“No hubiera podido escribir Cien cuyes a los cuarenta y mucho menos a los treinta años. Tenía otras preocupaciones”, dice Gustavo Rodríguez (56). Tras ganar el Premio Alfaguara de Novela en 2023 por su obra más reciente, el prolífico escritor peruano, de alta presencia mediática, se ha convertido en una especie de vocero de la tercera edad, ya que en esta aborda temas como la calidad de vida de los adultos mayores y la eutanasia, en una narración que describe el drama de los últimos días sin perder nunca el sentido del humor. “Me doy cuenta de que quizás no se habla demasiado de temas como la vejez, o el derecho a una muerte digna, y creo que el libro ha sido tomado como una excusa para hablar de ello. Entonces, involuntariamente soy algún tipo de portavoz, pero no me considero un activista de ello”. Cien cuyes, la novena novela del autor de La risa de tu madre y La semana tiene siete mujeres, se centra en Eufrasia Vela, una compasiva y esforzada cuidadora de ancianos en quien, intempestivamente, estos encuentran la posibilidad de poner punto final a algo a lo que ya no le ven sentido. En esta entrevista con entrance, Rodríguez reflexiona sobre las motivaciones detrás de su exitosa obra, la opción de terminar la vida voluntariamente, la fobia a envejecer, su ilusión de ver a Eufrasia y compañía en una película y mucho más.
Debes haber recibido mucho feedback del público. ¿Cómo ha sido la recepción en las personas de la tercera o cuarta edad?
“Sí, por supuesto. La gran mayoría de reacciones tiene que ver con la gratitud. ‘Gracias por hablar de estas cosas, por tratar de ponerse en mi lugar y hacer que otros entiendan lo que uno puede estar sintiendo’. Digamos que, incluso, llegan a ser testimonios muy emocionales, con ojos acuosos a veces, y eso lo impacta a uno. Yo creo que, al igual que los niños, nuestros ancianos, y hacia ello vamos, no suelen tener mayor incidencia en políticas públicas. Para empezar, porque no votan (en Perú, el voto deja de ser obligatorio a los 70 años de edad), ya no son considerados ‘útiles’, entonces me imagino que eso debe añadírsele a esa problemática”.
Has comentado que la muerte de tu suegro te inspiró a escribir el libro, y también el sentir el paso del tiempo en tu cuerpo. ¿Hay algún otro elemento que te haya llevado a crear esta obra?
“Siento que fueron tres las preocupaciones que tenía alrededor antes de escribir Cien cuyes. Una es la conciencia del propio envejecimiento, porque a cierta edad uno ya ve que sus padres o son muy mayores o ya han muerto, y los mentores de uno también languidecen, y hay achaques también. Luego está la inquietud que tengo desde hace varios años, y de la que hablado con tanatólogos, sobre por qué no hablamos de la muerte con más naturalidad desde que somos niños, por qué usamos tantos eufemismos, por qué no dejamos a nuestros niños despedirse como debe ser de sus familiares, o al menos esa era la noción con la que yo crecí. Y esta noción también de que en la medida en que no afrontamos lo que nos da miedo, pues cuando eso aparece las consecuencias pueden ser terribles. Podemos tener duelos más crueles que los usuales. Pero digamos que el ingrediente de la dignidad al morir vino cuando murió el padre de mi novia. Lo acompañamos en sus últimos tiempos y él afrontó la muerte con dignidad, con cariño, me refiero a rodeado de su familia siempre, muy lúcido con ellos, sin temor, todo eso me impactó de una manera tal que terminé precipitando toda esta nube de preocupaciones en esa novela”.
La eutanasia aparece bajo una luz positiva en el libro, ¿te cuestionaste esta decisión? Es una idea que suele generar polémicas.
“Sí, pero si te fijas, son polémicas cuando se les discute desde un punto de vista intelectual, o ideológico. Pero cuando la ves en una historia y empiezas a ponerte en los zapatos, mediante la empatía, de ciertos personajes, los empiezas a sentir más y a pensar menos, y es cuando sientes que estos temas polémicos se quitan de esa pátina conflcitiva. Eso es lo que hacen las ficciones, ¿no? Nos hacen sentir, más que pensar, o sentir mientras pensamos, en todo caso. Y probablemente por ello es que mi novela no ha tenido mayor revuelo por ese lado”.
