¿Es posible ejercer una verdadera resistencia? ¿Un activismo o fuerza colectiva que pueda hacer frente a tantas cosas que nos disgustan? Varias veces me pregunto si es posible que una obra o un relato pueda ejercer un verdadero activismo social. Una acción que se rebele contra el consumismo perverso y la violencia que ejercen algunos discursos; o una acción que trascienda y convoque a pesar del paso del tiempo. Los relatos de Richard Sandoval, contenidos en su libro “Soy periférico”, se mueven en torno a esos problemas, o al menos, en torno a la posibilidad de recuperar un olvidado sentido de pertenencia a un grupo o colectividad; capaz de reconocerse y levantarse.
Para hacer resistencia siempre es necesario posicionarse desde una periferia. Desde un lugar de rebeldía e inferioridad respecto de una fuerza superior. La periferia de Sandoval se mueve por los barrios más apartados de la ciudad de Santiago. Transita por los vagones de Metro que viajan sobre las autopistas y las historias que los medios suelen omitir; o lo que es peor, que resaltan como rarezas o frutos del ingenio local. Como la mujer que vende sopaipillas o el club de las Halconas de Felipe Camiroaga.
En una sociedad ‘líquida’, como propone Zygmunt Bauman, una de las mayores dificultades es la de reconocer la delimitación entre el centro y la periferia. Distinguir al enemigo, siguiendo la lógica de la resistencia, que ahora se encuentra desperdigado y oculto bajo nuevas formas simbólicas. La modernidad líquida, que describe Bauman, se caracteriza por el debilitamiento de las instituciones sociales que antes cobijaban y condicionaban la experiencia de los individuos, como por ejemplo, la familia, la clase o la religión. Sobre el estado de la sociedad actual, Bauman dice: “En este momento, salimos de la época de los “grupos de referencia” pre asignados para desplazarnos hacia una era de “comparación universal” en la que el destino de la labor de construcción individual está endémica e irremediablemente indefinida, no dada de antemano, y tiende a pasar por numerosos y profundos cambios antes de alcanzar su único final verdadero” (Bauman, 13).
El resultado de aquello ha sido una era en donde todo el peso del “destino” recae sobre los individuos; sobre sus decisiones personales y caminos particulares. Esa imagen de un metro repleto de gente, que viaja a toda prisa sin mirarse las caras. En favor de una mayor libertad, todo se ha vuelto “privado”. Pero la era de la liquidez y lo fluido, de los tratados de libre comercio y las transnacionales tampoco ha asegurado la libertad de la gente. El nuevo orden se ha vuelto rígido e impenetrable, pues la anulación de lo colectivo ha dejado sin capacidad de acción a los individuos solitarios.
Los antiguos poderes, que antes se reconocían en instituciones y personas particulares, ahora se han desparramado hacia una multiplicidad de centros. No por eso menos efectivos. “La principal técnica de poder es ahora la huida, el escurrimiento, la elisión, la capacidad de evitar, el rechazo concreto de cualquier confinamiento territorial y de sus engorrosos corolarios de construcción” (Bauman, 17). Ya no se trata, entonces, de conquistar nuevos territorios mediante el uso de la fuerza, sino de “la demolición de los muros que impedían el flujo de los nuevos poderes globales fluidos” (Bauman, 17).
El mejor ejemplo de ello es la libertad que tienen las empresas para expandir sus negocios hacia casi cualquier lugar del mundo. Sin utilizar la violencia se ejerce un nuevo tipo de dominio, que opera en un nivel simbólico y sutil –como plantea Bourdieu– desde el ocultamiento y la huida. Poderes que se van reconociendo poco a poco, en las colonizaciones del pensamiento, de las formas de vida y hasta de vestir.
Las crónicas de “Soy periférico” están pobladas de apropiaciones culturales que provienen del extranjero: los productos Avon, con sede en Estados Unidos, el modelo Nissan de los colectivos, procedente de Japón, el perfume de los Axe, de la cadena inglesa Unilever: periféricos ya… y aún más periféricos al fin del mundo.
¿Qué es ser periférico en un mundo líquido como el de Bauman? Significa asumir primero, que en nuestra sociedad, las cuestiones de clase no son tan ligeras como se piensa. Que la idea del individuo que se forja a sí mismo puede hacer mayor sentido en una sociedad como la europea, que es desde donde escribe Zygmunt Bauman. Pero no en Chile, donde las distinciones sociales siguen marcando tanto la experiencia.
