1976

1976: Tiempos para valientes

“Ya, no empiecen con la tonterita”, dice Miguel (Alejandro Goic) a su hijo y a su yerno, quienes acaban de abrir el debate político entre la vencida Unidad Popular y el régimen de Augusto Pinochet en un almuerzo familiar. Sin embargo, aun cuando la discusión es cortada de raíz para mantener el orden, este ya está hecho trizas. Tanto en el país, donde el dictador y sus secuaces pasan por encima de todo lo que pueden, como en la propia casa, donde Carmen (Aline Küppenheim), la protagonista del filme y esposa de Miguel, guarda un secreto que pondrá en riesgo su vida: está ayudando a un joven buscado por los militares. 1976 (2022), el primer largometraje dirigido por Manuela Martelli, pone su foco en la tensión y los peligros que acecharon a la sociedad chilena en esa época, el papel de la mujer en ese escenario y los silencios que acompañaron al horror, algunos de los cuales, a cincuenta años del golpe de Estado, todavía tienen férreos defensores.
 
Desde su primera escena, 1976 plantea un enorme contraste entre quienes se sienten amenazados por las garras de la dictadura y quienes no. Carmen es una de las personas que se sabe fuera de peligro, lo que queda demostrado con sus preocupaciones del momento: la vemos en un taller de pintura, empeñada en dar con un tono específico del color rosado –presente en ciudades y cielos europeos– para un muro de su casa en la playa. En la misma secuencia, pero fuera de plano, escuchamos el ruido de un auto frenando y luego gritos que revelan la detención/secuestro de una mujer ocurrida fuera del taller, en la vía pública, en un hecho descrito como “la tercera vez que pasa”. Tras esta situación, Carmen, sorprendida, se asoma a la calle, aunque no sabemos qué alcanza a ver. Esta secuencia de introducción a la cinta nos revela que, si la protagonista del filme no estaba enterada de los excesos del Chile de 1976, ahora sí lo está, lo que plantea dos opciones para el futuro: hacer como que no pasa nada o involucrarse de alguna forma, con los riesgos que eso conlleva. Más adelante, cuando el padre Sánchez (Hugo Medina) le pide como favor ayudar a curar a Elías, un joven herido de bala –presentado como delincuente, pero luego identificado como un opositor al régimen–, Carmen se ve obligada a escoger. Su decisión es colaborar con el rebelde, y durante el resto de la película vemos cómo la sombra de la dictadura se posa cada vez más cerca de ella hasta pisarle los talones.
 
Martelli, quien se reconoce como miembro “de un espacio súper privilegiado”, ha señalado que una de las motivaciones que tuvo para filmar 1976 es la historia de su abuela, quien se quitó la vida en el año representado en la cinta debido a la depresión que arrastró por algunos años. “Curiosamente en la familia esa depresión se entendía como algo inherente a ella, me llamó la atención lo poco que se consideraba el contexto de horror tras el golpe del 73”, dijo la joven cineasta a EFE, mientras que en una entrevista con Culturizarte comentó: “Me empecé a preguntar por este fenómeno de ‘seguir con la vida de uno’. Esa vida diaria, sabiendo que al de al lado, al vecino, lo están torturando o lo están, derechamente, matando o desapareciendo”. El interés de la directora por el transversal impacto de los abusos del régimen en los distintos espacios de la sociedad se expresa no solo en el dilema que debe enfrentar Carmen, sino también a nivel estético, donde los colores de la bandera chilena son claves. El rosado, recurrente en el filme, es la mezcla del rojo, como símbolo de la sangre, y el blanco, que manifiesta la inocencia. Así, desde que comienza la película, vemos que la completa inocencia no es posible, ya que está manchada de la sangre de las víctimas de la dictadura, de la conciencia de que estas existen. El azul, por otro lado, simboliza la frialdad y la distancia. Al comienzo del filme, Carmen es más cercana al azul, por medio de sus vestidos, sus zapatos y su auto. Pero a medida que avanza el filme –y que su colaboración con el joven rebelde se profundiza– su ropa y su entorno se van tiñendo de rosado y rojo, hasta la escena final cuando estos colores predominan en su ropa, su maquillaje y su entorno. Es más, la gota de pintura rosada que cae sobre su zapato azul en la primera escena marca su imposibilidad, a partir de ahí, de ignorar el contexto de violencia.
 
La representación de Carmen es compleja. Por un lado, se involucra valientemente y arriesga su vida al seguir ayudando a Elías una vez que es totalmente consciente de quién es. Ella representa, en palabras de Martelli, a las mujeres anónimas que colaboraron en mayor o menor medida en la lucha contra el régimen militar. Por otro lado, como es lógico, también busca protegerse y guardar distancia si le es posible: por ejemplo, en un momento le dice a Elías: “Ojalá pase eso. Que ustedes ganen”, frase que revela su autopercepción como espectadora de la batalla, aun cuando siente simpatía por un bando y sus acciones la van transformando en parte de ella. Estos dos impulsos del personaje se expresan, por ejemplo, en las constantes imágenes de reflejos –en ventanas y espejos– y sombras, que muestran la dualidad de los personajes tanto en sus pensamientos como en sus acciones. Esta ambivalencia, causada por la inseguridad y el miedo, y muy bien transmitida por Küppenheim, no es juzgada por Martelli. Todo lo contrario, el Chile que la directora recrea es una especie de trampa gigante y mortal, que tiene ojos y emisarios en todas partes, y que se caracteriza por su crueldad y represión. La música que más escuchamos en el filme, cuyo ritmo es marcado por un sonido similar al de un corazón agitado, rodeado de sintetizadores y de interferencias sonoras –las que oímos en una llamada telefónica que hace Carmen, aparentemente intervenida– aporta a que el espectador se ponga en el lugar de la protagonista, valorando su valentía, pero también comprendiendo su temor y el que sintió buena parte de los chilenos por diecisiete años. Cuando se cumple medio siglo del golpe, y cuando el negacionismo y la frialdad van ganando adeptos, 1976, con su original punto de vista, contribuye a combatir los silencios que se resisten a desaparecer. 

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