El periplo del escritor y periodista chileno Javier Rodríguez (33) en la literatura está en fase de despegue. Junto a Zona de promesas, su ópera prima publicada en diciembre de 2021 por Provincianos Editores, el autor se graduó del Master en Escritura Creativa de la Universidad Complutense (Madrid) con un inédito libro de cuentos que “recorre el imaginario de los pájaros”, escribió los primeros textos de un proyecto que tratará sobre su querida Unión Española, y participó en la redacción de Carlitos Cachaña (Planeta) obra del exfutbolista Walter Montillo lanzada en julio de este año. Sin embargo, el camino que derivó en este prolífico momento no fue sencillo.
Antes de que Zona de promesas llegase a las librerías, Rodríguez trabajó en otro proyecto cuyo final fue un duro choque con la realidad: “Yo tenía una idea muy preconcebida de lo que era ser escritor: voy a sacar un libro, lo voy a publicar, voy a ganar plata, muy ese modelo boom latinoamericano. Y el mundo de la literatura en general y de las carreras artísticas, en Chile y en otros lados, está súper precarizado. Depende mucho de los pitutos, del azar. Yo no era consciente de nada de eso. Envié lo que tenía a todas las editoriales y me dijeron que no. Fue doloroso, pero también fue bueno como para preguntarme por qué escribía, por qué quería hacer literatura, y no era pa’ eso. Estaba errando heavy el objetivo”.
La respuesta frente a este escenario fue más trabajo y experimentación: “Seguí leyendo, me puse a explorar más, haciendo ensayo y error, y a ese texto le fui sacando cosas para hacer algo nuevo”. En ese proceso, que tuvo como pieza clave un paso por el taller del escritor Luis López-Aliaga, aparecieron los temas que dan forma a Zona de promesas: “la búsqueda de la identidad, el cuestionamiento al modelo neoliberal, las expectativas de nuestra generación, a dónde vamos, qué queremos”. La narración también aborda temas como la iglesia evangélica –“me obsesiona la figura que tiene en Chile”–, el periodismo, la política y las redes sociales, espacio del que Rodríguez es crítico: “la necesidad del mensaje corto deja poco espacio para cuestionarte, se trata más de ir subiéndose a los distintos eslóganes”.
La novela, cargada de humor y crítica social, cuenta una fracción de la vida de Pablo, un ansioso periodista de 30 años que trabaja en el equipo de comunicaciones de un diputado de la derecha chilena. A lo largo del texto, este personaje narra en primera persona hechos relacionados a su experiencia laboral, su infancia, su paso por el colegio y sus relaciones amorosas y sociales, casi siempre enfatizando una fuerte sensación de angustia, incomodidad y de falta de propósito: “Vivía cómodo, sí, pero sin rumbo”, dice el protagonista en un pasaje (97).
A lo largo del texto Pablo muchas veces está nervioso, o incómodo, y eso se nota a través de sus pensamientos y sobre todo a nivel físico, con sus puntadas en la guata. ¿Por qué se repite tanto esta sensación?
Esta es una de las cosas que comparte el narrador con el autor, que no son tantas. Yo también he estado en cuestionamiento permanente de si vale la pena seguir en lugares donde uno se siente así, porque el cuerpo te está avisando, y en el caso de la novela es como la alarma del teléfono, un indicador de cuando Pablo está a punto de irse a la chucha: le empieza a doler la guata y al final es como el aviso respecto a la incomodidad, a estar en un lugar donde no estás a gusto, no compartes los mismos valores, el exitismo de estar todo el día trabajando y ser el mejor. Eso sí lo tenía súper vívido y se lo podía traspasar al personaje, para ir marcando ciertos hitos negativos, como una mirada al borde del precipicio del personaje.
Otro ámbito que parece incomodar a Pablo es su sexualidad. Por ejemplo, cuando está cambiándose en el camarín con sus compañeros de rugby y teme que descubran en él una mirada que expresa deseo. ¿Por qué decidiste incorporar a la historia señales de ambigüedad también en ese terreno?
Para mí el tema principal del libro es la construcción de una identidad. Yo creo que a los hombres, hoy menos, no se les permitía la duda. No había espacio. O te gustaban las mujeres o eras gay. Y la adolescencia es como entre un padecimiento y una revolución, y confusión permanente, y entonces quería mostrar que para el personaje experimentar ciertas cosas en el marco de las expectativas de su familia y su grupo social, y que se traspasan a él mismo, cualquier ápice de duda o atracción tendía a correrlo de ese camino. Imagínate nosotros cuando chicos, si veíamos un partido no te podíai permitir un comentario como “puta que era rico Rozental”.
