All of Us 1

«Todos somos extraños»: El sueño y la pesadilla

Los que no hemos perdido a nuestros padres intentamos evitar a como dé lugar el imaginar cómo será ese momento (si alcanzamos a vivirlo, claro). Los que los han perdido, a uno o a ambos, seguramente han pasado por una de las grandes pruebas que la vida nos tiene preparadas. Adam, el protagonista de All of Us Strangers (2023) o Todos somos extraños, interpretado por Andrew Scott (Fleabag, 1917), pertenece al segundo grupo. Sin embargo, pese a la pérdida, este hombre es capaz de seguir reuniéndose con ellos, visitándolos, poniéndose al día, en una de las propuestas más novedosas y emotivas del cine en el último año. 

La película dirigida por Andrew Haigh (Lean on Pete, 45 Years), basada en la novela Strangers (1987) del escritor japonés Taichi Yamada, se centra en la experiencia de Adam, un escritor de alrededor de cuarenta años a quien vemos transitar por una etapa sombría y solitaria de la vida y que, sin avisarnos, nos invita a cruzar en tren desde el mundo de la realidad al de lo imposible, donde se cruzan sueños y pesadillas, un lugar misterioso que se parece demasiado al que nos es habitual, provocando inquietud y algo de temor. Más todavía cuando el destino de ese viaje a lo irreal, que mezcla presente y pasado, es la casa de sus padres, cuyos papeles toman Claire Foy y Jamie Bell. 

La primera aparición del padre es fantasmagórica, nos sorprende cuando todavía no comprendemos qué busca Adam. El protagonista sigue a un hombre a distancia, inseguro de lo que hace, pero luego entramos al hogar donde creció el protagonista, donde vivió los momentos más dulces y los más amargos junto a sus padres, y también donde se enteró del accidente que terminó con la vida de ambos cuando él era un niño. Y los vemos reencontrarse y conversar como si nada. Como si la muerte pudiera ser burlada, como si fuera banal. No solo eso, ellos se ven tal como se veían en su último día, así de jóvenes y vivos. El truco de Adam –¿literario? ¿imaginario?– se siente como un sueño en sus dos sentidos: como un gran anhelo y como ese mundo loco que se abre cuando cerramos los ojos. Son escenas que queman, porque incluso quienes tenemos a nuestros padres sabemos que el reloj no se va a detener, que no hay excepciones. Es disruptivo ver a este hijo interactuar con padres que tienen su edad y quizás hasta menos, uno de los aciertos de esta película británica en su búsqueda por llevarnos a lo desconocido.

Al poco rato el filme nos rompe la ilusión, y ese mundo de sueño da unos pasos hacia el rincón de las pesadillas, donde las cosas se nos escapan de las manos. La madre de Adam se entera de que su hijo es gay, en una salida del closet tardía, demorada solo por la muerte, y su reacción es acorde no a nuestros tiempos, sino a los suyos, a ese periodo donde salirse de la norma era aún más castigado y silenciado que hoy. El dolor de Adam crece aún más cuando es el turno del padre, quien no lo juzga, pero tampoco de apoya: de hecho, abre heridas del pasado al confesar que en su minuto, cuando presintió que su hijo podía estar sufriendo, prefirió no intervenir. Y la ventana que se abrió sin previo aviso para el protagonista se cierra de la misma forma, como demostrando que la realidad no tiene escapatoria. Sin hacer más spoilers, la película parece querer darnos duras lecciones: por ejemplo, que las despedidas, por más duras que sean, son necesarias para crecer; y que hay dolores que no nos podremos sacar de encima, con los que solo podemos aprender a convivir.

Por supuesto, en esta reflexión dejé fuera el papel de Paul Mescal como Harry, clave en la historia de Adam. Esa parte de la historia, aunque también emotiva, no llega al nivel de la trama de los viajes al pasado, a los sueños-pesadilla, pero sí resulta un buen complemento que suma dudas sobre lo que es real y lo que no. Una cinta emocionante e inquietante, que nos saca del mundo que conocemos y nos lleva a un terreno donde, en un principio, todos querríamos estar, para luego mostrarnos, a través de diálogos profundos y honestos, las cosas que ni siquiera un viaje hacia el pasado nos permitiría resolver.  

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Crédito de la imagen: Searchlight Pictures

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