Lyuba Yez

Lyuba Yez: “Escribir este libro fue una forma de sobrevivencia”

Hay un punto en el que la ficción no le hace justicia a la realidad. En la primera, solemos tildar las cosas como verosímiles solo cuando hay un camino que nos permite entenderlas. Aceptamos una muerte si hay una historia que lleva hacia ella: una enfermedad, un ajuste de cuentas, un enemigo implacable o incluso el karma. Pero la segunda, a veces, no necesita nada de eso. Las cosas simplemente ocurren, indiferentes a nuestra necesidad de encontrarles sentido. Es lo que leemos en las primeras páginas de La noche del nunca más (2023, Seix Barral), que nos sitúan en la madrugada del 14 de julio de 2021, cuando Lyuba Yez vio cómo su marido, llamado R. en la novela, se derrumbó tres veces, afectado por un accidente cerebrovascular (ACV), antes de ser recogido por una ambulancia. En el libro, en clave de autoficción, la autora nos entrega un crudo y trepidante relato en segunda persona, una especie de carta hacia R., sobre cómo vivió lo que vino después, que incluyó incertidumbre por el estado de su esposo, numerosas visitas a la clínica, dudas sobre qué decirles a sus hijos, buenos y malos consejos de amigos, un resistido proceso de adaptación y mucha, mucha literatura. Todo esto, además de la tormenta de tristeza, rabia, recuerdos y preguntas sin respuesta que se posó sobre ella. En esta entrevista, la escritora de La ciudad está sola (2003), Entre caníbales (2005) y El mapa de lo remoto (2009) nos cuenta sobre sus motivaciones para escribir la obra, los dilemas éticos que tuvo que resolver, cómo ha lidiado con el pudor y cómo ha sobrellevado el sinsentido de lo sucedido.

Lo primero que uno piensa al terminar de leer la novela es que ojalá estén mejor tú y tu familia. ¿Están algo mejor las cosas?

“Sí, han mejorado un poco, pero es lento. Es súper difícil, la verdad. Ahora, bueno, este es un momento muy bueno en comparación a cuando la escribí. Y claro, por lo mismo era difícil cerrar ese libro, uno nunca sabe lo que va a pasar”.

¿Has podido ver el impacto del libro en personas que pasaron por experiencias similares?

“Ha sido una ventana súper bonita la de esta publicación, porque finalmente este es un libro súper duro, hay mucho dolor, pero a pesar de todo eso se creó una muy buena conexión con personas que han atravesado situaciones difíciles. Me contactaron, por ejemplo, hijas de padres que sufrieron ACV, hijas que perdieron a un hermano, muchas personas que han sobrevivido al ACV, fundaciones… Creo que ha tenido una forma de difundirse bien amplia, más allá de lo literario, también de lo social, que yo valoro mucho. No es que yo quiera ayudar a nadie, y ese no fue para nada el objetivo del libro, sino que es transparentar una realidad que es súper difícil de sobrellevar para todos los involucrados, entonces ese feedback ha sido súper bueno. De hecho, hace poco me pasó que iba al doctor y una mujer un poco mayor que yo me dice ‘tú eres Lyuba’, y le digo ‘sí’, ‘¿la escritora?’, ‘sí’. No me había pasado nunca, y se sube conmigo al ascensor y me cuenta que se leyó el libro y que tenía un familiar que había pasado por lo mismo, entonces te vuelves a conectar con una realidad que, aparte, para mí es de todo el tiempo”.

¿Notas una conexión particular con las mujeres o las madres?

“Sí, mucho con las mujeres por el tema de los cuidados, no tanto por el tema de la maternidad. Mucho por el tema de la pareja también. Mujeres que me han escrito, que no tienen al marido enfermo, y que se dieron cuenta con el libro de que estaban postergando cosas como esperando que llegara el día ideal, y el día ideal a lo mejor no llega nunca. Mucho también mujeres que han debido ejercer algún cuidado, y se produce una conexión muy empática, porque hay mucha comprensión desde ese lado con la protagonista, que no es para nada una heroína, que no asume lo que pasó con facilidad, no está contenta tampoco. He notado mucha empatía con eso”.

Noté en tus entrevistas que en general hablas de “la protagonista”, como si fuera alguien distinto a ti. También mientras preparaba las preguntas siempre te pensaba como el personaje. ¿Qué tan separada está la protagonista de ti?

