Wrestlemania

Wrestlemania en LA: Un hechizo inagotable

Había visto a Snoop Dogg en vivo solo en una ocasión. Fue en el LouFest 2017, en St. Louis, Missouri, donde el rapero dio un concierto que recuerdo especialmente por la locura de sus fanáticos, una vibra que no he experimentado en otro show musical en Estados Unidos. El pasado domingo lo volví a ver, pero en un contexto muy distinto. Estaba en un ring de lucha libre, como copresentador, y un par de horas después, incluso como luchador improvisado. Una de esas cosas extrañas que solo pasan en la WWE, y con seguridad, en Wrestlemania, el evento que reúne a los fanáticos del wrestling de todo el mundo, ya sea en el estadio donde se hace o frente al televisor, una vez al año. Cuando era niño, como tantos, soñaba con estar ahí alguna vez. La vida pasa rápido y ya he tenido la suerte de asistir en dos ocasiones: en Nueva Orleans en 2018 –esa vez se sintió como un ahora o nunca–, y en Los Ángeles, donde vivo actualmente, en 2023. En esta crónica les cuento cómo viví la velada del domingo en el Sofi Stadium, donde hubo más de 80 mil personas que gozamos y sufrimos como hechizados por la historia que se nos contó en el ring: en esta tribu, desde que suena la campana lo creemos todo. 

Alta tensión
El fanático de la lucha libre muchas veces es incomprendido. “Pero ¿cómo te gusta eso? ¡Si es falso!”, es un clásico jaque mate de quien quiere comprobar que el wrestling no tiene sentido. Pero hay también un contrataque incontrarrestable: las lesiones. Los luchadores, atletas del entretenimiento, exponen su cuerpo cada vez que suben al cuadrilátero. Y en este domingo de Wrestlemania hubo dos momentos difíciles de digerir. El primero fue la lesión de Shane McMahon, el querido hijo del dueño de la empresa, Vince, llegó sorpresivamente –logrando una de las mayores reacciones de la audiencia– y se dispuso a pelear frente a The Miz. Antes, eso sí, tomó el micrófono y con un rostro genuinamente emocionado le dijo al público angelino: “no saben cuánto significa este recibimiento para mí”. La lucha, lamentablemente, duró menos de un minuto, ya que Shane, quien nos demostraba que todavía se la puede, esta vez no se la pudo. Su rodilla cedió y tuvo que ser atendido por médicos de inmediato, mientras The Miz improvisaba. No hubo muchas dudas de la veracidad de la lesión –a veces estas se falsean– y el momento mágico y nostálgico se acabó en menos de un suspiro.

Más tarde ocurrió una situación menos grave, pero más gráfica. En la lucha Hell in a Cell (o sea, dentro de una jaula amplia y techada), Finn Bálor fue golpeado en la cabeza por una escalera lanzada por su oponente, el histórico Edge. Rápidamente se notó la preocupación en el árbitro del encuentro y en los alrededores de la jaula, donde nuevamente los médicos entraron en acción. Lo que vino luego fue una imagen muy difícil de olvidar: mientras Edge distraía a la cámara caminando por fuera del ring, nosotros alcanzábamos a ver a Bálor recostado en la lona, con la cabeza hacia las cuerdas, mientras sus piernas se elevaban y golpeaban el ring con fuerza una y otra vez. Lo que el luchador hacía era patalear de dolor, mientras era anestesiado y le cosían la herida ahí mismo, en medio de la batalla. “Michael Cole says this doesn’t look good”, dijo mi vecino en el estadio, quien escuchaba la transmisión como quien va a ver fútbol escuchando la radio. Y cuando nos resignábamos a un nuevo plan frustrado, sucedió algo más increíble y dramático todavía: el luchador siguió con más energía que antes y hasta subió por las paredes de la jaula para lanzarse, desde arriba, a una mesa donde estaba Edge. En la WWE el espectáculo siempre debe continuar. 
*Para ver la magnitud de la herida de Bálor, es cosa de hacer una rápida búsqueda en Twitter: ¡se ve feo! Quedan advertidos.  

Más de 80.000 personas se reunieron en el Sofi Stadium de Los Ángeles para ver el mayor evento de lucha libre en el año.

El éxtasis
El anterior fue, justamente, uno de los momentos de éxtasis en el Sofi Stadium. Veníamos del golpe de ver a Shane lesionado y luego fue el turno de Bálor, pero su redención hizo que esa batalla alcanzara un nivel de entusiasmo distinto: desde allí hasta el final se sintió que en cada paso había un riesgo, y eso siempre es aplaudido. 

