Situada alrededor del 1600, en unos territorios húmedos y rodeados de mar y montañas, un navegante inglés y su tripulación naufraga en una de las costas del antiguo imperio japonés. Son tiempos turbulentos para la isla. Taiko, el máximo monarca del territorio, yace en su lecho de muerte y decide formar un consejo de cinco regentes para que puedan gobernar el reino hasta que su heredero cumpla la mayoría de edad. Cuatro de ellos deciden confabular en contra de Toranaga, uno de los terratenientes más poderosos, para quitarle el poder. Y en medio de esto, Mariko Sama, una mujer inteligente y parte de la nobleza de Japón, será la encargada de interpretar todo lo que el navegante inglés o “Anjin” dice y así servir a los intereses de su Señor, Toranaga, quien hará todo lo posible por preservar su vida y el poderío de sus aldeas.
Así comienza Shōgun, la exitosa serie de FX y Disney que lleva por segunda vez a la pantalla la adaptación del libro de James Clavell (1975) –la primera vez fue en 1980– y lo hace a un nivel sin precedentes. Sus guionistas y creadores, Rachel Kondo y Justin Marks se demoraron cinco años en desarrollarla una vez que se embarcaron en el proyecto, el que ya contaba con la participación de Hiroyuki Sanada (el famoso actor que interpreta a Toranaga), como hombre clave en la supervisión y producción creativa. Con este equipo multicultural, los showrunners se esforzaron por recrear con la mayor verosimilitud posible hasta los más pequeños detalles de la época: desde los gestos hasta las vestimentas, las antiguas tradiciones e incluso el lenguaje que se utilizaba entonces. Para ello, implementaron un sistema inédito de subtitulado y construyeron sets en Vancouver, que abarcaron una villa pesquera, un puerto, palacios reales y casas de samuráis, además de algunas filmaciones en Londres y Japón.
Utilizaron un gran contingente de actores japoneses y todo tipo de supervisores para dar vida a esta trama. Si a eso sumamos la complejidad de la historia y las actuaciones, Shōgun es sin duda una de las mejores series del año, y para mí, una de las más bellas, por los detalles y símbolos escondidos en las escenografías, los gestos y los atuendos, así como por la profundidad en la que intenta retratar la filosofía oriental (o al menos, lo que era en el pasado), cuyo velo se va descorriendo a medida que el Anjin pasa más tiempo con Mariko Sama y logra comprender de qué tratan las reglas que todos parecen seguir a pies juntillas: algo absolutamente diferente al modo de vida occidental.
A continuación, destacamos tres símbolos de la trama que condensan la fortaleza del show.
La verdadera fuerza está dentro
Aunque uno de los grandes atractivos de la serie es la astucia y sabiduría de Lord Toranaga (Hiroyuki Sanada), también lo es la templanza y tenacidad de Toda Mariko (Anna Sawai), lo que queda de manifiesto en el capítulo 5, “Broken to the Feist”, desde el cual se hace imposible no seguir adelante con la serie. En ella vemos el encuentro entre John Blackthorne, el “Anjin” (Cosmo Jarvis) y el esposo de Mariko, Buntaro, en una cena junto a Lady Fuji y la propia Mariko. Allí, comienza a develarse la profundidad del personaje de Mariko, sus rabias y desconsuelos internos, y la templanza con la que carga con esas emociones en silencio para cumplir lealmente con su propósito. En el capítulo anterior, le había explicado a John el concepto “The Eightfold Fence”, esa capacidad de apartarse del mundo para refugiarse en el interior. Le dice: “No se deje engañar por nuestra cortesía, por nuestras reverencias, nuestros rituales, debajo de todo eso puede haber una gran distancia”. Se trata de un comportamiento de una sensación de agencia y de control sobre el caos que cada uno aprende volcando su pensamiento al interior.
“Esto siempre se ha tratado de Mariko y el hecho de que Toranaga fue la única persona que realmente la vio y la usó para conseguir el efecto apropiado”, dijo Justin Marks a Esquire. El viaje que hace Blackthorne en la serie, más allá de sus propias ambiciones, es el de entenderla a ella y sobre todo por qué hace lo que hace. Al mismo tiempo que lo hace comprender profundamente la cultura de Japón, de algún modo, se enamora de ella, a tal punto que cuando ve a sus ex tripulantes ingleses bebiendo en una cantina, tras muchos obstáculos, se siente asqueado e incómodo. Se sienta frente a su jardín de rocas y arenas y aprende a esperar su destino, a refugiarse en su interior.