“Mira, en el proceso de escritura me costó mucho separarlas. Finalmente yo estaba viviendo mucho de lo que está en el libro y lo escribí mientras iban pasando las cosas. Ese trabajo de distancia lo tomé después, cuando me di cuenta de que no quería que fuera un diario de vida. Ahí pude darle más aire a ella y a los personajes. Pero en el inicio fue súper difícil, porque estás escribiendo desde Lyuba, y yo nunca había publicado nada que tuviera que ver con mi vida, al menos no que lo dijera explícitamente. Eso trababa el proceso, entonces dije ‘no le voy a mostrar esto a nadie’. De hecho, ese texto no se lo leyeron ni mis amigas, solo se lo mostré a una editora amiga, y ahí fui tomando distancia y también fueron pasando cosas en lo cotidiano con las que vas soltando el pudor, el qué van a pensar de mí, si me van a decir algo, y te empieza a dar un poco igual. Fue una reacción muy personal que me gustó, porque siento que a la protagonista la pude construir desde ese lado, que no es desde donde yo viví todo, sino que desde esa reflexión de decir ‘¿sabes qué? rompe la loza, quema la casa, vuélvete loca, da lo mismo’”.

A propósito del pudor, ese es un tema muy importante en la novela. Por un lado, está la revelación de los momentos difíciles, pero también está lo que cuentas de la intimidad de tu familia, y de las relaciones con otras personas. ¿Te cuestionaste mucho qué incluir?

“Me hice tres mil quinientas preguntas éticas antes de publicar este libro, y escribiéndolo también, y por eso tomé ciertas decisiones. Si bien el libro revela cosas bien atroces, algunas invivibles, la peor parte yo no la narré. Y ese fue mi filtro. Lo más difícil, lo más extremo, lo que en realidad no podría repetir ni contarle a nadie, no las voy a escribir. Y fue una decisión difícil, porque tenían mucha carga dramática y servían para la historia, pero dije ‘no’. Esa es mi protección. Y el resto, empezar a hacer las protecciones sobre todo con R., planteándole lo que estaba haciendo, si a él le parecía o no. También me cuestioné si mis hijos debían estar en la historia. Eso fue algo que hablamos con R., y la verdad es que en la vida de esta mujer los niños son la única razón por la que se levantaba en la mañana. O sea, si los niños no existen, las posibilidades de no levantarte nunca más, o de desaparecer, son bien altas, entonces me pareció que era una luz súper importante y que también mostraba una realidad con la que se han identificado lectores y lectoras que me han escrito, que es la de ser hijo, de tener un papá enfermo y que eso no va a cambiar. No estoy arrepentida de nada de lo que aparece, porque todo fue muy pensado”.

También mencionas familia, amigos, no sé cuánto habrá de invención en esos personajes, pero me imagino que hay personas que se vieron en el libro.

“Sí, yo construí los personajes, les cambié el nombre, fusioné tres amigas, mezclé a las primas, inventé algunos también. Yo diría que lo único real fueron los nombres de mis hijos, porque también cuento la historia de sus nombres. Bueno, aunque escribas ficción, siempre las personas cercanas esperan verse, pero de determinada manera, entonces cuando se ven de una manera que no les gusta es un problema. Eso me había pasado con libros de ficción, con amigos, familia, todo. En este libro en particular hubo más silencio con eso, y yo lo agradezco, porque creo que es permitirme haber hecho el ejercicio que quería hacer”.

Interesante que ahora haya sido así.

“Yo creo que tiene que ver con el tema. Las personas cercanas saben que esto es un trabajo que hiciste y que fue superior a ti. Alguien me decía el otro día que se había sentido muy impúdica al leer mi libro, porque me conoce, entonces como que revelo demasiado de mí, pero después me dijo ‘eso quiere decir que funciona’. Y le dije que sí, porque aunque no me conozcas igual se produce una sensación de que esta mujer te está llevando por su psiquis todo el rato, y por su cotidianeidad, y esa cotidianeidad era horrible, entonces obviamente te genera pudor, porque bueno, aproximarnos a alguien que sufre debería provocarnos pudor”.

Hay una parte del libro que dice, desde la voz de la protagonista: “Antes no existe y a mí me dan ganas de no existir. – Espero que puedas perdonarme si no puedo con esto”. Son palabras que demuestran que se está a punto de tirar la toalla. ¿Dirías que esta es la parte más dura del libro?