Interesante…
“No ha habido manifestaciones, no ha habido pancartas, nada de eso. Simplemente es una historia que te pone en un contexto, pero claro, en mi país bastó con que saliera en las noticias que un par de señoras quisieron terminar con su vida, porque se les venía una muerte irremediable y dolorosa, o indigna, y empezaron los colectivos… Porque, nuevamente, tú sabes cómo funcionan las redes, dime qué reclamas para yo pensar quién eres y cómo oponerme a eso. En la novela te metes casi sin darte cuenta en una piscina, y de pronto ya estás sumergido en la historia. Entonces, esa trampa benéfica que te dan las ficciones de largo aliento hacen menos problemáticos ciertos temas conflictivos”.
¿Y estas reacciones en redes incluyeron tanto manifestaciones en contra como a favor?
“Hubo ambas. De hecho, está el caso de Ana Estrada, que es el más emblemático. Ella acaba de morir hace dos semanas por propia iniciativa y ya con la venia de la Corte Suprema (el 21 de abril de 2024, luego de luchar por una muerte digna desde 2019). Es una conquista individual, la verdad. Ese caso es mencionado un poco de pasada en la novela, porque así ha sido ventilado en los últimos años en el Perú, una sociedad muy conservadora con respecto a quién le pertenece el derecho a morir dignamente. Y sí, claro, toda esa controversia tuvo defensores de la dignidad al morir, y personas que se burlaban de ello, y que llegaban a ser muy crueles”.
¿Crees que la posibilidad de la eutanasia debería estar más instalada en las sociedades a estas alturas?
“Sí, acá te voy a hablar no como novelista, sino como ciudadano. Yo trato de que en mis novelas la ideología no sea tan obvia. Finalmente uno no escribe una novela para dejar mensajes, uno lo hace para dejar inquietudes, por último, y el lector con su inteligencia podrá discriminar los aprendizajes que le pueda dejar la lectura. Pero yo como ciudadano me considero un liberal, creo en la autonomía del ser humano para buscar su propio camino y llegar a su plenitud sin hacer daño a nadie, y desde ese punto de vista claro que estoy a favor de la dignidad a lo largo de la vida, y el acceso a esta cuando vas a dejar la vida, es tan sencillo con eso. Y mira, la calidad de vida en nuestros países está casi casi predeterminada según el lugar donde vas a nacer: digamos que si nacieste en un hogar muy pobre, casi seguro que tus nietos también sean pobres; y si naciste en un hogar muy rico, es casi seguro que tus nietos terminen siendo ricos. Digamos que la movilidad social es más escasa que en otros lugares del mundo. Entonces, es aterrador pensar que tu vida está signada por el azar, que la calidad de vida que vas a tener está signada por una ruleta. Entonces, si no podemos controlar las circunstancias en las que vamos a nacer, ¿no sería consolador al menos pensar que podemos controlar las circunstancias en las que vamos a morir?”.
¿Te ha quedado en la memoria algún elogio, o alguna crítica, que hayas recibido por el libro?
“Hay reacciones que me dejan pensando. En general, algo que me impacta es cómo la novela, o algunos de los personajes, generan mucha emotividad en algunos lectores. Y en las reuniones grupales, y sobre todo en las de Zoom, estas que hay a distancia con clubes de lectura de distintos países, me puedo dar cuenta de que no hay muchos espacios para hablar de estos temas. Digamos que nadie va y dice ‘amigos, vamos al bar, vamos a hablar de que mi madre está languideciendo’. No hay espacio para hablar sobre la muerte de esta manera, y a través de las lecturas y de estos conversatorios me doy cuenta de que muchas personas hacen catársis, una catársis agradecida, ¿no? Eso a modo general. A modo más específico hay varios lectores y lectoras que no les gusta el final, no les gusta la manera en que la historia se tuerce intempestivamente contra alguien a quien le agarran cariño. Una de las cosas más bonitas que me ha pasado, me acuerdo la reacción de un adolescente en Bogotá, de 15 años, que se me acercó y me agradeció el libro porque él iba a entender mejor a su abuelita, con la que vivía. Pero creo que lo que más me ha impactado es que han sido varias las veces en que en estas reuniones catárquicas, algunas personas me han dicho ‘he descubierto que mi madre o mi padre tuvo una Eufrasia’”.
