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Crítica: The Storyteller

“A veces olvido que he envejecido”, dice Dave Grohl en la primera línea de su libro The Storyteller. Tales of Life and Music, publicado en octubre del 2021. “Mi cabeza y mi corazón parecen jugarme este cruel truco, engañándome con la falsa ilusión de la juventud al saludar al mundo cada día a través de los ojos idealistas y traviesos de un niño rebelde”. Pero basta una mirada en el espejo, añade el cantante, para darse cuenta que los conciertos, las décadas de jetlag y el cansancio sobre el escenario no han pasado en vano.


Tampoco el dolor. Él no lo dice, pero es imposible no pensarlo luego de la muerte de Kurt Cobain, y de su querido amigo, Taylor Hawkins, apenas seis meses después de la publicación de este libro. Aunque estos relatos cuentan historias memorables, sobre cómo un adolescente de Virginia se convirtió en uno de los músicos más exitosos del mundo, es inevitable no releerlas e intentar encontrar al menos una pista sobre ese trágico destino.


No son evidentes, pero insinúan que junto al lado luminoso y sencillo de la música hay un lado oscuro, capaz de conectarnos con nuestros propios demonios y tragarnos en el abismo. En una entrevista con la emisora WBUR de Boston, a pocos días del lanzamiento del libro, el vocalista de los Foo Fighters dijo que era el tipo de roquero serio y “fastidiosamente feliz”, que ha eliminado el peligro del rock and roll de su vida. Pero al mismo tiempo dice: “¿Quieres que lo vuelva a poner? Porque he visto lo que puede hacer”.


El lado oscuro de la música

Aunque es difícil encontrar pasajes sobre esos peligros, hay algunos capítulos en donde Dave Grohl se refiere a la muerte de Kurt Cobain, a sus frustraciones como adolescente y al peso de llenar estadios completos, noche tras noche, con una familia y la fama a cuestas.

He’s gone –el capítulo dedicado a la muerte de Kurt Cobain– fue la pieza más difícil de escribir porque tenía miedo de escribirla, cuando él murió nuestro mundo se “dio vuelta”, y no quería tocar música, guardé todos mis instrumentos, no podía ni siquiera escuchar la radio, no sabía cómo sentirme, o qué sentir, fue realmente, realmente, muy difícil”, le dijo a la periodista de WBUR.


Justo en el capítulo anterior, The Divide, Dave Grohl cuenta cómo en uno de los recesos con Nirvana termina conociendo Cielo Drive, la casa en donde Charles Manson comete el brutal asesinato contra Sharon Tate. Antes de ir a esos detalles, se refiere a la distancia que se había creado entre ellos: el disco que habían grabado en solo 12 días en un viejo estudio de L.A. estaba vendiendo 300 mil ejemplares a la semana, y su popularidad era tal, que fueron invitados a tocar en Saturday Night Live. Pero algo estaba roto: “Había grietas que se estaban empezando a formar en nuestros ya tambaleantes cimientos”, escribe.


Pese a esos sentimientos, toca en SNL, y mientras lo hace imagina que tal vez su actuación “era un grito de guerra para toda una nueva generación de niños asfixiados en lo convencional, temerosos de dejar ondear su bandera freak, finalmente liberados para celebrar las hermosas excentricidades de la vida”.


Aunque por un momento las grietas que se habían empezado a formar se afiataron un poco, muy pronto volvieron a su rutina de siempre. Dave lo describe así: “Nirvana eran tres individuos distintos, cada uno con su propia idiosincrasia y excentricidades que eran responsables del sonido específico que hacíamos cuando tomábamos los instrumentos, pero fuera de la música, vivíamos nuestras propias vidas, cada una muy diferente de las otras”.


Estaban en medio de ese receso cuando visita Cielo Drive. NIN estaba grabando un disco en el lugar, y a pesar de la fascinación que le producía la casa y su historia, decide apartarse. En ese contexto, escribe, “el lado más oscuro de la música fue algo que siempre me atrajo sonoramente, pero empecé a darme cuenta de que no era lo que yo era como persona. La música siempre había representado la luz y la vida para mí. Incluso la alegría”.


“Quería celebrar que habíamos encontrado una salida del túnel. Quería dejar ondear mi bandera friki”, dice a continuación refiriéndose a Nirvana. “No quería esconderme. Podía entender que otros se desviaran en la dirección opuesta, quizás revisando traumas pasados no resueltos, pero yo por fin me sentía emancipado de los míos y eso me hacía sentir bien. Ya sea en las dunas de Carolina del Norte o en la tranquilidad de los suburbios de Virginia, necesitaba encontrar la paz, y con esta nueva libertad que me había proporcionado el éxito, iba a dedicar mi tiempo a buscarla (…) Todavía había mucho que esperar”, concluye.


Este es el último capítulo antes de la muerte de Kurt Cobain, y quizás el que mejor resume esa dualidad que sugiere Dave Grohl. Si la música ha sido su manera de sobrevivir en el mundo, para quienes lo rodean también ha sido el destino que los ha llevado a perderse en el abismo. Aunque The Storyteller adolece de “exceso tipográfico”, como describe Lawrence Weinstein –esto es, de superlativos simplistas e intensificadores como realmente, absolutamente o lo mejor de para embellecer la historia– también se trata del poder creativo, de cómo un chico inadaptado de Virginia logró exorcizar sus propios demonios con una batería y convertirlos en himnos para toda una generación, a pesar de todo.

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