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Retratos fantasmas: Un íntimo collage del paso del tiempo

Muchas veces salgo del cine sin saber exactamente qué pensar o sentir de una película. Puede ser que tome tiempo formarse una opinión sobre ellas, o bien, que muchas de las cintas que vemos no nos provocan nada realmente. ¿Eso significa que no nos gustan o que no son tan buenas? No tengo una respuesta, pero sí que Retratos fantasmas, del director brasileño Kleber Mendonça Filho, me hizo pensar muchísimas cosas. Y que eso puede significar algo. 

El nuevo filme de Mendonça es un documental, algo inusual para su filmografía, que se destaca por títulos como Bacurau (2019) y Aquarius (2016). Yo no había visto nada de él antes, y realmente no importa porque este relato personal por su ciudad natal, Recife, puede atrapar a cualquiera. Es entretenido, original y está extremadamente bien narrado. Es creativo, tiene sentido del humor y me hizo apreciar la belleza del cine, esa pasión que el director sintió desde niño y que quedó registrada en las cientos de grabaciones que Mendonça  ha realizado de su casa y de su entorno a lo largo de su vida –muchas veces, sin otro propósito que jugar con las posibilidades del formato–. Gracias a estos registros, vemos a lo largo del documental cómo ha cambiado la ciudad de Recife en alrededor de 40 años, particularmente los cines de su infancia.

Como en otros centros del mundo, el director deja testimonio que lo fue un pasado glorioso hoy se encuentra sucio y arruinado por el descuido y el paso del tiempo. La vida se ha desplazado hacia otros centros y también hacia otros pasatiempos. Lo que antes eran grandes teatros para ver películas, hoy son centros comerciales, oficinas o simples edificios abandonados. El director vuelve la mirada hacia ellos con algo de nostalgia, pero sin melancolía, a veces incluso con sentido del humor, y esa constatación del paso del tiempo es algo con lo que todos pueden sentirse identificados.

La ciudad es un motivo en sí mismo: el modo en que se conectan las casas y sus vecinos, las principales arterias, los lugares asignados a lo marginado, el cambio. Pero quizás lo que más me gustó fue su relato, disfrutar de las escenas y de la música y por momentos conectar con ese Brasil que no conozco, pero intuyo algo tiene de parecido con mi ciudad natal. El gran acierto aquí es la narración que el propio director realiza sobre las imágenes a lo largo del filme, y que permiten ir hilvanando los registros visuales, con sus reflexiones e ideas. Junto con el relato de la ciudad, por ejemplo, Mendonça Filho cuenta algunos episodios íntimos de su vida, particularmente con su madre y, hacia el final, incluso se da la licencia de ahondar en la ficción y proponernos una divertida forma de terminar el filme, como diciendo ‘esto puede haber parecido una película documental, pero sigue siendo un artificio y yo su creador’. En otras palabras, es también una exploración del director sobre el cine y sus posibilidades. 

En un visionado de la película el director contó que escribió personalmente ese relato en off, y lo hizo poco a poco en su oficina. “Tenía que estar cómodo con el texto”, dijo. “La narración tiene que ser una respuesta al filme, una reacción a él y a las imágenes. Traté de no ser descriptivo, sino hacer referencia a las imágenes, pero sin describir”. Esa soltura en su escritura y capacidad para abrir posibilidades reflexivas desde una historia muy personal es el mayor acierto del filme. Al final, termina inspirando muchísimo más sobre el potencial creativo del cine y del arte en general. Qué mejor que salir de la sala queriendo crear algo también.

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