“Para mí hay varias partes que son súper duras, pero lo que he descubierto es que las últimas veinticinco páginas, que son como ta-ta-ta-ta-ta, donde esta mujer se cuestiona si se queda con R. o se va, o si se tira por la ventana, o si se dispara lejos en un cañón, ha tenido diversas lecturas. Hay personas que se me acercan muy seguras de que pasó tal cosa, y me llama la atención, porque justamente el ejercicio que hice buscaba que no tuviéramos un cierre. Y también me llamó la atención la reacción a la posible renuncia (a continuar la vida junto a R.), que generó mucha más solidaridad de lo que yo me imaginaba. Yo pensaba que el que ella se lo cuestione era híper impopular, o sea, como que obviamente no, hay que quedarse, asumir, y he encontrado mucha reflexión sobre eso, lo que me parece muy bueno”.

Claro, en la novela ella no descarta esta opción ni por un tema moral ni otra cosa.

“De hecho, yo no quise meterle nada de moralina a esta historia. Acá lo que menos me importaba era lo que opinaran los demás, en cuanto a la crítica sobre lo que tiene que ser la mujer. Yo leo muchas autoras mujeres y me fascinan las escritoras que son más disruptivas, donde la mujer es mala madre y chao, o mala esposa, o promiscua, o loca, y acá encontraba que como estaban varias cosas mezcladas, esta mujer no podía someterse a un blanco o negro”.

En el texto se percibe la culpa de la protagonista, tanto en su pensamiento como en cosas que cree que debió haber hecho. Eso contrasta un poco con la publicación del mismo libro que uno está leyendo, con haber hecho públicas estas reflexiones.

“Yo dije en una entrevista que para mí el gran villano de esta historia es la culpa, porque en situaciones de duelo, incluidas las de este tipo, es imposible no sentirse responsable. Además, la culpa se le marca más a uno cuando eres madre, entonces si tu hijo no llevó la tarea al colegio, es culpa tuya, o si se cae, es culpa tuya. En este caso yo no sentía que lo que le pasó a él fuera culpa de la esposa, porque esto fue al azar, pero inevitablemente, en el intento de tener el control, necesitas encontrar un culpable, y bueno, a veces las situaciones no tienen culpables. Y se produce esa paradoja del pudor, la culpa y la pena, y al mismo tiempo el ejercicio de contar esto, y por eso creo que me han dicho que es un libro valiente, que soy como híper jugada. Yo no lo pensé así. Para mí, escribir este libro fue una forma de sobrevivencia. Y claro, se produjo eso, y creo que es también porque yo, como autora, escribí el libro en una situación personal que me tenía desarmada, entonces en ese desarme el cerebro también se parte en varios pedazos, y hay partes que son más racionales y otras que son más instintivas, pasionales, y ahí está”.

¿Qué tan importante fue contar con las lecturas de otras escritoras que trataban temas relacionados, de alguna manera, a lo que estabas viviendo? Por ejemplo, hablas de Joan Didion ayudándote a ponerle nombre a lo que sentías.

“Súper importante. Fue fundamental, porque esto que partió como una historia mía, como mi diario. En mis ratos libres, que eran muy pocos, escribía o leía, y yo ya estaba leyendo sobre duelo, entonces seguí en esa senda. A Joan Didion la había leído hace rato, pero volví a sacar el libro (El año del pensamiento mágico) y leerlo de nuevo fue súper duro, porque básicamente es la misma historia, solo que no hubo un ACV. Es la misma hora de comida, de noche, y Joan Didion tiene cosas de su vida personal que no están en este libro y que también tienen que ver con cosas que me pasan a mí, entonces empezaron a ser como apoyos para mí, como bastones. Como no me servía mucho la manito en el hombro, nadie sabía muy bien cómo enfrentarme, cómo acercarse, y yo tampoco sabía muy bien cómo liberar esto. La lectura se convirtió en una compañía y un espejo. Encontré la comprensión ahí, sobre mí misma y sobre el resto. Pasaron muchas cosas entre medio. Muertes, además. Entonces, al final me di cuenta de que todo estaba pasando por algo y que finalmente era un todo, no era mi historia sola. Una vez, una amiga que es editora me dijo ‘yo no sé si habría puesto tantas citas’. Le respondí que yo sí, porque encuentro que la historia de esta mujer por sí misma puede funcionar, pero mucho más si encuentra un apoyo en personas que escriben, igual que ella, y que han pasado por situaciones similares a ella”.