Más temprano hubo una pelea que cambió el estado de ánimo del estadio: del cansancio por la excitación alcanzada en la noche anterior –hasta ahí solo interrumpido por la entrada de la bestia Brock Lesnar–, a una energía renovada. Se trató de la lucha entre tres gigantes rudos: Gunther, Drew McIntyre y Sheamus. Se esperaba que estos tres se dieran con todo y así sucedió, regalándonos un festín de machetazos al pecho, patadas a la cabeza y estruendosas caídas de espalda al ring. En las gradas, por otro lado, hubo varios momentos en los que todos se pusieron de pie, expectantes, y también muchos gritos en conjunto: “one, two, three…”, se contaban los golpes a viva voz, llegando en una ocasión hasta treinta. Un espectáculo que sacó cánticos como “This is awesome” y “Fight forever”, los mayores elogios que puede entregar el público. Y, por supuesto, el momento de la noche que desató más emociones ocurrió al final, cuando Roman Reigns defendió su título de Universal Undisputed WWE champion frente a Cody Rhodes. De todas las veces que he asistido a ver la WWE en vivo, esta es la pelea que atesoro con más cuidado. Lo dijo el experto Dave LaGreca en su podcast: “para mí, esta lucha está en el top 5 de la historia de Wrestlemania”. Una historia que tiene 39 años, ni más ni menos. Y el público lo vivió como tal, cantando y disfrutando de la entrada de los gladiadores y sus fuegos artificiales; permanentemente poniéndose de pie para ver mejor la acción; agarrándose la cabeza con los finales falsos; explotando en júbilo cuando intervinieron Sami Zayn y Kevin Owens; sonriendo y celebrando anticipadamente cuando parecía que Cody, el favorito, se llevaba el triunfo; y bajando las revoluciones de mil a cero cuando llegó el final. 

La desilusión
Como en todo deporte, la ilusión a veces tiene premio y a veces no. En la segunda noche de Wrestlemania, el momento de júbilo que parecía que venía, que estaba tan cerca, que tenía al público de pie y completamente absorbido por lo que veía, fue frustrado de manera repentina por una intervención de uno de los amigos de Roman Reigns, a quien le quedó la mesa servida y aprovechó. Como fanático de la Católica, sé muy bien lo que es irse del estadio con una sensación amarga –también con la sensación contraria, claro–, y muchos salieron así del Sofi Stadium. Pero no todos. Aunque las ganas de que Cody triunfara eran muchas, también se reconoce el trabajo del campeón, Reigns, quien ha ostentado su campeonato por más de 900 días y de seguro superará la barrera de los mil: algo nunca visto por mi generación ni las más jóvenes. En cualquier caso, el final se sintió como un balde de agua fría, y apenas el conteo llegó a tres el público comenzó a retirarse de manera masiva: no había ánimo de celebrar al ganador ni al vencido, y la caminata fuera del estadio fue más bien silenciosa y acelerada. Si personalmente me queda una cuenta pendiente con Wrestlemania, es justamente esta, el final feliz: antes vi como plato fuerte a Reigns versus Lesnar en un final conocido como “infame”, donde el público decidió castigar a los luchadores por los rumores que había en la prensa, que resultaron ser falsos. Fue una lucha intensísima, en cualquier caso. 

El show
Y claro, además de estos momentos, también hubo mucho show. Es un espectáculo ver bajando la jaula con ese juego de luces intermitentes que trae tantos clásicos a la memoria. También lo es ver a los luchadores más importantes salir al ring en medio de pirotecnia –la de Edge fue genial–. Y, por supuesto, también lo es ver a las celebridades compartiendo el ring con los luchadores. Además de Snoop Dogg, estuvieron presentes Becky G, cantando el himno de Estados Unidos en la jornada sabatina, y Jimmie Allen, haciendo lo mismo el domingo. Y también hizo una aparición el mismísimo Bad Bunny, quien ha participado como luchador en el pasado. Este intervino en la lucha de Rey Mysterio durante la primera noche del evento y fue enterrado en la mesa de transmisión de Raw el lunes (¡vale la pena volver a ver este momento en Youtube!). Una constelación de estrellas musicales que seguramente fue cautivada por la WWE cuando eran más jóvenes. Como todos los fanáticos, quienes volveremos a seguir con atención el próximo Wrestlemania, continuando bajo el hechizo inagotable de la lucha libre.

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