Baby Bandito

Por qué me gustaron Baby Bandito y su final

A.   Estilosa, pero cruda

La serie claramente apunta a la masividad (y qué bueno que la haya conseguido). Se ve luminosa, atractiva, ondera y juvenil. La dirección, la fotografía y la música quieren hacernos seductor el mundo del Baby Bandito y Los Carniceros. Pero no por eso escatima en crudeza y temas peliagudos. La familia del Kevin (Nicolás Contreras), como tantos en Chile y Latinoamérica, vive en condiciones paupérrimas, en un barrio peligroso, con un padre preso, obligados por la carencia a vincularse con narcos, y por añadidura también con policías, igualmente dispuestos a rapiñar de su necesidad.

Y en el desenlace también hay atrevimiento para exponer una realidad de sobra conocida en Chile, pero pocas veces tratada como tal en nuestros productos masivos: el crimen no paga… a menos que seas rico. Porque en nuestro país el dinero no se toca. Si hay un problema, a los pobres se los escarmienta, y con los ricos se conversa. Tan tan en el popín, pida disculpas, y ojalá que no lo haga de nuevo. Es lo que vemos que pasa con Génesis (Francisca Armstrong), tratada como víctima pese a la certeza de que era tan culpable como el resto de la banda. E incluso, la fiscal (Francisca Imboden) sabía que así tenía que obrar, que muy difícilmente ella sufriría castigo, así que proporcionaba una oportunidad de oro para hacerla delatar al resto (lo que Génesis no duda en hacer). También pasa con el líder de Los Carniceros (Mauricio Pesutic), tan involucrado como se podía estar en crímenes varios, pero que termina, si bien postrado, también impune.

B.    Una fórmula muy similar a la de Breaking Bad, pero original

También soy fan de Breakingbadverse. Y una idea siempre presente en la obra es la tragedia del criminal que, para salir de una pobreza asfixiante, abandona la rectitud, prospera, y termina cayendo estrepitosamente, arrastrando con ello incluso a sus seres queridos. Walter White vivía en la frustración de tener una vida miserable. No tenía dinero, admiración, ni reconocimiento profesional, pese a sus capacidades descomunales. Confiado en ellas, se convierte en un criminal exitoso y sumamente peligroso. Y justo cuando su éxito parecía algo irreversible, todo se desmorona, dejándolo a él, a sus seres queridos, y a tantos otros a su paso, muertos o arruinados. Lo mismo puede decirse del camino que recorre Jimmy McGill/Saul Goodman.

Ese planteamiento, probado ya en dos series del mismo universo, claramente funciona. Y es que es emocionante seguirle los pasos a quien toma un rumbo impensable para nosotros, pero que no por eso no comprendamos, al punto en que –primero con culpa, después ya como admitidos partidarios– nos alegramos de sus éxitos y sufrimos sus tantos reveses. 

Es lo que pasa con el Baby Bandito. Entendemos lo mal que lo pasa su familia, que él quiere ayudarlos y asegurarse un mejor pasar para sí y para su chica. El muchacho es astuto y audaz, y el destino lo pone frente a una oportunidad de oro que no desaprovecha: el plan de Los Carniceros de un robo millonario. Con admirable resolución, el Kevin hace suyo el plan, y hasta reúne el equipo idóneo para ejecutarlo. El resto, tal como en Breaking Bad: se cometen errores, una cuota de mala suerte y todo se va a las pailas. 

Solo que no es tan así. Porque si bien su destino es similar, el Kevin no es Walter White. No solo no es tan diabólico como él, sino que tampoco tiene ni una sombra de su genialidad. Baby Bandito es en verdad la historia de un muchacho arrogante y temerario, que tiene la pésima idea de tratar de meterse, desde la nada, en las más altas ligas del crimen, y si bien las circunstancias le permiten algunos logros, todo el resto fue fracaso tras fracaso.  