Hay una parte en que escribes que “el dolor es dolor nomás”, una frase que primero lee la protagonista en un correo que le envía su alumna, y que luego dice ella como algo propio. Esta frase llama la atención porque es muy cruda y se contrapone con la idea de los relatos que nos ayudan a encontrar explicaciones, que es tan común.

“Para mí eso es súper brutal, porque es cuando la protagonista se da cuenta de que toda esa vuelta… Aparte de que, pucha, yo soy escritora, he trabajado en guion, armo historias todo el día, soy periodista, entonces uno tiene la noción de que una perlita está conectada a otra y esto se detona porque… Cuando te das cuenta de que en realidad no tiene explicación, no es que discutiste, el otro se da vuelta, estaba abierta la ventana y se cayó, sino que es solo azar, es muy brusco e híper doloroso. Por eso lloré tanto con esa carta que me mandó la alumna. Ahí dije ‘por qué le sigo dando vueltas a la explicación sobre el dolor, si esta cuestión es nomás’. Solo puedo contar lo que produce física o emocionalmente, pero la causa… En el fondo no tengo a quién culpar. Esa alumna ya tenía esta historia bien elaborada de su familia, de hace muchos años, entonces ella me dice esto con una naturalidad que uno dice ‘¡pero cómo!’, y después va pasando el tiempo y te das cuenta de que sí, que es así, y ese es así duele mucho”.

Noté una conclusión parecida en cómo se habla, hacia el final de la novela, sobre la muerte.

“Sí. Muchos de los temas que abordé en el libro llevan a la rebelión de la protagonista, que dice que nadie quiere hablar de la tristeza, de la enfermedad, del dolor, de estar superada, del abuso, de las traiciones, de la muerte’. Imagínate, de la muerte, y veníamos de una pandemia. Es como que no hemos aprendido nada. Eso me pasó. Sentí que habíamos pasado por la pandemia, que nos azotó a muchos, y nunca nadie quiso hablar de la muerte, enfrentarla. Entonces, claro, cuando la protagonista dice que la muerte la sigue rondando y que sabe que está ahí, es que está ahí, y tú tienes que hacer como que no, pero no por eso negarla. Y por eso también me pareció importante poner a los niños en la historia, porque a ellos había que decirles qué es la muerta a una edad muy temprana, no podíamos inventar nada. Tengo que hablar de la muerte, porque efectivamente se metió… De hecho, el título original de este libro tenía a la muerte incluida, como que la muerte había entrado y se había sentado en mi cama. Y me parece bien hablarlo. También cuando me dicen que el libro es muy transparente, es porque, pucha, estas cosas no se pueden hablar endulzadas”.

Hablas en una parte de que “es mejor no guardar ni guardarse nada”, que no más postergar ni procastinar. No sé si hay algo más difícil que hacer eso, vivir el presente. ¿Has podido funcionar con esa lógica?

“Yo soy el peor ejemplo de vivir en el presente, porque yo siempre vivía pa’llá, pa’cá, planificando, no sé meditar, soy pésima, no me creo estas cosas de vive hoy día y no sé qué, pero claro, a porrazos, y a porrazos grandes, bajo la tortura de todo lo que pasó, la conclusión es que yo no sé lo que va a pasar mañana a las 9 de la mañana, ojalá nos podamos juntar en la reunión que tenemos. Esa es mi forma de verlo. De hecho, es inevitable que lo plantee en mi vida familiar y social. Mis hijos me preguntan cosas del futuro, que yo también lo hacía cuando era niña, como ‘mamá, cuando cumpla 18, tú y yo vamos a…’, y la sensación que tengo todo el tiempo es de angustia, porque no puedo garantizar que eso va a pasar. Con todo lo que ha pasado pude entender que todo esto es tan acotado, que no sabemos qué va a pasar, que la idea es que uno viva aquí, en este momento, que ojalá la próxima media hora sea estupenda y logremos tal trabajo a tal edad… Pero da lata entenderlo así, haber tenido que dar ese paseíto por el infierno, como digo en una parte en que cito a una escritora española, que para mí no fue un paseíto, fue un viaje largo”.

