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La memoria infinita, porfiada y necesaria

Van pocos minutos de película y en la sala del Chinese Theater, donde se realiza el festival LALIFF, se mezclan los sonidos de la canción “¿A dónde van?”, de Silvio Rodríguez e interpretada por Manuel García, y los sollozos del público. Ese sería el tono por el resto de la noche. En La memoria infinita (2023), Maite Alberdi (El agente topo, La once) invita al espectador a un viaje difícil, lleno de claroscuros y de preguntas que, por más que uno se cabecee, no va a poder responder. Nos hace testigos –una vez más– de la tragedia de la vida, que se manifiesta con fuerza más tarde que temprano, y que nos hace pensar en nosotros mismos, en nuestras relaciones, en cómo serán nuestros últimos días. La exploración del alzhéimer de Augusto Góngora, y de su linda relación con Paulina Urrutia, con sus libros y con Chile, es cruda, cómica y emotiva. Y certera en su mensaje, compartido por el filme y su fallecido protagonista: vale la pena recordar. 

La película, cuya grabación fue realizada en parte por la propia Urrutia, nos da un acceso privilegiado a la experiencia de Góngora con su enfermedad. Duele verlo consciente de ella, del abandono de su lucidez, de su capacidad de discernir. Duele, también, ver a Urrutia observar cómo él se va alejando de ella, a veces con rabia, otras solo con extravío. La dureza de mostrar la angustia y el conflicto, como suele ocurrir en el cine de Alberdi, está muy bien balanceada con momentos de goce, de risas e iluminación. Vemos a Góngora bailando y haciendo bromas. Ríe mucho, como lo hace quien se decide a disfrutar la vida. Por supuesto, las risas y las ganas de vivir llegan hasta donde pueden llegar, y eso es un tema que el filme enfoca de manera sutil: ¿tiene sentido vivir más años, pero “como las pelotas”? Este problema, que trasciende a Chile, ha sido abordado por directores como la brasileña Carolina Markowicz en su cinta Carvão (2022) –que también se presentó en LALIFF– y la japonesa Chie Hayakawa en Plan 75 (2022), y se puede predecir que aparecerá cada vez más. 

Otro gran tema del filme es la memoria histórica. El filme se encarga de recuperar la historia de Góngora como reportero preocupado de contar y mostrar el drama de la dictadura de Pinochet: las violaciones a los derechos humanos, la injusticia, la pobreza. Conocemos –los que no lo conocíamos– su pasión por revelar lo que el país se esmeraba en ocultar, su lucha pacífica por exponer la verdad y su participación en el libro La memoria prohibida (1989), donde se habla en detalle de los abusos del régimen. El paralelo planteado por Alberdi funciona perfecto: Góngora sabe que la extinción de sus recuerdos es también la de su identidad, y la misma suerte corre Chile si no se atreve a mirar para atrás. A cincuenta años del golpe de Estado, cuando un 36% de los chilenos entre 18 y 35 años dicen saber poco o nada de la dictadura (Encuesta CERC-MORI 2023), Góngora, de manera póstuma y de la mano de Urrutia y Alberdi, vuelve para contarnos lo que costó mantener viva la historia y lo importante que es darle pelea a los silencios y olvidos que, algunos insisten, serían claves para la “buena convivencia”. Afortunadamente, como lo prueba la película, la memoria es incluso más porfiada que las ganas de olvidar. Y vaya que es necesaria. 

Góngora expresa esa porfía en todo sentido. Como lo dijo Alberdi en La Tercera: “Augusto Góngora, hasta el final, siempre recuerda cosas”. Se pierde por momentos. En su mente. En el pasado. En su reflejo, incluso. Pero siempre vuelve. Y cuando lo hace es fascinante: se ve en sus ojos, en su expresividad, en su capacidad de querer, de devolverle el alma a Urrutia. Ese breve momento, capaz de llenarnos de tranquilidad y alegría, lo conocemos todos quienes tenemos, o hemos tenido, a un ser querido con alzhéimer. Es un momento preciso, limitado, que requiere estar ahí para verlo y sentirlo. El cine de Alberdi tiene ese sello: su cámara es capaz de captar esos momentos que se le escabullen al cine, que suelen quedarse en la realidad. Desdibuja lo que es una película y lo que es la vida. Y ese acierto tiene resultados como ganar el Gran Premio del Jurado a Mejor Documental en Sundance o, más importante aún, demostrar el incalculable valor de recordar.

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Photo: MTV Documentary Films

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