo poco a poco y este es uno de los elementos mejor logrados del filme. Al comienzo Magdalena deambula entre los mortales, causando estragos a su paso: come y toma de forma desesperada, se lleva por accidente el celular de Tomás, causa interferencia con los aparatos electrónicos y empieza a volver locos a los personajes. Este encuentro entre lo real e irreal abre un espacio para el humor y la sorpresa, que es cercano con los espectadores y crea una atmósfera única.

Mía Maestro realiza una gran actuación sin decir una sola palabra. Sus movimientos, sus miradas y sus deseos expresados en gestos son los que nos van develando la trama poco a poco. “Magdalena solo tiene un encuentro con cada miembro de la familia. Es como ese dicho japonés Ichi-go ichi-e, una oportunidad, un encuentro, y en cierto modo yo tenía que transmitir la historia con cada personaje en esa única escena”, dijo la actriz durante la conversación que se realizó el viernes 26 de mayo en el Nuart.

“Hubo un momento en que Magdalena hablaba en el guion y un día Fernanda y Fran me dijeron que ya no, y fue genial. Para mí, ese fue uno de los mayores regalos que he tenido como actriz: interiorizarme e intentar transmitir una historia a través del lenguaje corporal, de los sentimientos, de la conexión con la respiración, y ha sido probablemente también el rodaje más difícil porque tenía que estar en esa frecuencia y era muy difícil estar abierto y conectado y charlar, así que fue un rodaje muy solitario para mí. Pero salió mucha belleza de ahí, y también porque la historia es un trauma generacional que se cura a través de esta familia, de manera que tu propia curación viene a través de ella, así que fue realmente mágico en ese sentido”.

Para desarrollar sus personajes, las actrices tuvieron cuatro años desde el trabajo de laboratorio en Sundance, en donde Alegría trabajó los primeros esbozos de su guion, hasta el momento del rodaje. “La belleza de un proceso lento es que hay mucho trabajo inconsciente en él», dijo Leonor Varela sobre su personaje. “Para mí, Cecilia era incapaz de ver a su hijo como ella se veía a sí misma y realmente me ayudó a referenciar mi propio trauma generacional para entender de dónde venía su dolor, ver a su madre suicidándose, y cargar con ese trauma (…) Francisca realmente quería retratar la sanación de los traumas intergeneracionales”.

La naturaleza y la urgencia por conectar con ella es otro elemento distintivo de la película. Hay muchas tomas de las vacas en el establo, pastando junto a sus cuidadores, recostadas en los campos e interactuando con sus personajes. También hay tomas del río, de los peces, de los árboles, de los pájaros, que marcan un estilo. Se nota la voz de la directora en las tomas, se percibe su cuidado por la cinematografía, sus ganas de innovar con los movimientos de cámara y de contar una historia, que se siente original y propia. La vaca es un personaje más.

“Una cosa que tienen los animales es que no mienten”, dijo Leonor Varela. “Los animales simplemente sienten tu presencia, tu energía, lo que sea que estés transmitiendo (…) y eso te obliga a estar extremadamente presente, porque un paso en falso o algo que sea apresurado, y los animales simplemente no van a responder. Para mí, la belleza del ternero que vino a verme cuando estaba llorando fue mágica, y eso solo ocurre cuando entran en tu verdad”.

Al final de la historia hay un encuentro entre las dos protagonistas. Son los animales los encargados de mostrarnos que si sanamos esas heridas profundas es posible volver a un momento en donde las vacas pastan libres por la tierra y las abejas vuelven a zumbar. ¿Dónde verla? Toda esta semana en Nuart Theatre y Laemmle Theatres.

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