Dos pies pequeños, con las uñas bien pintadas de rojo, pisando sin apuro, uno tras otro, una aterciopelada alfombra rosada que se les cuela entre los dedos. Ese plano, que es lo primero que nos muestra Sofia Coppola (Las vírgenes suicidas, Perdidos en Tokio,) en Priscilla (2023), su nueva película, ilustra la delicadeza del filme, cuyo cuidado estético, como suele ocurrir en su cine, tiene una cualidad fascinante. La directora vuelve a tocar temas que hemos visto en su filmografía, como la joven mujer a la sombra de un hombre poderoso (Somewhere, María Antonieta), o cultura del lujo (Ladrones de la fama), que aquí se combinan con una historia única y de interés global: la relación entre Priscilla Presley y Elvis, quienes son interpretados magistralmente por dos estrellas en ascenso, Cailee Spaeny (Titanes del Pacífico: la insurrección) y Jacob Elordi (Euphoria).
Aquella delicadeza, eso sí, es interrumpida por los arrebatos del denominado Rey del rock, cuya mítica imagen recibe varios rasguños: tanto así, que la compañía que maneja los derechos de sus canciones no le cedió ni una sola a Coppola. No es un problema para el filme, que de todas maneras luce un soundtrack sesentero de lujo (un imperdible en Spotify). “Venus”, el placentero clásico de Frankie Avalon, es parte de la lista, y en su letra nos explica, en resumen, de qué va la historia. “Venus, if you will / Please send a little girl for me to thrill”, dice la canción en el comienzo, un ruego que se ajusta a lo que Elvis podría haber pedido en 1959, cuando, con 24 años, conoció y comenzó su relación con Priscilla, una adolescente diez años menor.
La cinta nos muestra el camino de este romance, desde que se conocen hasta que se divorcian, de manera episódica, deteniéndose, por ejemplo, en el momento en que Elvis, ya convertido en estrella, convence a los padres de Priscilla de dejarla mudarse a vivir con él aún sin terminar el colegio; también en sus momentos más felices, cuando comparten solos en su habitación o con amigos en la mansión del cantante; y especialmente en los más difíciles, como cuando Elvis –mostrado como alguien dependiente de las drogas– pasa a llevar a Priscilla ya sea con sus habilidades manipuladoras, sus aires de grandeza, su inestabilidad emocional o sus actitudes violentas.
Coppola, quien basa su filme en el libro de memorias Elvis and Me –escrito por la propia Priscilla Presley, también productora de la cinta, y Sandra Harmon–, nos revela el laberinto en que se vio atrapada Priscilla: por un lado, estaba enamorada y era correspondida por el hombre más deseado de la época, y además tenía acceso a los mayores lujos; por otro, su capacidad de desarrollarse como persona se encontraba con los límites que ponía, según su humor, Elvis, el dueño de casa y el adulto de la relación. Es interesante comparar este retrato del cantante con el que propone Baz Luhrman en Elvis (2022): si en esta última es el ícono del rock a quien vemos asfixiado en las garras de su representante, Colonel Tom Parker, en la versión de Coppola Elvis es el victimario, y quien no logra escapar es su pareja. Sobre esta mirada hacia Priscilla en el filme, Coppola comentó en Rolling Stone: “Trato de no juzgar a ninguno de los personajes y de ser tan comprensiva como pueda de cada uno de ellos. Y estoy realmente enfocada en su perspectiva (de Priscilla), pero incluso con los padres, es como, ‘¿cómo puede alguien dejar a su hija ir a vivir con Elvis siendo así de joven?’”.
“Siempre estoy interesada en las historias sobre la identidad y sobre cómo las personas se convierten en quiénes son. Para mí, esa transformación es interesante”, dijo también directora. La pregunta es, ¿logramos ver esa transformación? A nuestro juicio sí, pero solo hacia el final y de manera sutil. Priscilla es, la mayor parte del tiempo, la joven inocente, pasiva y atribulada que se debate entre el encanto por lo que vive y la duda ante lo que se está perdiendo. El comportamiento errático de Elvis y el paso de los años la van haciendo reaccionar hasta lograr ser ella misma, Priscilla, con sus amigos y actividades, y no “la novia de”. Destaca en esa evolución la interpretación de Spaeny, quien fue premiada como Mejor Actriz en el Festival de Venecia, y quien parece hipnotizar a la cámara –y con ella, a la audiencia– con su rostro, sus gestos y sus vestidos, muchas veces en primer plano. La actriz tiene el gran mérito de ser creíble tanto como una tímida muchacha de 14 años como siendo una mujer resuelta de 27.
La representación del Elvis inestable, confundido y soberbio también quedó en muy buenas manos. Elordi ya tenía experiencia siendo el chico guapo, tierno, soberbio y cruel, todo a la vez, con su personaje Nate Jacobs en Euphoria. En Priscilla repite la receta, aunque aquí su personaje es definitivamente más encantador, enérgico y lúdico, características a las que el actor se adapta perfectamente. Sobre su polémica representación de Elvis, Coppola comentó: “Nunca quiero derribar a alguien y faltarle el respecto. Pienso que genera empatía ver sus luchas y su lado humano, pero definitivamente hay mucho folclore sobre él como un dios”. La película, que ya se estrenó en salas en Estados Unidos, llegará a los cines de Chile y Latinoamérica a pocos días de terminar este año, y a España el 14 de febrero de 2024.
Crédito de la imagen: A24