No, para nada…
Imagínate po. Hoy día sí. Nosotros tiramos la talla porque… si bien no se ha avanzado tanto, ese modelo de masculinidad siento que se ha quedado atrás. También hay una cuestión generacional: antes seguías ciertas trayectorias – te casabas, tenías una pega, tenías que tener hijos– y creo que hoy, desde nuestro lugar, con los privilegios que tenemos, de los que tenemos que ser conscientes, ponemos en cuestión modelos de masculinidad que fueron súper dañinos, como la idea de que los hombres no lloran. Y también quería que el personaje expusiera una realidad que yo me he ido dando cuenta que aparece mucho en la adolescencia de los hombres y nadie la conversa por miedo a quedar como el raro. Ahí entra el porno, nosotros tuvimos un acceso a internet que no había tenido ninguna generación, con contenidos que te podían producir de todo, con los complejos de clase, con la iglesia súper presente, que menos mal ya no es tan así, y es un cóctel complejo. Yo quería que el personaje encarnara esa duda y ese padecimiento. También quería dejar un poco abierta la puerta de que se sintiera atraído por la femineidad como alternativa. Después, si le gustaban los hombres o no, me da lo mismo, no me parecía tan relevante como qué era ser hombre, y si se sentía cómodo contra eso.
El personaje de Rita, drag queen que Pablo conoce en el Paseo Ahumada y de quien se hace amigo, cumple también con ese objetivo de poner algunas definiciones en duda, ¿no?
En general el mundo de las diversidades siempre me ha interesado, porque en Chile en los noventa estaba súper mal representado, partiendo porque tenías al Cochihuaz y a Toni Esbelt (N. de la R.: populares personajes cómicos interpretados por Claudio Valenzuela y Mauricio Flores, respetivamente), que aparte de que lo limitaba y no te mostraba la heterogeneidad del LGTBQ+, llegaban a los mismos prejuicios… Quise mostrar que la toma de decisiones de atreverte a ser lo que tú quieres ser, de ir hacia donde no te duele la guata, tiene mil cosas malas pero a nivel de conciencia sí te deja más tranquilo. Y esa posibilidad de ser otro, y de la performance, de cuestionarte quién eres, de ser otro por un rato y buscar con lo que estás cómodo, me parecía súper graficable en un personaje como Rita, que es todo lo contrario a Pablo, está mucho más resuelta y es mucho más valiente al final.
Otro tema que sé que como fiel hincha de la Unión Española te obsesiona, y que está presente como una motivación para Pablo, es el fútbol. ¿Por qué era importante que esa pasión fuera parte de la vida de este personaje?
Siento que en el contexto en que crece el personaje, que es de híper individualización, la falacia de la meritocracia, el modelo Chicago Boys, terminó erosionando las comunidades, las instituciones públicas, la vida en comunidad, al final quedamos con el sálvese quien pueda que es súper brígido. Y de las pocas instituciones que a mí me parece que quedan son los clubes de fútbol, independientemente de cómo han entrado las sociedades anónimas, de las que soy súper crítico. Eso le da sentido al personaje, a mí me da sentido. Podría haber sido la música también, como la cueca chora, y que fuera La Casa de la Cueca todos los domingos, que eso le diera sentido. Pero puse el fútbol porque yo como autor algo que quiero hacer siempre es reivindicarlo como una expresión cultural súper compleja, importante y democratizadora, accesible, y que siento que desde el mundo de la cultura es muy mirada en menos, y creo que tienen mucho más en común de lo que ambos mundos creen. Creo que podrían dialogar mucho más. Además, me di el gustito de escribir del mejor club de Chile.
Por último, uno de los rollos que tiene Pablo, justificado por sus vivencias, es la mala valoración de su rol entre sus colegas periodistas, por trabajar junto a alguien de derecha y por no estar en los medios. Tú has trabajado en medios y también en instituciones, como el Ministerio de las Culturas. ¿Piensas que está ese juicio valórico entre periodistas?
Hay veces en que los periodistas son pesados con los departamentos de prensa, con las agencias que les quieren vender temas, y estamos todos en la misma, deberíamos ayudarnos. A mucha gente que trabaja en comunicaciones les gusta eso, quieren ayudar. Si ese rol se cumple bien le facilita la pega al medio, y no al revés. De repente el purismo del periodista de medio, de como “ay me vendí”, no es tan así, hay que tener un poquito más de apertura. Por otro lado, yo soy bien talibán en que el periodismo es el guardián de la democracia. Creo que hoy hay que cuestionarse bien cuál es el rol del periodista como codificador y contextualizador de la información. Eso a veces me falta, y eso lo hacían medios como la Qué Pasa, Sábado cuando iba más grande, y tú ves que en otros países a esos medios los cuidan. Eso es frustrante.