“La verdadera fuerza está dentro de [Mariko]”, dijo Sawai en una entrevista. “Las personas más poderosas son las que realmente no lo demuestran”. En Shogun los pequeños personajes también cumplen un rol decisivo en el devenir de la historia y por eso prestamos tanta atención a todo lo que ocurre. Una mujer que complace a los hombres en la Casa del Té ha aprendido por años a servir adecuadamente una taza de sake. Son reglas, pero también modos de vida que abren espacio para apreciar lo cotidiano y darle propósito a la vida, tal como propone Perfect Days.
Seppuku: Una muerte honorable y sangrienta
Otro de los aspectos más destacados de la serie es la presentación del mundo de los samuráis, así como las intrincadas lealtades y reglas que hay que seguir incluso cuando se trata de pelear una guerra. Justin Marks, creador del show, dijo que tenían un manual de instrucciones de unas 900 páginas para llevarlo a cabo y era un “cúmulo de notas, errores, lecciones aprendidas y todo tipo de cosas que hicimos a lo largo de la producción”, dijo a Esquire. “Realmente quería que, aunque no fueras un experto en historia japonesa, sintieras al menos el volumen de trabajo que había detrás. Toda buena construcción del mundo, cuando se trata de una epopeya histórica, merece ser tratada como si hubiera sido elaborada sólo para que yo la entendiera”.
El personaje de Toranaga, por ejemplo, está inspirado en Tokugawa Ieyasu, cuya llegada al poder (Shogunate) dio inicio a un reino de más de 250 años de paz y prosperidad. Para conseguirlo tuvo que librarse una de las batallas más sangrientas en Sekigahara, que no vemos en la serie. Las tácticas políticas de Tokugawa están descritas en Shogun tal como ocurrieron en la historia japonesa, pero al final de la temporada, su sueño aún está por venir. No lo vemos.
Quizás uno de los aspectos más fascinantes es el retrato de los samuráis y sus rigurosas tradiciones, tal vez la más elocuente de todas el seppuku: una forma de suicidio ritual que se originó en la antigua clase guerrera de Japón, en donde el samurái se apuñalaba en el vientre con una espada corta y bien moría lentamente o su cabeza era cortada por otro guerrero que presenciaba el ritual, y que él mismo elegía para llevar a cabo la ceremonia.
Aunque en sus orígenes surgió para que los samuráis pudieran tener una muerte honorable, expresaran su dolor por la muerte de un ser querido o como un medio de protesta, a comienzos del 1400, el seppuku se convirtió en una forma común de castigo para los samuráis que habían cometido crímenes. En todos los casos, era considerado un acto de extrema valentía, que encarnaba los valores del guerrero (Bushido). A lo largo de la serie, vemos algunos personajes importantes cometiendo este tipo de suicidio ritual, lo que otorga una profunda dignidad a sus destinos, ya sea por la convicción total de sus actos o por la aceptación de que no tenemos el control sobre la vida; pero quizás sí sobre la muerte, un tema que está en boga de otro modo en la actualidad en debates sobre la eutanasia.
We live and we die (¡esta sección tiene spoilers!)
Vivimos y morimos. No controlamos nada más allá de eso, le dice Mariko al Anjin en un momento de la serie. La vida y la muerte son lo mismo, dice ella, y ambos pueden tener valor y propósito. La gran muerte de Mariko Sama, presente en el capítulo 9, estaba en el libro, pero hay otras que fueron invenciones de los guionistas en la sala de redacción, como la de Nagakado (el hijo de Toranaga) y Hiromatsu (su servidor más leal y antiguo). Por eso, la serie ha sido comparada con Game of Thrones, por sus inesperados y trágicos desenlaces.
De algún modo, todo parece tener un sentido para los personajes, incluso las muertes más dolorosas. Justo antes de la muerte de Mariko, cuando se está tramando el gran golpe hacia sus enemigos, esta la dice a Lady Ochiba que las flores son flores porque perecen, subrayando el hecho de que su belleza reside precisamente en su fugacidad. Nada es permanente y esa certeza les permite a los personajes, y a Mariko particularmente, estar arraigada plenamente en el presente, sin pretender o ansiar nada más que añore su voluntad. La única excepción que se permite la protagonista es la pasión que siente por el Anjin, que no es nada más que un instante.
La serie ha tenido tanto éxito que ya fue renovada para otras dos temporadas. Está por verse cómo se desarrollará la historia de estos personajes sin un libro del cual echar mano. Después de ver el último capítulo quedamos con ganas de muchísimo más. Aunque esta primera temporada fue absolutamente redonda.