“Yo no creo saber mucho de cine. No soy un cinéfilo empedernido. Creo que sé más sobre música. Paso más tiempo en mi vida escuchando música que viendo películas”, sorprendió diciendo Pablo Larraín, el experimentado director chileno, a la audiencia que lo escuchaba en el histórico cine Aero, en Los Ángeles. Se trataba de una jornada en su honor, ya que desde poco antes del mediodía del sábado pasado se proyectaron Jackie (2016), Spencer (2021) y Maria (2024), su trilogía sobre figuras femeninas que impactaron al mundo, donde la guinda de la torta fue una chispeante conversación entre el cineasta y Kristen Stewart (Amor, mentiras y sangre; Crepúsculo) sobre el más reciente de los filmes, que protagoniza Angelina Jolie y que se estrena hoy en Netflix en EE.UU. y el 2 de enero en los cines de Chile.
La filmografía de Larraín ya tenía una fuerte conexión con la música. No solo por haber dirigido el Unplugged de Los Bunkers, presentado ayer en Santiago, sino porque su carrera comenzó con Fuga (2006), la cinta donde buscó combinar este arte con el cine a través de la historia del obsesivo Eliseo Montalbán (Bejamín Vicuña) y su rapsodia maldita. En esa ocasión, el filme no pasó la prueba de la crítica. Aquí, con 18 años más de cine en el cuerpo y 10 títulos bajo el brazo, el resultado es radicalmente distinto, tanto así que, con la actuación de Jolie, nominada esta semana a Mejor Actriz Drama en los Globos de Oro, se metió de lleno en la temporada de premios hollywoodense. “Yo soy muy afortunado. Intenté ser un músico y fallé, traté de tocar la guitarra y no funcionó, lo mismo con el piano, y luego tomé la cámara y… ¿sabes?, esta película es una revancha de eso, esta película lleva consigo la revancha de un músico frustrado”, dijo el director.
El cineasta continuó refiriéndose a la música como su gran motivación para embarcarse en Maria. “Yo creo que ese es el primer paso, trabajar en torno a alguien que cambió la historia de la música. Muchas personas creen que esto pasó por su voz solamente, y por el medio que tuvo, que fue la ópera, pero yo creo que fue por sus emociones. Maria Callas es alguien que, cada vez que cantaba, iba perdiendo su vida, se iba muriendo. Y yo me preguntaba si eso era posible filmarlo, no solo sentir su percepción a través de la música, sino que tratar de comprender que ella… Maria Callas cantó ocho óperas más de cincuenta veces en su vida. Y siete de ellas fueron tragedias, lo que implica que ella, el personaje principal, fallecía en la última escena. Entonces, pienso que ella se transformó en la suma de las tragedias que interpretó en el escenario. Queríamos meternos en esa tragedia, en la figura trágica, y hacer una celebración de eso. Pienso que está ahí, en la música, en este sentimiento trágico, pero de una buena manera. Cuando te refieres a lo trágico las personas suelen expresar su miedo a la muerte, y yo siento que ella era muy estoica en su mirada de la muerte, y queríamos capturar eso, ese estoicismo hacia la música y la idea de morir por ella”.
Una de las cosas que más sorprende en la cinta, que combina muy bien la cotidianeidad de Maria Callas con su performance en la ópera, son los dotes de Jolie. Sobre esto, Larraín señaló: “Angelina no midió su talento para el canto. Ella pensó que iba a ser como ‘ok, estoy invitada a cantar en una película, voy a cantar y va a funcionar’, pero cuando tuvo su primera clase no pudo contener su llanto, por la emoción y por el desafío que vio ante ella. Lo genial es que nunca se echó para atrás. Nunca dijo ‘esto es muy difícil, no sé si lo puedo hacer’. Ella estaba como ‘lo voy a lograr’. Y entrenó mucho, por siete meses, antes de que empezáramos a grabar. Y luego todas las noches, cuando ya estábamos en producción. Pienso que fue una lección en cuanto a determinación y también disciplina, porque (…) lograr el tono en la ópera es algo muy difícil. Es como hacer lo que hace Simone Biles en la gimnasia. Imposible. Pero se volvió posible luego de que cantó seis veces en cámara. Entrenó por un mes, todos los días, para cada canción, y pienso que ese fue el click. Ahí encontró el personaje, su voz y la manera de caminar, porque lo primero que tuvo que practicar fue la postura, que lo determinó todo”.
“Angelina es una actriz maravillosa y alguien que puede cargar una enorme cantidad de misterio. Te lo he dicho a ti (le dijo a Stewart, a quien dirigió como Diana en Spencer), y pienso que actuar es eso. Y, por supuesto, ella interpretó una diva. Fue hermoso, porque hay un enigma ahí, que es muy interesante. Leí nueve biografías de Maria Callas. Vi creo que seis documentales sobre ella. Vi cada entrevista que hay online y he estado escuchando su música por cuarenta años gracias a mi madre. Aun así, no creo saber quién era, ni siquiera después de hacer esta película. Y pienso que pasa parecido con Angelina. La gente puede pensar que la conoce, pero no es así. Y yo no estoy seguro de conocerla. Hay algo interesante en esta idea de algo que es hermoso, melancólico, enigmático, misterioso, y finalmente indescriptible. Y es posible capturar esa energía”, complementó Larraín.