Y es que Baby Bandito es un Breaking Bad que nos engaña. Nos deslumbra con las luces y el carisma de los personajes, y no nos dejar ver hasta ya avanzada la trama lo absurdo que siempre fueron el protagonista y sus ideas. El Kevin nunca fue brillante, solo era muy atrevido, y estaba bien relacionado. A saber, tiene las pésimas ocurrencias de seguir a un maleante peligroso, de robarle un plan millonario a su banda; de pretender también robarles el vehículo con que se ejecutaría el plan, sin más precauciones que presentarse como un sobrino del jefe. Luego del robo del dinero, el abandono del mesurado plan impuesto por el Pantera (Pablo Macaya) para evitar la captura, el viaje a Italia, la ostentación desenfrenada, etc. Con el tiempo, vemos que prácticamente todo lo que salió bien de esta impensable aventura se debe a un poco de buena suerte, y a la ayuda y los contactos del Pantera. El resto fue locura y desenfreno. Y es parte de lo que me encanta del final. Si la maldad de Walter White es lo que da sentido dramático a su caída, la del Baby Bandito se nos hace finalmente tan natural por su estupidez. 

Como Heisenberg, el muchacho cimentó su propia caída y la de casi todos los que lo acompañaron o se le cruzaron. Jugó con fuerzas que lo superaban y en eso provocó la persecución policial, la guerra criminal y muertes por doquier. Tanto su clan como el de Los Carniceros quedó destrozado. Sus dos padres muertos, su madre, su pareja y su hijo abandonados por él, el Panda (Lukas Vergara), tras las rejas y moralmente malogrado; la Mística (Carmen Zabala) prófuga. Y para qué hablar de Los Carniceros, cuyos miembros quedaron muertos, encarcelados o físicamente destruidos. El propio Baby Bandito, también perseguido y, ya conocedor de que su proximidad acarreaba la desgracia, condenado a vivir solo, pobre y en la clandestinidad.  

En definitiva, vemos en Baby Bandito y su final una trama similar a la de Breaking Bad, que usa logradamente sus elementos trágicos, sin por eso dejar de darnos una historia muy original, con particularidades tan propias como atractivas.

C.   Y finalmente, el referente de referentes: la tragedia griega

Como la historia de Heisenberg, la del Baby Bandito es finalmente una tragedia griega. En muy resumidas cuentas, la fórmula helénica tenía un héroe que se encontraba en una alta posición, que incurre en el pecado de la arrogancia (hybris) y sufre una estrepitosa caída, previamente anticipada por un oráculo o por los dioses, que lo lleva a la ruina y/o la muerte. Es, por ejemplo, el caso de Aquiles, que en plena Guerra de Troya, y siendo el mejor guerrero de los suyos, producto de una riña con el rey aliado Agamenón abandona a sus compatriotas griegos en la lucha, dejando a muchos morir en manos de Héctor y los troyanos, lo que finalmente produjo también la muerte de Patroclo, su compañero de armas más amado, acarreando al héroe la desgracia y el arrepentimiento. 

De esta misma forma, el Kevin, el héroe de esta historia, cuyo devenir nos es de antemano revelado por la secuencia que abre la serie, incurre en la arrogancia de creerse capaz de liderar exitosamente un arriesgado robo y salir impune de ello. Incluso, da su éxito por definitivo, e incurre en la torpeza de hacer ostentación en redes sociales de su recién adquirida riqueza. Como a Aquiles enterándose de la muerte de Patroclo, el mundo se le viene abajo de un momento a otro. Pierde su dinero, es traicionado por su amada y cae en manos de la policía. El resto de la historia solo le trae más desgracias. Así, el Baby Bandito pasa de pobre a millonario, junto a la chica de sus sueños, solo para tener una durísima caída producto de la arrogancia y la estupidez. 

Es lo mismo de lo que nos hablaban los griegos. Es la eterna historia de la vulnerabilidad humana, el relato que nos recuerda que la caída y el sufrimiento son parte inseparable de nuestra condición. Es la alegoría sobre la certeza de que nuestra carne y nuestra mente son débiles, y que al final, seamos quienes seamos, nadie está libre de que el destino, o la propia estupidez, nos hagan caer. 

¡Ahora también puedes escucharnos! Encuentra nuestro podcast, «Diálogos sobre cine», aquí.

Crédito de la imagen: Netflix

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