Triangle of Sadness - Credit Neon

Triangle of Sadness: El placer (y el horror) de la rebelión

El cine de las sensaciones y el exceso, en el análisis de Linda Williams, está directamente relacionado con el placer. Frente al terror se expresa en gritos de miedo, ante el melodrama se manifiesta en sollozos, y cuando se trata de pornografía se asoma en espasmos. Triangle of Sadness (2022), dirigida por el sueco Ruben Östlund (The Square) y ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, comparte la cualidad de traspasar lo que sienten sus personajes a la audiencia a través de reacciones corporales. Pero, tal como el cine de Gaspar Noé (Irreversible, Enter the Void), propone una cóctel de sensaciones que apuntan tanto al placer como a la incomodidad, el asco y el mareo. ¿Por qué hacer pasar al público por esta experiencia?

La respuesta a esta pregunta está conectada con la razón de ser del filme: hacer una crítica brutal –pero graciosa– al actual orden social. El filme tiene como protagonistas a la joven pareja compuesta por el modelo Carl (Harris Dickinson) y la influencer Yaya (Charlbi Dean), quienes toman un exclusivo crucero en el que viajan personas de mucho dinero, la tripulación –dividida entre quienes tienen contacto con los viajeros y quienes no–, y el Capitán (Woody Harrelson), un hombre orgulloso de “resistirse” a las garras del capitalismo, pero hipócrita en sus acciones. El paseo termina en una tragedia y ahí, con los sobrevivientes conviviendo en una isla, empieza la segunda parte de la película, otra película, donde el orden social que existía en el crucero, que es el que todos conocemos bien, con el hombre blanco en la cima y la piel de color en el fondo, se da vuelta por completo. Todo esto, bajo una capa de humor negro e ironía difícil de digerir.

La escena que más incomodidad busca generar –y vaya que lo logra– ocurre en medio de una tormenta. Los acomodados comensales acuden al restaurante del crucero para su cena, pero el vaivén del crucero no les permite comer ni beber en tranquilidad. Aun así, se quedan. Es uno de los instantes donde el filme relaciona al adinerado con quien cree que todo lo puede: hacer que la tripulación deje sus funciones para “pasarlo bien”; tener una cena elegante cuando la naturaleza advierte que no es el momento. El constante y pronunciado movimiento del crucero termina en una ola de vómitos y problemas estomacales que desnuda la fragilidad humana de los poderosos: el dinero no lo podía todo. Este mareo en el poder, como podríamos llamarlo, no tiene como únicas víctimas a los personajes. Nosotros, el público, también debemos pasar por ello. El vaivén del barco es imitado por el de la cámara, que con un movimiento lento y constante por minutos que se hacen eternos nos hace sentir mareados y, poco después, asqueados por el río de excremento que se esparce por la nave. Östlund nos quiere decir que la realidad en que vivimos, con la extrema desigualdad que admite, nos debería tener tan mareados y asqueados como a sus personajes. Una metáfora poderosa, pero tan extrema que puede hacer que el espectador salga de la sala o apague el televisor. ¡Y ahí pierde sentido!

En general, el filme es una oda a la contradicción. Queda claro con la discusión entre Carl y Yaya, ambos exitosos y pintosos, sobre quién paga la cuenta del restaurante, conversación en la que se pone en entredicho el cambio en los roles del hombre y la mujer. También en la larga y absurda noche de tragos entre el Capitán y el millonario ruso Dimitry (Zlatcko Burić), donde cada uno lanza venenosos y certeros dardos al modelo capitalista y comunista, respectivamente, imponiendo su diálogo a los oídos de todas las personas a bordo. Y, por último, en la segunda parte del filme, donde Abigail (Dolly De Leon), una de las trabajadoras “escondidas” del crucero –es morena, de origen asiático y se dedica a la limpieza –, pasa a tener el poder: en la isla es ella, una mujer que no gozaba de privilegios, y no el resto de los sobrevivientes, quien tiene las habilidades necesarias para no morir, por lo que a los demás no les queda otra opción que seguir sus reglas.

El placer de ver el orden trastocado, sin embargo, no dura mucho, y es aquí donde está la paradoja: en caso de llegar al poder, de concretar la rebelión, quien solía estar abajo en la escala social se comporta igual que quien ocupaba hasta hace poco ese sitial, pasando por encima del resto y defendiendo su posición como sea. La pregunta para Östlund es, entonces, ¿hacia dónde debemos ir? ¿hay un orden al que podamos aspirar? En Triangle of Sadness todos los caminos son dinamitados.

Photo: Courtesy Neon Cinema

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