Su aterrizaje en el mundo de las letras no pudo ser mejor. Con Debimos ser felices (2020), su debut literario, Rafaela Lahore (37) recibió el premio a Mejor Novela Inédita, del Ministerio de las Culturas, y fue finalista del Premio Municipal de Santiago. “Más allá de las buenas críticas, lo que más me ha conmovido es cuando me han mandado mensajes como ‘no te conozco, pero leí tu novela y…’, te dicen cosas fuertes a veces, eso me pone contenta”, señala la autora. Nacida en Uruguay y residente en Santiago desde 2017, la periodista y novelista pasa sus días trabajando como editora para el proyecto Memoria Creativa y dando los primeros pasos de lo que será su segunda publicación –“medio en broma te dicen que, si te fue bien con la primera novela, lo que te queda con la segunda es fracasar”–. En ese contexto, rodeada de ideas, historias y libros, la joven autora se dio el tiempo de conversar con En Trance.
Cuando estamos en un mundo tan lleno de distracciones, como las redes sociales y las noticias, que, creo, a los periodistas nos puede pegar más fuerte que al resto, ¿cómo lo haces para salir de eso y sentarte a escribir?
“Esa es la pregunta del millón. Me lo imagino como el hámster dando vuelta en la ruedita, y la escritura y la lectura tienen un ritmo que es distinto, más lento. También está el tema de la productividad, porque en este mundo hacer cosas como leer y escribir, casi que uno siente que está perdiendo el tiempo, y es raro, porque es lo que más me gusta hacer. Pero sí, siempre está el podcast nuevo, la serie que hay que ver, las noticias, es difícil. Las horas de oficina también. O el típico el scroll, de repente estás 15 minutos y dices ‘no hice nada y podría estar leyendo un libro’. A mí me costó mucho el año pasado, que ya tenía la idea de un nuevo proyecto. Me pasó que después de la pandemia estoy queriendo salir, con una vida más hacia afuera que hacia adentro. Justo en estas semanas me empecé a enganchar con la escritura. Te diría que en el momento en que le doy tiempo a la lectura me dan ganas de escribir. Pero tengo que hacer un esfuerzo”.
¿Tienes algún tipo de ritual para lograr salir de la rueda?
“Sí, claro. Después de trabajar, de noche, pongo un disco en particular que ahora me funciona como el perro de Pavlov: cuando lo escucho me pongo en modo escribir. Es un álbum de Gustavo Ripa, un guitarrista uruguayo que hace discos instrumentales de canciones típicas uruguayas. Lo pongo así y me mete, no me distrae porque no tiene letra ni nada, y estoy sola, con la puerta cerrada, escuchando eso, y tengo libros cerca siempre. Debimos ser felices la escribí escuchando ese disco, es como la banda sonora».
Debimos ser felices es un libro que, de manera fragmentada, cuenta la historia de la relación entre una abuela, una madre y una hija, desde el punto de vista de esta última. Los eventos ocurren en Rivera, una pequeña ciudad al norte de Uruguay, Montevideo y Santiago, y suelen transmitir la sensación de una tragedia familiar que está por ocurrir, pero desde el tono inocente y a ratos desapegado de la narradora, quien cuenta la historia desde una prosa poética que la autora practicó desde muy joven, a través de la cual crea imágenes que por sus detalles podrían ser parte de un guion de cine: “los últimos dos años de mis estudios universitarios fueron en audiovisual. En un comienzo quería hacer fotografía, filmar”.
El camino de Lahore para llegar a esta obra comenzó en un taller de periodismo dictado por Leila Guerriero en El Salvador, en 2015: “El ejercicio era escribir una pequeña semblanza, de estilo periodístico, sobre nuestra madre. Al principio entrevisté a mi mamá muchas veces. También fui al hospital psiquiátrico donde estuvo mi abuelo Amantino [personaje relevante en el libro]. Quería conseguir la ficha para conocer su diagnóstico. No la obtuve y llegado un momento tampoco me importó tanto, porque dije ‘bueno, empiezo con esta historia real, que está inspirada en mi madre y mi familia, y después la abro y le meto un poco de ficción’. Eso me pareció más interesante”.