Qué fuerte…
“Alguna de ellas incluso me dijo ‘cuando lo descubrí estaba muy enojada con esta persona, pero después he ido aprendiendo, sabiendo por qué mi madre tuvo que recurrir a ella para acabar con su vida’. Ahí te vas dando cuenta de que finalmente nuestros Estados, por conservadurismo, por lo que quieras, no enfrentan situaciones reales que se dan en la vida. Hay mucha gente que desea morir sin dolor, con dignidad, cuando ya no hay ninuna salida, y no hay protocolos de políticas públicas que lo hagan posible. Así como también hay sociedades conservadoras en las que el Estado hace la vista gorda mientras miles de adolescentes se provocan abortos sin supervisión, con una hipocresía tremenda, porque hay chiquillas que con dinero sí pueden hacerlo en institutos privados, sigilosamente. Entonces, hay problemáticas que tienen que ver con la dignidad de cada quien, que no están siendo recogidas por el Estado y colocadas en la agenda pública”.
Muchas gracias por compartir esta reflexión y también lo que me dices de las Eufrasias reales, digamos. Descubir algo así debe ser muy impactante.
“Sí. A mí me impactó, porque este es un personaje de ficción, ¿no? Ahí te das cuenta de que la realidad puede ser más sorprendente”.
Una de las relaciones más complejas que planteas en la novela es la del acto de generosidad de acabar con la vida de otra persona, y el recibir un pago por esta acción.
“En realidad, en ese contraste radica la razón del título de la novela. Cómo ponerle precio a una acción que no debería tener precio, o que es invaluable. En realidad, todo parte de un ejercicio muy lógico. Me da pena decirlo, pero yo diseño mis novelas partiendo de una premisa, y después me hago preguntas y me doy respuestas lógicas que hagan sostenible esa premisa. Por ejemplo, yo siento que tengo una novela lista para ser diseñada cuando me enamoro de un argumento. Y siento que tengo un argumento cuando podría hacer el cintillo de un noticiero. Así como: ‘Capitán loco persigue ballena por los mares del mundo’; oh, yo quiero saber más de esa noticia. ‘En una ciudad latinoamericana como Lima aparece una asesina en serie por misericordia’; ok, quiero saber más de esa noticia, ¿no?».
Claro, da curiosidad de inmediato.
«Entonces, claro, uno empieza a hacerse preguntas de cómo debería ser esta asesina en serie: debe ser muy empática; debería trabajar para empleadores de más dinero, obviamente; debería ser migrante interna, como es la mayoría de cuidadoras en nuestros países; y te vas haciendo ese tipo de preguntas. Y de pronto, cuando te imaginas la escena en la cual por primera vez una empleadora le va a pedir su ayuda para irse dignamente del mundo, pues uno empieza a preguntarse qué podría pasar por la cabeza de una persona de estas características. Yo decía, en mi cabeza, que estaría en un gran gran dilema, pensando varias cosas, ¿no? Primero, qué pena esta señora que está sufriendo. O sea, si de mí dependiera, rezaría para que su vida acabe ahora mismo, porque me da pena verla sufrir así. Pero, por otro lado, caramba, si ella se muere me quedo sin empleo, ¿cierto? Si me pasa eso, probablemente no tenga compensación por mi tiempo de servicio. Entonces, hay una confluencia de pensamientos a la velocidad del rayo que hacen que el personaje se vea confrontado, y yo como autor le lancé una bolla moral, un salvavidas: el hecho de que el precio no lo pusiera ella, que fuera una convención entre quien va a pagarle los diez cuyes simbólicos”.
Quiero destacar también que en el libro le das la posibilidad de despedirse a quien va a morir. Solemos estar acostumbrados al deseo de despedirse de los que seguirán viviendo, pero no al de quienes se van. Resulta muy emotivo de leer. ¿Sueñas con tener esta posibilidad?
