Un cineasta me dijo una vez, que hay ideas que suenan muy bien en el papel, pero que son difíciles de ejecutar en cine. Y otras, que pueden tener pocas probabilidades de convertirse en una trama, locuras o ángulos improbables, que con el apoyo de la cinematografía pueden convertirse en grandes películas. The Banshees of Inisherin (2022) es un ejemplo de ello, me dijo este cineasta.
Women Talking, en cambio, dirigida por la canadiense Sarah Polley, es una bella idea –un producto de la imaginación femenina, como se describe en la primera escena de la película– pero que no se traduce de igual forma como experiencia cinematográfica. “A sublime script, a merely very good movie”, como dice el crítico Richard Brody, con quien concuerdo.
Basada en la novela del mismo nombre, escrita por la también canadiense Miriam Toews, Women Talking se sitúa en una aislada comunidad Menonita, en donde tres familias de mujeres deciden el curso de su destino: perdonar a quienes han abusado continuamente de ellas, quedarse y pelear o irse por voluntad propia. La decisión tiene un peso mayor, al ser advertidas de que cualquier atentado a las reglas puede significar su destierro de las puertas del cielo.
Esta es una comunidad profundamente religiosa y sus mujeres, incluso entendiendo que Dios ha permitido estos abusos en tierra, luchan por conservar ese lazo espiritual. El acto de debatir en sí mismo es poderoso para ellas, el verse por primera vez enfrentadas unas con otras en su pensamiento, no en sus roles de madres o hermanas o hijas. La idea es poderosa, así como el acto de reunirse y trenzar entre todas un destino posible.
Sin embargo, el debate o el modo en que se convencen unas a otras, podría haber tenido más matices. Percibimos muy pronto que dejar la colonia es la postura por la que se inclinará la película. Perdonarlos no es una alternativa (y se entiende completamente), pero esta opción, la voz que encarnan estas mujeres, queda desechada muy rápidamente con el personaje de Frances McDormand y su familia, abandonando el set en los primeros minutos del filme.
Quedarse y pelear parece una locura, más aún, si no logran ganar la batalla y son forzadas a perdonarlos nuevamente. Dejar la colonia, entonces, parece lo más sensato. Esta postura es encarnada principalmente por los personajes de Ona (Rooney Mara), Greta (Sheila McCarthy) y Agata (Judith Ivey), quienes mantienen un tono sereno, calmo, incluso alegre, durante toda la película, que no resulta del todo creíble para un problema tan doloroso y profundamente arraigado en sus cuerpos. Ona, particularmente, parece encarnar un estado meditativo, casi religioso, soñador, pero poco apasionado. Se pasea por diversos puntos de vista, a veces sonríe. No queda totalmente claro cuál son sus áreas grises. Estos matices habrían ayudado a comprender mejor la presencia de August en el filme, el maestro de escuela que toma los minutos y el único hombre con un rol activo.
Salome (Claire Foy) y Mariche (Jessie Buckley), por otra parte, encarnan los contrapuntos. La primera, la rabia. El deseo desbocado de cobrar venganza por el dolor infringido a sus hijos y a su propio cuerpo. Es quien dice, estoy dispuesta a pegarle un tiro a cualquier hombre. Ella ofrece la actuación más honesta. Cada una de las escenas en donde aparece –al comienzo contradiciendo a Frances McDormand, de noche cargando a su hija, hacia el final confesando que si no se va se convertirá en una asesina– permiten atisbar la complejidad del personaje, sus dilemas, sus dolores, sus rabias, la fiereza de su resistencia.
Mariche, por su parte, tiene dudas de abandonar la colonia al igual que Frances McDormand. Es quien pone sobre la mesa, además, las preguntas más incisivas respecto de los hombres. ¿Son realmente culpables? ¿Son también víctimas, y por ende, inocentes? ¿Merecen ir con ellas? Una cuestión ineludible en un mundo fuera de la ficción.
Aunque las ideas son poderosas, el giro dramático de la historia se siente forzado por momentos, especialmente con este personaje. ‘Lo siento, y no lo digo solo para dejarlo atrás’, le dice Ona a Mariche, en un momento de la historia. Ella no podía entender su terquedad. Tampoco estaba empatizando con su sufrimiento, y por eso reconoce frente a las demás que no ha sabido entender la carga que ha sufrido todos estos años, aceptando a un marido que ha abusado de ella. La escena se resuelve con ese gesto. Mariche finalmente acepta la decisión de la mayoría. Pero al día siguiente regresa, fuertemente golpeada, en una escena donde pocas se acercan a ella. Ona tampoco se acerca y resulta extraño que no lo haga. ¿Son las actuaciones el problema?
Women Talking puede haber abusado también de algunos recursos dramáticos: la belleza de los niños exacerbada en los campos, la desesperada búsqueda de motivos que encarnen el bien, un optimismo tal vez demasiado idealizado, en los personajes de Ona, Greta y Agata.
Algunos puntos fuertes: la belleza de la idea, lo poderoso de ver mujeres expresarse por primera vez, en su diversidad de personalidades e historias. Es conmovedor ver cómo mujeres con alguna discapacidad, mujeres mayores y mujeres trans, viven en sus cuerpos el abuso. Son rostros que a menudo no vemos, pero que sufren el mismo dolor.
La diversidad queda restringida al tomar la decisión de mostrar solo personajes blancos en el filme. Se entiende que ese es el contexto de esta comunidad, pero es inevitable preguntárselo, sabiendo que la película The Woman King, de la directora Gina Prince–Bythewood– no fue nominada a ninguna categoría de los premios Oscar.
La historia es completamente diferente, pero también aborda a una comunidad femenina y su lucha por el poder. En este caso, una comunidad de mujeres en África logran doblegar su destino –el de ser esposas y madres sometidas bajo el yugo masculino– uniéndose a un ejército de mujeres que lucha a la par con el de hombres. Viola Davis y Thuso Mbedu, encarnan mujeres fuertes, temerarias y persistentes. También serenas, que llegan al poder en sus propios términos luego de un largo camino.
Ambas actuaciones son magistrales. En Women Talking, el poder de la palabra, no logra transmitir la misma emoción que cuando Viola Davis es coronada líder del ejército femenino. Más que un problema en particular, puede ser que hayan faltado algunos matices que le den a este filme coral –y sus disidencias– una presencia más contundente.