Hace poco entrevistamos a Javier Rodríguez, autor de Zona de promesas, y comentó lo importante que fue para él pasar por el taller de Luis López-Aliaga. Entiendo que también fue relevante en tu camino.
“De hecho, en el último taller que hice con Luis estuvimos los dos. Yo llegué a Chile en marzo de 2017, y ese mismo año hice el primer curso con Luis. No tenía mucha experiencia de talleres y me encantó, porque él trabaja por proyecto, entonces tienes tiempo para profundizar en lo que estás haciendo, para hacerte preguntas y recibir feedback de tus compañeros. En ese momento en que uno no sabe si lo que está escribiendo es una porquería o si está bueno, me parece que me ayudó mucho. Después Luis se terminó transformando en mi editor, porque él, que tiene la editorial Montacerdos, en un momento me dijo ‘te lo queremos publicar’. Haber caído a ese taller fue clave”. Hasta la fecha, Debimos ser felices ha sido publicada en cuatro países: en Chile y Argentina por Montacerdos, en España por La Navaja Suiza, y en Uruguay por Criatura Editora.
Un concepto importante en la novela, y que queda claro desde el primer párrafo, es la muerte, y específicamente el suicidio. ¿Por qué elegiste este como tu primer gran tema?
“Eso fue lo que me impulsó a escribir el libro. Así como la novela empieza con un fragmento donde la protagonista encuentra una nota de suicidio de su madre, que la impulsa a iniciar una búsqueda para entenderla, en mi caso, como autora, también me interesaba hacer una búsqueda hacia los temas mentales, la muerte, explorar qué puede llevar a alguien a escribir algo así. Por eso la novela va constantemente para atrás. Quizás la respuesta no está en la mamá, quizás está en los abuelos. El tema de la salud mental atraviesa toda la novela: esta incomunicación entre la madre y la hija, de que la hija por más que haga todo el esfuerzo posible nunca va a poder estar en el lugar de la madre ni entender realmente su sufrimiento. Me interesaba esa imposibilidad, pero tampoco es una novela que disfrute de lo negativo, sino que está equilibrada con cuestiones más luminosas”.
La relación entre las mujeres es otro tópico muy protagonista. Los personajes masculinos, creo, podrían describirse como pasajeros.
“Sí, yo no me había dado cuenta, pero los hombres suelen estar más desdibujados. Y supongo que es porque la historia que realmente me interesaba era esta línea femenina: hija, mamá y abuela, cómo hay muchísimas cosas que se van heredando entre ellas. También está esa cosa de siempre volver, de protección, pero no con una visión idealista de la relación entre mujeres, sino también dando cuenta de lo conflictivo que puede ser. Tampoco es que quería dar un mensaje sobre la sororidad de las mujeres. Me interesaban esas tres historias en particular, que muestran una relación muy estrecha, y que es algo que veo también en las familias de mis amigos, entre las mamás y las abuelas”.
Otro aspecto importante de la novela son los recuerdos de infancia, que se perciben como muy vivos, desde la ternura o ingenuidad, usando palabras que gatillan recuerdos. ¿Cómo lograste llegar a ese tono?
“Para mí lo que tienen los primeros libros es que uno estuvo de cierta forma escribiéndolos toda la vida. Por ejemplo, en un momento se habla de una tortuga que tiene la protagonista, y hay un texto sobre la muerte de la tortuga. Eso lo había escrito hace mucho tiempo, con algunas variaciones, pero lo tenía, porque era algo que me había impactado en su momento, pensar en los animales que terminan en un tacho de basura en las ciudades. Y así con otras cosas que tienen que ver con mi infancia. La mayoría no las tenía escritas, pero sí uno las tiene dando vueltas en su cabeza y entonces surgieron solas al momento de escribir”.
¿Hay mucho de no ficción en el libro?