“Sí, quizás porque en mí mismo ronda la idea de tranquilizar a quienes van a quedarse una vez que yo me muera. O sea, últimamente en mi cabeza ronda siempre decirle a mis hijas, cuando me muera, ‘tranquilas, he tenido una hermosa vida, no lloren más de la cuenta’. Y quizás algo de eso que tengo adentro está inoculado en alguno de estos personajes”.
Muchas son cosas constantes en el tiempo en el tratamiento de la vejez, como por ejemplo, el desinterés en sus problemas. En el contexto del estallido social en Chile sí hubo interés en este grupo, ya sea en el reclamo por los precios de la atención médica o por las pensiones, pero, pasado ese contexto, las cosas volvieron a su estado previo, a la apatía. ¿Cómo ves tú esta dificultad para conectar con los problemas que afectan a la vejez en el resto de la población?
“Fíjate que me llamó la atención, ahora que lo dices, que el estado de la vejez estuvo dentro de la agenda de una manera importante. Me sorprende, porque no es lo usual. Y creo que tiene que ver con que uno no se preocupa de aquello que todavía no siente. O sea, uno puede preocuparse por la niñez porque ha sido niño, lo recuerda. El gran problema aquí es que todavía no somos viejos, nos es ajena esa realidad y, es más, probablemente hasta le rehuyamos psicológicamente, porque no queremos afrontar lo que sabemos que nos espera. Ese es el gran drama de nuestros ancianos”.
Hay muchas noticias últimamente, y posteos en redes sociales, con técnicas para retrasar la vejez, o para mantener la juventud, o de gente con dinero que hace locuras para seguir viéndose joven, para rehuir de la vejez de manera física. ¿Has visto tú esa tendencia?
“Sí, claro. Sin ir muy lejos, nuestros propios teléfonos tienen estos filtros para vernos más jóvenes automáticamente en nuestras fotos. Es loquísimo. Y es paradójico, porque rechazamos la vejez mientras nos convertimos en sociedades cada vez más longevas. Entonces, esa tirantez, en algún momento, va a terminar por saltar. Y más vale empezar a afrontar el hecho de que somos sociedades más longevas, y empezar discusiones importantes. Ya están empezando. El hecho de que en Chile, en el estallido social, haya sido parte de la agenda, o que en Francia se esté abriendo el debate a las pensiones. O aquí mismo, en Perú, ya que las AFP han resultado ser un proyecto que no ha tenido un buen destino. Estamos hablando sobre el tema, sí, pero nos toca hablar mucho más de lo viejo en que nos estamos convirtiendo como sociedad”.
Los hogares de ancianos son un tema importante en la novela, donde se ve cómo quienes están ahí comparten entre pares. Y has señalado en entrevistas que estos espacios deberían ser una opción más válida, que todavía hay cierta culpa de llevar a los ancianos allí.
“Sí, mira, yo no soy nadie para decirle a la gente cómo cuidarse entre familia, pero yo me baso en observaciones algo obvias. Para empezar, nuestras ciudades cada vez son más grandes, nos toma mucho más tiempo ir de un lado a otro. Cada vez trabajamos más, probablemente, no solamente en oficinas sino también en nuestras casas. Por otro lado, los departamentos son cada vez más pequeños. Ya están empezando a venderse algunos de treinta metros cuadrados en esta realidad que me rodea. Entonces, en un mundo que está yendo en esa dirección, es poco probable que puedan haber hogares donde un anciano esté con el resto de la familia. Con esto no estoy diciendo que debamos abandonarlos. Es probable que la opción de que nuestros ancianos tengan un espacio donde estén acompañados entre ellos sea válida. A raíz de la novela, me han llegado comentarios de amigos que, como yo, sienten una gran culpa de solo pensar que sus padres puedan estar en un hogar de ancianos. Yo mismo, si tengo los recursos para tenerla en una casa cerca de nosotros, no podría poner a mi madre allí. Pero un amigo me decía que toda su vida sintió esta culpa y cuando tuvieron que enviar a su madre a un hogar, ella se los agradeció después, porque por fin se sentía compañada por gente que compartía sus mismos códigos, no se sentía una carga, ¿entiendes? Y probablemente a causa de la culpa estemos dejando de ver ciertos beneficios que nuestros ancianos pueden tener. Por eso digo que no deberíamos cerrarnos a esa posibilidad. El mundo está cambiando muy rápidamente”.