El cine como una forma de mirar a través del otro
En el conversatorio, el director de Tony Manero (2008) y No (2010) explicó la filosofía que guio su trabajo, como director y operador de cámara (él cumplió este rol en todo el rodaje), y el de Ed Lachman, quien fue director de fotografía al igual que en El Conde (2023), cuando recibió una nominación al Oscar. “Hay mucho de la percepción humana que puede ser filmada, y pienso que hay una gran limitación en una mirada más racional de las películas, donde hay ciertos planos que permiten mostrar la narrativa más lógica de la situación, pero la realidad es mucho más complicada que eso (…) En esta película fuimos a filmar y habitar la percepción que Maria tiene de la realidad, y entonces la vemos caminando y aparece un coro en la calle, y luego hay una visión de alguien que no está ahí, que es ella misma retratada en un periodista, y luego hay otro coro, y luego ella está dentro de Madama Butterfly. Fue una película difícil de hacer, porque estábamos tratando de filmar una ópera en movimiento, donde no hay mucha diferencia si estás dentro de un departamento o de La Scala, es la misma película, con la misma percepción de la realidad. Está todo en la música. Una de las grandes cosas que pueden hacer las películas es intentar habitar en la percepción de un personaje. Puedes fallar y puede ser un desastre, pero hay muy buenas películas sobre esto, sobre cómo podemos mirar al mundo a través de los ojos de otra persona. Eso requiere tener a alguien que realmente te pueda dejar entrar cuando quiera, como lo hiciste tú (Stewart) o Angelina, o dejarte salir. Hay una danza de la empatía, que no es continua, hay un momento donde eliges… Tú sabes, la cámara está aquí (hace el gesto de estar muy cerca), y me acuerdo que cuando estábamos filmando Spencer, tú estabas como ‘¡¿qué?!’. Es muy cerca, y eso es obviamente muy intenso para los actores, pero al mismo tiempo crea una forma de intimidad. Pero ellas escogen cuándo dejarte entrar, y cuándo dejarte salir, y luego es la audiencia, cada uno, quien puede completar esa operación. Pienso que esa es la misión del cine. Tener una audiencia activa. Yo creo en su inteligencia y su sensibilidad”.
Sobre su papel de operador de cámara, el cineasta señaló: “Es lo mejor, porque te conviertes en la primera audiencia, y luego no necesitas mirar el monitor para volver a ver la toma, porque la viste de cerca, la escuchaste, y sucedió frente a ti, no hay nada más que decir. A veces, lo que me pasa, y también lo he conversado con otros directores, es que cuando ves el monitor hay cosas que no sabes si pasaron o no, por lo que haces la toma de nuevo. ¡Y no necesitas hacerla! Cuando estás en la sala de edición te preguntas ‘¿por qué volvimos a hacer esta toma?’, o estas otras seis tomas. Cuando estás operando la cámara, y estás realmente enfocado, no necesitas más, sabes exactamente si tienes la toma o no”. En cuanto a su rol como director, por otro lado, Larraín reveló que “lo que es increíble de este trabajo, y puede ser egoísta decirlo, pero es verdad, es que en un punto estás dispuesto a hacer de tus obsesiones las obsesiones de otro”.
La jornada concluyó con reflexiones de todo tipo. Por ejemplo, el realizador contó que hay quienes lo critican por ser muy reverencial con las figuras femeninas que retrató en su última trilogía, a lo que respondió: “Sí, es así porque las amo, estoy fascinado por ellas. Esa es una de las razones que me motivan a hacer estas películas. Cuando hicimos Spencer, yo soy de Chile, mi conexión con la familia real es nula, y estaba fascinado por ella (Diana), y de alguna manera sentí que había una humanidad preciosa allí, y ese fue nuestro ángulo. Aquí es similar, pero con la diferencia de la música”. Con respecto a las lecciones que sacó de la vida de Maria Callas, dijo que “es no tenerle miedo a la muerte. Sea lo que sea que estés haciendo, puede valer algo. No creo para nada en la idea pretenciosa del trabajo, en dejar algún tipo de legado. No me importa, solo me importa navegar la vida con un rastro que tenga algún tipo de significado”. Finalmente, ante la solicitud medio en broma, medio en serio, de Stewart por ser parte de un futuro proyecto de Larraín, este contó que le ofrecerá un papel a la actriz para una película que espera rodar en 2025. La inquietud creativa de Larraín, y su ascenso en la meca del cine, no tienen para cuándo parar.