Una mujer cargada con bolsos y una niña con un vestido blanco avanzan a paso acelerado hacia la frontera sur de Estados Unidos con México, mientras la cámara, con su inestabilidad, nos transmite lo agitado del momento. ¿De qué escapan? ¿Por qué tanto apuro? La duda queda planteada en los primeros minutos de Manuela (2022), película argentina que se exhibió en el festival de cine latino LALIFF. Clara Cullen, su directora, nos cuenta que “la historia vino como si fuese una imagen que tuve un día antes de irme a dormir (…) Pensé que, si a mí me pasa algo, sé que Rebeca, la niñera de Alma [su hija y la niña en Manuela], se ocuparía de ella y quizás se iría a México, porque ella es de ahí. Entonces no era una imagen de robo, sino de salvación. Me interesaba contar esa historia, de cómo se puede interpretar una imagen de dos maneras”.
El filme, sencillo en su trama y visualmente encantador, cuenta la historia de dos madres ausentes. Una es Manuela (Bárbara Lombardo), una joven inmigrante argentina que busca cómo ganarse la vida en Los Ángeles, California, mientras su hija, Carmen, está a cargo de su abuela en su país de origen. La otra es Ellen (Sophie Buhai), una trabajólica mujer estadounidense que prácticamente no tiene tiempo para el cuidado de su hija, Alma (Alma Farago), por lo que necesita una niñera. Manuela consigue este empleo, y a partir de allí vemos cómo la relación entre ella y la niña va ganando en intimidad y química a un nivel tan convincente que parece ir más allá de la ficción, lo que es apoyado por una estética que a ratos imita un video casero. Un hecho inesperado y dramático, cerca del final, obliga a la protagonista a tomar una decisión radical que le aporta tensión a la historia. Cullen conversó con entrance sobre este filme, su primer largometraje, donde combina toques de drama, comedia y documental.
¿Cuándo decidiste que tu hija fuera la protagonista?
“Siempre tuve en mente a Bárbara Lombardo y a mi hija. Desde el principio. Cuando la conocí a Bárbara ya había pensado en esa imagen [del cruce de la frontera]. Más tarde nos hicimos más amigas, y después decidí proponerle el proyecto, y me dijo que sí, y la verdad es que es una actriz maravillosa. Y se lo propuse con Alma. Tenía casi tres años”.
También se llama Alma en la peli.
“Sí, porque no le podía cambiar el nombre. Ya era muy complicado. Ya, para ella, lo que más le choqueó era que el nombre Manuela sea de Bárbara. Entonces le empecé a decir Manuela a Bárbara para que no se confunda. A esa edad no entienden la diferencia entre realidad y ficción, entonces llevamos la ficción a la realidad. La casa donde filmamos es de mis suegros, donde ella está súper cómoda. Yo me mudé ahí, entonces ya tenía una sensación de estar viviendo ahí. Y Bárbara, no te digo que estaba viviendo ahí, pero tuvimos mucho tiempo de integración de ambas”.
¿Cómo se logró la complicidad que se ve entre ambas? Por ejemplo, hay una escena en que están las dos en la bañera.
“Eso lo pudimos hacer porque pasaron mucho tiempo juntas, y Bárbara tiene una sensibilidad muy linda con los chicos. Se dio. Tanto los momentos de conflicto como los de ternura se dieron naturalmente, dado a ciertas situaciones que manejamos para que fueran así. Pero sí, ella estaba feliz bañándose con Barbi. Ya estaban en confianza, ya eran amigas. Bárbara todos los días le llevaba regalos, una figurita, una florcita”.
¿Y nunca se le complicó a Alma la convivencia con la cámara?
“Al principio yo pensé que necesitábamos una semana de ensayos para que ella se habitúe a que la están filmando. Entonces, la primera semana la filmamos Bárbara, Alma y yo. Yo hacía cámara y sonido. Y yo estaba probando lentes, haciendo pruebas de cámara, pero un montón de escenas de esa semana quedaron. Mucho de la película la hicimos como si fuera una banda de jazz: a veces uno empieza a tocar una melodía, y sale otro, como que se va armando. Filmar así es un placer”.
