Mufasa

«Mufasa»: Disney tropieza con la misma piedra

Confieso que en la primera incursión de El Rey León en el mundo del live-action (2019), bajo la dirección de Jon Favreau, me puse del lado de Disney. Se trataba de un remake casi calcado de la extraordinaria cinta de 1994, que nos permitió ir a ver la historia de Simba al cine una vez más. Por supuesto, eso no le bastó a la crítica, que, si bien reconoció los avances técnicos del filme, no le perdonó el costo de su hiperrealismo: las emociones brillaban por su ausencia. En 2024, quizás motivado por los más de $1.600 millones que recaudó aquella adaptación, el estudio de Mickey Mouse redobló la apuesta, al presentar una historia basada en los personajes del clásico noventero, pero desconocida hasta ahora. Se trata de Mufasa: El Rey León, película live-action dirigida por Barry Jenkins (Moonlight, The Underground Railroad) que está actualmente en los cines y que, aun cuando agrega detalles interesantes a la historia que todos conocemos, cae en la misma trampa que su antecesora.

El filme cuenta la historia de Mufasa, el fallecido padre de Simba, desde que es un cachorro hasta convertirse en rey. Para esto, se utiliza un recurso similar al que se usó en El Rey León ½ (2004) –si no la han visto, no es un mal panorama–, donde Timón y Pumba revelan, en una sala de cine, el tras bambalinas de las escenas más memorables de El Rey León. Ahora es Rafiki quien hace de cuentacuentos, y quienes escuchan son Kiara –la hija de Simba y Nala, en una referencia a la olvidada El Rey León 2 (1998)–, Timón, Pumba y nosotros. El mandril comienza narrando la infancia de Mufasa, donde un accidente lo separa de sus padres y lo lleva a encontrar una nueva manada, a la que pertenece Taka (eventualmente conocido como Scar), un cachorro cuyo futuro le asegura ser rey, y que se terminará convirtiendo en su hermano. Los vaivenes de la relación entre estos dos leones, que pasa de la amistad y admiración hasta la envidia y los celos, son el corazón de la cinta, cuyos mejores pasajes ocurren cuando los vemos crecer juntos y enfrentar sus primeras aventuras. Cuando Sarabi, una leona que también proviene de una familia real, se une a su periplo, comienza un triángulo amoroso que no tiene vuelta atrás.

La película, fuera de su dispositivo narrativo, busca ser fiel a la esencia de El Rey León en su estructura dramática, presentando una nueva versión del viaje del héroe, con Mufasa como el felino llamado a adaptarse a las difíciles circunstancias que le presenta la vida, y luego a aceptar el lugar que le corresponde en la selva, lo que implica batallar con quienes lo quieren impedir. Esta vez el enemigo no son el tío malvado y sus hienas, sino una temible manada de leones blancos –dignos enemigos, sin duda–. Los aliados, en tanto, no son Timón y Pumba, sino que Taka y Sarabi, lo que, con sus virtudes, marca una abismal diferencia con la original: escasean los momentos divertidos. De hecho, la cinta trata de encontrarlos en los quiebres donde Timón y Pumba buscan boicotear la narración de Rafiki, pero el intento es muy insuficiente. Así, Mufasa: El Rey León puede ser descrita como un drama de acción –hay muchas y buenas escenas de acción–, o una película de aventuras, pero casi sin humor.

Si a esta falta de elementos cómicos le agregamos lo difícil que es conectar con los personajes, y hasta recordarlos, dado el extremo realismo de la técnica de animación, el resultado es un filme que no logra situarse a la altura de El Rey León. En el éxito de la cinta original, un punto clave fueron los personajes: yo quería tener la polera con la cara de Simba y a Timón y Pumba en juguetes. Podía dibujarlos de memoria. Recuerdo sus expresiones de alegría, de pena. Sus emociones. Aquí, los niños que vean la película, ¿van a saber distinguir a un león de otro? ¿reirán con ganas en algún momento? ¿recordarán alguna emoción en la cara de los leones? Me aventuro a decir que no. ¿La técnica? Sí, más impresionante que nunca. También las escenas de acción y los paisajes donde transcurre la historia. Pero la expresividad y la emoción son claves en una película para ser querible, y más todavía si es una historia original, sin imágenes en las que apoyarnos en nuestra memoria. Una lección que ojalá Disney entienda, aun si esta precuela también pasa del billón en taquilla, lo que al día de hoy se ve muy, muy lejano.

Por último, la música de la cinta merece una mención especial. Como es costumbre, Lin-Manuel Miranda sale bien parado del gran desafío de crear las canciones para esta cinta. Aunque no tan efectivo como en Moana (2016) y Encanto (2021), el actor y compositor creó un par de canciones memorables, como “Yo siempre quise un hermano” y “Di que eres tú” –esta última en la shortlist del Oscar a Mejor Canción Original–, y logró transmitir una experiencia sonora que hace referencia a El Rey León, pero que suma nuevos tintes, dándole al filme sus momentos más emocionantes y lúdicos, que, como ya se dijo, no son demasiados. Hay que aclarar, eso sí, que la música creada por Hans Zimmer y Elton John para la primera película de nuestros queridos leones mantiene su estatus de intocable.

Crédito de la imagen: Disney Enterprises

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