Es marzo de 2020 y Matías Bize se alista para filmar El castigo (2022), filme protagonizado por Antonia Zegers y Néstor Cantillana que por estos días acumula elogios en festivales internacionales. “Me estaba yendo al sur desde Santiago. Los actores ya se sabían los textos de memoria, estábamos ensayados”. De un minuto a otro, el plan se fue al suelo por un motivo que todos conocemos bien: la pandemia. Desde Ciudad de México, el cineasta cuenta que “me vine el día siguiente a México, porque mi pareja estaba acá. Y claro, estaba esta invasión de noticias, con todos encerrados. En todo el mundo, además. Y dije ‘bueno, qué es lo que yo sé hacer, cómo convierto esta oscuridad en algo luminoso’”. De estas preguntas surgió Mensajes privados (2022), el séptimo largometraje del director de En la cama (2005) y La vida de los peces (2010), recién estrenado en el servicio de streaming Filmin, donde ocho personajes le cuentan al espectador, mirándolo directamente, historias reales –algunas son de los propios actores, otras las proporcionó Bize– que revelan traumas, dificultades y situaciones transformadoras en sus vidas. Un experimento que se acerca al teatro en su dependencia de la oralidad, pero que también destaca por su uso del lenguaje cinematográfico, que le valió ganar el premio a Mejor Montaje en el Festival de Cine de Málaga 2022. En el mismo certamen, el actor Nicolás Poblete, quien revela haber sido abusado en la cinta, fue elegido Mejor Actor de Reparto.
Ahora que la pandemia ha quedado atrás y que fue este el contexto en el que nació Mensajes privados, ¿cómo ha evolucionado tu mirada de este filme?
“A mí me parecía que la única manera de hacer una película era como la hicimos. O sea, los actores se grabaron con sus teléfonos, ni siquiera fue que les mandé una cámara, o que les haya preguntado ‘¿qué teléfono tienes?’. Bueno, el que tengas, ¿cachai? Entonces tenía dos objetivos. Por un lado, uno personal, de enfocarnos en lo que sabemos hacer. ‘Hagamos una película en vez de estar viendo las noticias o los conteos de los casos. Enfoquémonos en lo que sabemos hacer’. Y por otro, quisimos convertir un momento oscuro en algo luminoso, tener una película con un mensaje esperanzador y que haga pensar, que nos haga hacernos preguntas. Entonces, dije hablemos de cosas fundamentales, de la familia, cómo somos como hijos, como padres, cómo son nuestras relaciones, cuáles son nuestros secretos, nuestros dolores, y a partir de ahí contacté a actores amigos, con los que he trabajado y tengo ganas de seguir trabajando y que aceptaran tirarse a una piscina vacía, sin guion, sin nada. Lo único que les propuse fue ‘grábate con tu teléfono, vamos a hacer un monólogo de una historia real, ya sea tuya si es que tienes una historia que quieras compartir o sino yo te propongo una historia real y tú la cuentas como tú quieras’. Ese fue el desafío”.
¿Crees que esta película queda enmarcada en la etiqueta de “cine de pandemia” o ves posible que se haga más cine de esta forma? Dirigir a distancia, por ejemplo.
“Sí, yo creo que sí, para mí fue muy inspirador hacer una película prácticamente solo. O sea, el equipo eran los actores, yo y un montajista. Y mi montajista estaba en Chile, yo estaba en México, mis actores estaban repartidos por el mundo: en Argentina, España, Chile. Y también fue súper inspirador que finalmente el problema sigue siendo el mismo de todas las películas: tener una buena historia. Me parecía que aquí teníamos historias súper potentes y me interesaba también explorar, porque intento que haya exploración en todos mis filmes. Ya vas a ver en El castigo, donde hay un plano secuencia, o qué le pasa a una pareja con la muerte de un hijo en el caso de La memoria del agua, pero acá también me interesaba lo privado, esto de que el actor está solo. Yo ni siquiera estaba cuando ellos grababan. Teníamos conversaciones, hablábamos mucho por audio de Whatsapp, pero al momento de grabarse estaban solos con sus teléfonos. Muchos de ellos esperaban que sus hijos se fueran a dormir, que tuvieran un momento solos en sus casas, y lo privado de eso versus lo público que iba a ser después, cuando la película estuviera en salas de cine o ahora que está en Filmin… Me gustaba esa exploración de un ámbito privado a un ámbito público”.