“Hay mucho que me pasó a mí. Lo que sí cambió, a veces, es el contexto. Por ejemplo, había cosas que me pasaron de grande y que están puestas con una voz más infantil, más vulnerable. Me interesaba jugar con eso. Por ejemplo, yo tengo hermanos y no aparecen. Traté de crear un personaje, una protagonista, que estuviera un poco sola con la mamá, ahí es cuando empiezo a ponerle ficción. Esta no es mi autobiografía, y es difícil a veces hacer esa distinción, porque las cosas se pueden entender de forma literal, sobre todo para las personas más cercanas. Una vez me escribió una amiga de mi mamá para decirme que yo me había equivocado, porque en realidad mi mamá había vivido en otro lado que no puse, y me llamó muchísimo la atención, porque es una novela. Siempre está la expectativa del lector de que cada frase sea así, textual. Pero bueno, también es un juego y uno juega porque uno se metió en las patas de los caballos y decidió escribir una novela así”.
Otro punto que resalta mucho en Debimos ser felices es la nostalgia, hacia la casa en Rivera, hacia los cambios en general. ¿Por qué te interesó explorar esa sensación?
“Ahí traté de trasladar esa nostalgia que veía en mi madre, y que la tenemos todos, de esa infancia perdida, que incluso se ve en que los lugares ya no existen más. O sea, en Rivera antes había plantaciones y vivían los caballos, y ahora es una plantación forestal. Igual, como buena uruguaya, soy una persona muy nostálgica, me gusta el tango…. Nuestra fiesta máxima, cuando salen más personas, es el 24 de agosto, que es la Noche de la Nostalgia. De hecho, la novela que quiero escribir ahora tiene esto también, del paso del tiempo, una mirada nostálgica sobre la vejez. No son temas muy pop en realidad”, dice entre risas.
¿Nos puedes dar más detalles de lo que estás escribiendo?
Estoy recién empezando mi segundo libro. Tengo una idea que me motiva y que tiene algunas similitudes con Debimos ser felices, en el sentido de que ahonda en temas familiares, en lo íntimo. También quiero que tenga mucha mirada, y la protagonista es una mujer. Es un texto más ficcional, más cronológico, y está acotado a un tiempo cortito, que son como dos meses, en cambio en Debimos ser felices son décadas.
¿Es distinto encarar la escritura de una segunda novela?
Lo que me pasó cuando terminé la primera es que uno dice bueno, ¿tengo algo importante que decir como para escribir otra? Pero ahora siento que sí tengo cosas para decir. Estoy muy tranquila. Quizás más cerca de cuando esté por publicarlo me podría llegar a poner más nerviosa, pero… Igual es un proceso tortuoso, de cierta forma, porque a mí me cuesta escribir, me cuesta llegar a lo que quiero decir como lo quiero decir. A veces digo ‘no puedo’, ‘no sale’, ‘ya está’, pero igual uno sigue intentando. Ahora estoy creando personajes desde mi imaginación, o basados en personas que conozco, y me impresiona cómo un personaje inventado tiene la misma potencia que un personaje inspirado en la vida real, o incluso un personaje de periodismo, eso me impresionó. Fue un hallazgo que tuve ahora, de decir bueno, para mí esto es un material tan verdadero como con el que trabajo cuando hago periodismo, por ser literatura no es menos real que lo otro. Están como esos procesos de preguntas nuevas que uno se va haciendo, y que también va respondiendo solo y aprendiendo y no sé, recién estoy empezando, así que estoy entusiasmada.
Bueno, muchas gracias por reflexionar con nosotros sobre tantas cosas, y ¡mucha suerte con tu nuevo libro! Para terminar, ¿estás leyendo algo en este momento?
“Estos días estoy leyendo Noches azules, de Joan Didion, que me está gustando mucho. Había leído El año del pensamiento mágico hace unos meses y me encantó. Ambos son sobre el duelo. Y terminé de leer el otro día una novela gráfica chilena que se llama Un volcán estalló en el mar, de Carola Josefa, que es sobre una protagonista que se va de viaje a Islandia a visitar al papá, que trabaja ahí, y tiene todo un viaje personal, con cuestiones surrealistas, está precioso. Lo recomiendo.