La peli termina siendo un poco documental también.
“Sí, es que no es una película de ficción completamente y tampoco es un documental. Yo creo que es una ficción usando rasgos de documental. Y eso a mí siempre me encantó. Esa manera de filmar documental siento que le da una frescura a la ficción enorme. Es un poco cinema vérité”.
Una particularidad del filme es que Manuela siempre dice que es de un país distinto. ¿Por qué esta indefinición?
“Lo que quería hacer, y esto lo hicimos con Bárbara, es que ella tenga un pasado un poco borroso. Que no se entienda que ella está escapando, ni tampoco que se defina la nacionalidad. Ella, de alguna manera, le toma el pelo a los americanos, que no saben muy bien qué pasa al sur de su frontera. Entonces, muchas veces a mí me preguntan ‘where are you from?’ Y yo digo ‘Argentina’, y me dicen ‘oh, I love Rio’ (risas). Y yo viste, les digo ‘me too!’. ¡Qué burros! No tienen idea de dónde está, no todos claro, pero una gran mayoría. Y una cosa que es linda es que en realidad las fronteras de los países latinos son muy flexibles. Compartimos la misma lengua y mucho de la misma cultura: en la historia pasó en todos lados lo mismo. Se repite exacto”.
“Esa distancia con el resto de los países también ocurre en cuanto a las emociones. Hay una pobreza emocional enorme en Estados Unidos. Si a vos se te muere tu papá, o cortaste con tu novio, acá viene un americano, te dice ‘I am so sorry’ y chao, punto, tipo checklist. Nosotros los latinos somos súper serios con esas cosas. Estamos muy pendientes del otro emocionalmente. Entonces cuando vos venís acá, te cargás con una frialdad emocional enorme, lo cual te permite hacer cosas muy productivas: trabajar, cumplir… el sistema funciona”.
Y esa distancia cultural está representada en los personajes, ¿no?
“Claro, obviamente Manuela representa a Latinoamérica y Ellen a los Estados Unidos, personajes opuestos si querés, que chocan, se frotan, se unen, trabajan juntos, pero bueno, es eso, un poco hablar del choque de culturas”.
En un momento vemos a Ellen impidiendo que Alma use una polera con imágenes de Disney, pidiendo que use algo más neutro. ¿Tienes una crítica con respecto a ese tipo de control sobre los niños?
“A mí me pasa que yo, siendo madre latina, dejo que Alma tome Coca Cola si quiere, un helado… Nosotros tenemos una manera de educar al niño que es consintiéndolo. Si le gusta esa remera, que se la ponga. Qué le va a pasar. Yo me siento con una mamá americana y es todo es un tema, viste, que no puede hacer tal cosa, que no puede comer esto, que si tiene alergia… yo vengo de otra cultura. Nosotros somos más cariñosos”.
Volviendo al personaje de Manuela, un tema importante en la película es la distancia entre ella y su propia hija, Carmen.
“A Carmen también le pasa lo que le pasa a Alma con Manuela: se va encariñando con otra persona, su abuela, y pierde la conexión con su madre. Manuela se está dando cuenta de que le están destetando a la hija, así que, mientras se va alejando de ella, cura su sed de maternidad con el cariño que le da a Alma”.
Sabemos que Manuela es parte de la iglesia evangélica. ¿Es una forma de representar la cultura de la población latina en LA?
“Eso está representando a la comunidad latina y punto. No solo en Los Ángeles, sino que en toda Latinoamérica. Creo que ahora la religión más popular, la iglesia a la que la gente va más activamente, es la cristiana evangélica. Es una comunidad enorme, porque les dan mucho apoyo emocional. Es mucho el éxito que tienen, y me parece que es un mundo un poco subterráneo todavía”.
Por último, ¿en qué proyectos estás ahora?
“Estoy filmando un documental en Francia sobre Michèle Lamy, la mujer de Rick Owens, que es un diseñador de moda muy conocido. Un personaje impresionante. Y después, estoy desarrollando una serie para chicos. Vamos a tratar de ir a producción el año que viene”.