¿Dirías que la presencia de la tercera edad está más presente en las expresiones culturales que antes? Yo la he visto mucho más protagonista en el cine en general, y especialmente, por ejemplo, en el cine chileno. No tanto en la literatura.
“Sí, en el cine ha ido apareciendo más seguido. Eso es verdad. Me acuerdo de un par de producciones chilenas. Acá en Perú también, aunque ha sido raro, ha habido una comedia protagonizada por tres ancianos hace relativamente poco (Viejos amigos, estrenada en 2014). Yo creo que tiene que ver con que los artistas llegan a aprehender ciertos fenómenos que están empezando a formarse, y se dan cuenta antes que nadie. Eso, unido a la realidad de que cada vez hay más actores, actrices y directores que llegan a mayores con más facultades, producto de los adelantos médicos del último siglo. Entonces, hay actores de 70 u 80 años que están bien plenos. Obviamente va a haber roles para ellos”.
Otro aspecto importante de Cien cuyes es la presencia de referencias al cine, que aparece en pasajes que son de los más memorables. Por ejemplo, cuando el personaje de Jack se imagina la vida como un recorrido por distintos géneros cinematográficos, o cuando Carmen mira hacia el techo de su habitación como si fuera una pantalla de cine, o cuando Eufrasia se decide a mostrarles películas a los ancianos del hogar, lo que termina siendo clave en el desenlace.
“Estas referencias nacen de una experiencia y una creencia personal. La experiencia personal tiene que ver con que si bien gran parte de mi educación sentimental proviene de los libros, ya que desde pequeño he sido lector, no puedo negar que he nacido en una época donde lo audiovisual ha sido importante para educarse emocionalmente. He visto tantas películas, tantas series de televisión, también he escuchado tanta música para planchar en la radio… No puedo rehuír al hecho de que la cultura popular es parte de mi formación. Entonces, yo siento que desde que afronto la cultura popular como algo inestimable en mi vida, las novelas me salen más auténticas también. No quiero dármelas de culto según la medida de la academia anquilosada. Yo quiero basarme en aquello que me impactó, para a su vez tratar de conmover con esas vivencias a posibles lectores. Y por otro lado, subyace la creencia de que la cultura es un puente entre generaciones, entre clases sociales. La cultura puede integrar un país. O sea, así como en Cien cuyes el cine y la música une a los personajes, a pesar de su distancia etaria y también social, haber mamado la misma cultura en una sociedad nos hace sentirnos parte de ella, y eso es importantísimo si queremos lograr identidad y dejar de lado las trincheras, o apaciguarlas”.
¿Y te has planteado dar un salto hacia el cine?
“Sí, me lo he planteado. De hecho, en este momento estoy escribiendo una novela, a ver en qué termina, pero después de ello voy a tantear, a ver si animo, a escribir algún guion, a ver qué pasa”.
Este libro tiene también potencial, hay escenas que son muy visuales.
“Sí, mis novelas suelen tener, si no metáforas visuales, escenas que se verían bien filmadas, es verdad. Pero sí, ya hay una propuesta para llevar Cien cuyes al cine. A ver si se concreta. Ojalá, me da curiosidad”.
Bueno Gustavo, muchísimas gracias por esta conversación con nosotros. Por último, ¿nos podrías contar de qué estás escribiendo ahora?
“Bueno, es una novela que dejé lista hace siete años, y que me parece que a la distancia podría ser mejorada. Estoy haciendo eso, añadiéndole lo que he aprendido en los últimos años, esta apertura emocional. Y la escritura es una larguísima artesanía. Entonces, me da curiosidad saber cómo va a quedar esta novela después de la gran reescritura que estoy haciendo. Y la temática tiene que ver con saldar una deuda con mi lado materno, con mi madre, su madre, el padre de mi madre, estos mitos familiares con los que crecemos, y que en este caso involucran lugares tan exóticos como la Amazonía, en una época tan brutal como la del caucho, a inicios del siglo XX”.
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Crédito de la imagen: Richard Hirano