En el caso de los actores a los que les compartiste una historia para interpretar. ¿Qué tan distinto fue el resultado de lo que tenías en tu cabeza?
“Yo desde el principio soy muy abierto a lo que venga. La historia de Antonia Zegers, por ejemplo, es una historia real que vivió una profesora mía del colegio, que se tuvo que escapar a Alemania con su hijo. Yo dije bueno, esto, cruzado con Antonia Zegers, me parece que va a florecer. Ya después es pasarle el texto a Antonia, conversar mucho con ella y encontrar una manera en que la hiciera crecer. Lo mismo con Blanca (Lewin). La suya también es una historia real interpretada por ella. Cuando la llamo me dice ‘yo quiero estar 100% en la película, pero no me da para inventarte una historia, para contar algo mío. Estoy superada con la pandemia, con los niños, con la casa, con todo’. Todos estábamos pasando por momentos difíciles, entonces de alguna manera la película fue súper terapéutica para nosotros. Si yo soy director, y ellos son actores, y esto me está paralizando, porque no hay teatro, cine, televisión… ‘Bueno, hagámoslo’. En ese sentido fue súper bonito, porque todos los actores que llamé quisieron estar desde el minuto uno. Y también para mí era importante lo que pasó después. Nosotros presentamos mucho la película y estuvimos en los conversatorios. Hicimos una gira por regiones en Chile, quisimos participar de este diálogo posterior con el público y es una película que es muy liberadora, muy necesaria, que pone temas tabú. Todo eso refuerza su carácter terapéutico”.
Y en los casos de las historias reales, como la que cuenta Nicolás Poblete, del abuso de uno de sus familiares hacia él y su hermana ¿hubo un momento de preguntarse si era bueno que ese material fuera parte de la película? ¿sentiste inseguridad por el tema de la exposición que esas historias iban a tener?
“Todo lo contrario. Más bien certeza. No es que yo llamara a todos los actores al mismo tiempo. Yo llamaba a algunos, estoy con el montajista, empezamos a montar y digo ‘bueno, quién más puede completar esto, qué historia me falta’. Estoy en esto y de repente digo ‘bueno, el Nico’, y digo ‘lo voy a llamar’, con muchísimas posibilidades de que diga que no, y lo voy a entender y así se lo dije, ¿cachai? Nico, te hago esta proposición, de si quieres estar en esta película, que cuenta historias reales en el marco de una película coral. Qué te parece contar la tuya. Con él somos amigos y me había contado su historia en un viaje que hicimos a Chicago, para hacer un cortometraje. Y él me dice ‘me parece increíble, porque es lo que necesito hacer ahora’. Nico ya lleva muchos años de terapia, y fue como un cruce mágico de caer en el momento en que él dice ‘es lo que tengo que hacer’. Después de todas las terapias dijo ‘no quiero hacer una funa, no quiero llamar a un diario para que lo ponga, quiero convertir esta roca en una flor, quiero convertir este dolor en una pieza de arte’, y me parece que al estar acompañado de otras historias le daba mucho más sentido. Y lo conversamos mucho, qué puede pasar después, y él me dijo que esto era importante para él, ni siquiera le importaba lo que pasara con la otra persona, esto era para él y para quienes han pasado por algo similar, a quiene les pueda servir. Y como todos los actores, él se grabó y me dijo ‘voy a hacer solamente una toma, no quiero pasar por ahí de nuevo’. Y me mandó un material increíble, que yo tuve que editar, ordenar un poco, y que le da a la película un peso muy potente. Él está muy agradecido y yo también, por su aporte a la película y todo lo que pasó después”.