Pienso sobre todo, que el ejercicio de Richard Sandoval, se puede leer como una forma de resistencia al relato moderno de la individualidad. Como el eco de voces lejanas que añoran un discurso de unidad. “Soy periférico” es un acto de reconocimiento e identidad de una comunidad silenciosa –que como las sociedades líquidas– no tiene un centro definido, pero se reconoce a sí misma, en las vivencias, los largos trayectos a casa, los aromas y los objetos que adornan sus casas. Lo periférico como esos barrios que no están en el mapa, donde aún no llega el Metro, donde aún no llega la pretendida modernidad. Los que no merecen un discurso, una teleserie, una noticia, una investigación. Los que hablan bajito, los que no se pueden defender. Los que pasean invisibles en una ciudad que funciona como engranaje. “Con amor para: maipucinos, puentealtinos, floridanos, pudahuelinos, peñalolinos, sanbernardinos, quilicuranos, pintanitanos y todos los periféricos del mundo uníos. Venceremos” (Sandoval, 124).
Ese discurso puede incomodar a quienes no forman parte de la ‘periferia’ Levantar banderas es un ejercicio valiente, que Sandoval hace con determinación e ironía, en un gesto de auto reconocimiento personal; que al mismo tiempo también convoca e interpela a sus pares, y a todos aquellos que se sienten enrabiados de las ataduras culturales. Siguiendo la analogía de Bauman; de esos sólidos pesados que los primeros modernos intentaron derretir. En sus relatos la violencia se cuela a cada rato, partiendo por la forma en que los medios retratan la ‘periferia’, y es desde ese lugar donde creo que las crónicas de Richard Sandoval son un ejemplo de periodismo valiente. Hacer activismo, y no pretender alcanzar la objetividad, que en realidad no existe. Pues todo es un discurso, una construcción casi igual de ficticia que la literatura.
Hablo desde mi experiencia como periodista. Es momento de enfrentar esos discursos con responsabilidad, atendiendo a la violencia e ilusión que puede implicar tildar a algunos países de “desarrollados” y a otros de “emergentes”, “subdesarrollados” o “inferiores”. Las noticias diarias están llenas de fracturas, de pequeños espacios donde se cuelan discursos que invisibilizan ciertas zonas y reproducen ideas de otros. Es urgente asumir que las palabras cargan con contenidos políticos que van moldeando realidades y alimentando discursos. Que las cifras de crecimiento también son construcciones, y que a veces la tele se convierte en un gabinete de curiosidades. En “Soy periférico”, hay muchos ejemplos. Como el notero que tilda de “lumpen” la festividad del Joven Combatiente, que visita el barrio una vez al año y luego se va. “Yo me pregunto, ¿con qué moral se puede criticar “en vivo y en directo” la acción inconsciente un adolescente que sale a prender fuego a la basura que hiede en su esquina?”, (Sandoval, 128) escribe Sandoval en “Soy de San Bernardo y no soy delincuente”.
Parece que los periodistas nos hemos vuelto monigotes de un engranaje mayor, títeres de un teatro que empieza a resquebrajarse, que ya no soporta los mismos relatos de siempre, que ahora duda de la selección editorial y los titulares. “Enhorabuena, el show hoy montado por la tele ya no nos espanta, porque ya sabemos la verdad”, (Sandoval, 138).
Richard Sandoval propone la crónica como un género capaz de develar los artificios del periodismo y asumir una postura, que declara sus principios desde el comienzo. Ello no implica una mayor transparencia, todo lo contrario, implica una honestidad respecto al escritor y su escritura. Es asumirse desde antemano feminista, periférico, pro aborto, nacionalista; y dejar que los relatos vayan acorde con ello. El material es la realidad o la no ficción, pero las elecciones son igual de arbitrarias que en cualquier otra producción cultural. Desde las personas que se entrevista hasta los barrios que se describe, los titulares que se eligen y las fotos que se muestra. Hay diarios que deliberadamente dejan afuera a algunas comunas cuando realizan los sondeos de sus notas y otros que visitan el ‘lugar emblema’ del barrio popular, como si el resto de las calles no existiera. Los lectores también debiésemos detenernos a criticar esos relatos: las teleseries, los programas de entretención, los matinales, los tweet en la web.
El trabajo de Richard Sandoval en Noesnalaferia es en ese sentido un trabajo de ‘resistencia’ frente a la omnipresencia de los grupos mediales. Es un espacio de libertad y voz de contenidos y formatos que quedan fuera de otros medios, de sacudirse del estilo culto formal e indagar en la cosa cotidiana, en la apariencia, los gustos, los estilos musicales de moda; en la otra cobertura de noticias: que pone el foco en la periferia y no en el centro, en el discurso de los ciudadanos y no en de los medios y el gobierno.
El deseo de asumir una causa, desde la editorial, implica que el tiempo de la liquidez que refiere Bauman comienza a solidificarse en algunas zonas de la realidad, Algunos individuos libres y fluidos han comenzado a reconocerse y reunirse. ¿Qué pasará con aquellos que se encuentran en las zonas intermedias? ¿Con aquellos que no pretenden derretir las fronteras del centro? ¿Se debe asumir una postura más radical?
Por ahora, “resistencia en base a estilo callejero”, como escribe Sandoval.
Bibliografía
–Bauman, Zygmunt. Modernidad líquida. 2002, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina–Sandoval, Richard. Soy periférico. 2014, Chile: Contragolpe Ediciones