Uno de los actores de la cinta es el cantante (Me Llamo) Sebastián. ¿Cómo llega él a participar en el filme?
“Su presencia surge de mi cercanía con él. Tenemos ganas de hacer una película juntos, con él como actor. Ya hicimos un videoclip juntos, que está en Youtube, un plano secuencia que pasa por tres canciones (“El dolor es un momento” y “El valor» y «Es la fogata”). A mí me encanta, creo que es un músico increíble y tenía muchas ganas de que estuviera en la película, de que hiciera la música. Pero también me parecía que tenía que estar igual que todos, así que fue una manera muy bonita de incluirlo”.
Detrás de (Me Llamo) Sebastián se ven recortes de diario relacionados al estallido social de 2019, lo que marca una distancia temporal importante a cómo están las cosas hoy.
“Ahí también hubo un remezón, un despertar, que para mí fue hermoso. Afortunadamente estuve mucho en Chile durante el estallido y lo viví como algo súper lindo, como una primavera, un florecer, y claro, con consecuencias medio… (risas). Pero creo que todavía no se termina. Creo que estamos ahora en la mitad de la película, en que todo está mal, en el fondo. No, yo quiero creer que ese despertar se va a quedar independiente de lo que pase, de que tengamos una nueva constitución, que las cosas cambien o mejoren. Yo siento que hubo una cosa de la juventud, de acercarse a la política como algo que es todo, a replantearnos como sociedad, desde los jóvenes, me pareció súper bonito este entusiasmo con lo colectivo. Con la idea de que no nos salvamos solos”.
Uno de los aspectos muy bien cuidados de la película es el de la escenografía y la luminosidad, que permite diferenciar a los actores quizás tanto como las historias.
“Fue una conversación con ellos. Dónde están. Estaban todos encerrados, entonces, ‘qué es lo que tienes’, ¿cachai? Me importaba que fuera un lugar silencioso. El sonido está grabado con los teléfonos. Finalmente, la película está terminada en DCP (Digital Cinema Package), se hizo una posproducción de sonido y de imagen en Filmosonido: se ve y se escucha increíble en una sala. La película pasó a ser convencional y para mí eso es súper inspirador, decir ‘hicimos una película con los teléfonos que había’, no con el último iPhone, sino con un teléfono cualquiera y se escucha y se ve perfecto. Entonces ellos me mostraban los lugares, ‘eso está bueno, a ver qué tienes de vestuario, puede ser esto’, y ahí yo me iba imaginando si esto funciona bien, porque tengo un actor vestido así… ‘Aquí tengo un living, aquí tengo una cocina’, yo iba armando este puzle con lo que ellos me ofrecían”.
Es interesante el uso de la pantalla en negro que interrumpe, de vez en cuando, las intervenciones de los actores. A veces provoca un descuadre en el audio también.
“Sí, siempre está. De hecho, los negros se ocupan para cortar audio. Es un truco para cortar diálogo. En una película normal tú puedes cortar porque vas al otro plano. Esta película tiene mucho corte, lo que pasa es que no se notan, pero el irse a negro se usa para… También me parecía importante que hubiera tiempo. Que el espectador tuviera el negro para pensar qué me pasa a mí con esto, con lo que están contando, como devolvérselas. Una pausa, una respiración. En una película normal a veces puedes tener un paisaje, un cambio de escena con un exterior. Como no tenía más material, el negro cumplió esa función”.
Para ir terminando, tu cine se caracteriza por enfocarse en la pareja enfrentando distintas situaciones. ¿Se te pasó por la cabeza explorar a la pareja en este formato, en vez de hacer una película coral?
“Sí, pero me dieron muchas más ganas de abrirla, en ese sentido para mí era como ‘qué es lo que nos está pasando a cada uno’. Por eso la primera invitación a los actores, por ejemplo, a Vicenta Ndongo, la actriz española, que habla de una maternidad tardía, de la presión de ser mamá, que es muy loco porque se une bastante con El castigo. Por eso quería ver qué era lo que ellos traían, y también quería una película que fuera variada. Pero también en mis películas he ido mirando a la pareja desde distintos ángulos: de la pérdida de un hijo en La memoria del agua (2015), ahora la maternidad arrepentida en El castigo, desde el enamoramiento en En la cama, la separación en Lo bueno de llorar (2007), el reencuentro en La vida de los peces… desde distintos lados. Y me parece que acá, claro, hablamos de familia, de cómo somos como hijos, como padres y para mí era muy bonito también… Yo no soy muy ávido de los finales felices. Mis películas terminan medio abiertas, uno las tiene que terminar, pero sí me parecía que Mensajes privados tenía luz al final. Digo, la película termina con un nacimiento, que eso también fue increíble porque es un nacimiento real, que es el nacimiento del hijo de la Vero (Verónica Intile), una actriz argentina con quien teníamos muchas ganas de trabajar juntos. Le pregunto de qué quieres hablar y me dice ‘mira, lo que pasó para mi parto lo tengo medio escrito’. Me empezó a mandar monólogos. De repente la Vero me dice ‘se me olvidó decirte, pero tengo el material grabado de mi parto’. Y yo ‘guau, a ver, mándamelo’. Y yo dije ‘aquí tenemos el final de la película, y aquí además se engloba todo’. Como, a pesar de todo lo que te puede pasar en la vida, de que puedes ser abusado, de que tu pareja puede ser violenta, finalmente la vida gana. Por naturaleza, no sé cómo llamarlo, pero nace de nuevo. El pasto vuelve a crecer a pesar de que caiga la bomba atómica. A mí eso me parecía un final que podía ser doloroso, porque uno puede decir que a esa pobre criatura que acaba de nacer quizás le va a tocar todo esto, pero igual hay luz finalmente”.
Es muy lindo el final. Qué suerte que estaba ese material y que se pudo conectar con el resto de la peli.
“Yo creo mucho en esas cosas. En esas casualidades. Intento estar súper despierto, ver qué hay. Yo puedo tener mi visión y llegar súper ensayado a una película normal, sé dónde quiero poner la cámara y qué es lo que quiero del actor, estar muy preparado, pero por otro lado estoy súper abierto a qué es lo que hay. Porque de repente se me aparece un nacimiento y no me lo puedo perder. Tengo que estar abierto para decir, ‘hueón, aquí tengo el final de la película’, que sino difícilmente hubiese sido así de potente”.
¿Estás contento en México? ¿Has pensado en otros rumbos?
“Sí, estoy súper contento aquí. Me parece que es un lugar increíble para estar, donde está todo pasando. Siento que México está viviendo un momento como pasó en Berlín, en Barcelona, donde había una cosa creativa. Yo eso lo veo hoy en México de manera súper palpable. Pero también tengo una conexión con España y muchas ganas también de trabajar ahí. Obviamente también me gustaría trabajar en Estados Unidos, pero lo más concreto que tengo son posibilidades de hacer cosas en México y en España”.
Por último, ¿nos puedes contar con qué proyectos estás ahora mismo?
“Tengo varios proyectos, afortunadamente. Yo siempre he estado en uno, pero ahora estoy con proyectos de películas de los que no puedo decir nada, pero son en México, en España y en Chile. Estoy bastante contento porque algunos están avanzando. Y además estoy en la promoción de El castigo. Van a haber viajes, seguramente voy a ir a Estados Unidos a hacer promoción”.
¡Qué buena! ¿Te parece si volvemos a conversar sobre El castigo cuando se vaya a estrenar en Estados Unidos?
“Claro que sí”.