¿No sé si habrás visto el documental La memoria infinita?

“Sí”.

¿Sentiste una conexión especial con la historia de sus protagonistas?

“Hay muchas cosas. Partiendo porque yo admiro y quiero muchísimo a Maite Alberdi, y estaba muy interesada, dentro de la locura que estaba viviendo, por su proyecto. Quería saber cuándo se estrenaba, quería estar. Pero también era una cosa bien fantasiosa pensar que lo iba a poder resistir, porque finalmente estaba pasando por un momento muy jodido. Y las cosas se dieron para que no fuera al estreno. La vi después de que pasaron varias cosas y me conecté mucho, con el cuidado, con el amor, con ella (Paulina Urrutia), cuando él empieza a olvidar, y ella se da cuenta de que él se le va, que está cada vez enfermándose más, y ella llora muchas veces. Yo me veía reflejada en ella, porque ese es un duelo que ella hizo mientras él estaba vivo, ella vivió la experiencia de empezar a perderlo, y yo también perdí así a R. Entonces eso me generó una cosa… La encontré una película hermosa. Me molestó mucho que molestaran a Paulina por hacer esta película, porque creo que tú no le puedes decir a una persona que pasa por una situación tan límite cómo tiene que vivirlo. Una de las cosas que tú tienes que entender es que cada cual maneja sus duelos y sufrimientos como puede, lo importante es que uno trata de hacerlo pos de un bien mayor, propio y también familiar. Creo que todas las mujeres que hemos estado en situaciones así conectamos con eso, con la pérdida en vida, que no tiene nombre, que no se puede describir”.

A propósito del cine, la novela también me hizo recordar el discurso que dio el director de 20 días en Mariupol, Mstyslav Chernov, cuando ganó el Oscar a Mejor Documental, que dijo que le hubiese gustado no estar recibiendo el premio, dando la idea de que ojalá no hubiese habido una guerra que filmar, aun cuando lo llevó a ese triunfo.

“Sí, no tienes compensación por una pérdida tan grande. No existe. Y lo pensé cuando escuché el discurso. Sí po’, me habría gustado que no pasara. Por eso no creo que tenga ninguna explicación racional, ni espiritual, ni metafísica, que esto haya acontecido de esta manera, porque nunca le voy a encontrar el sentido. No solo por el daño que me produjo como mujer, como persona, como madre, como esposa, sino por el enorme daño que significó para toda mi familia. Todo nos fuimos totalmente a la cresta. Entonces, me habría encantado que no ocurriera, hubiese preferido que otra persona la contara. Porque claro, me han preguntado si es como un balance, como que la vida te devuelve, y es como, no, la vida no me devuelve nada, la vida ya me lo quitó, nos quitó mucho, y ahora lo que hacemos es aprender a vivir con eso, que no tiene nada que ver con el libro”.

Por último, Lyuba, ¿nos podrías contar en qué estás en este momento? ¿Sigues escribiendo?

“Sí, yo trabajo en el Centro de Políticas Públicas de la Universidad Católica, hago clases en la Facultad de Comunicaciones allí, estoy editando también un programa de televisión de Media UC, y sigo escribiendo. Voy a hacer un taller de duelo (“El duelo y la pérdida”) en la Editorial Catalonia, en abril, y estoy escribiendo una novela nueva, como tratando de no soltar el empuje, porque ya me di cuenta de que parar no sirve en la escritura, y estoy muy contenta moviendo proyectos literarios, en ese sentido me estoy entreteniendo harto. Lo único medianamente bueno de lo que pasó, que no se compara, fue el haber escrito de nuevo, haberme conectado con eso, porque lo tenía bien botado, y eso era tenerme también botada a mí, porque eso tiene que ver conmigo todo el rato. Estoy bien activa, trabajando harto”.

Haces varias cosas, además de la vida con tu familia. ¿Cómo lo haces para encontrar tiempo para la escritura?

“Yo, en general, escribo en momentos en los cuales puedo. Eso puede ser, lo escribo en la cabeza y lo paso cuando llego, lo escribo en un cuaderno y lo paso en la noche, o estoy en una ventana entre dos cosas y aprovecho. A veces, los fines de semana, cuando no estoy con los niños, me siento a escribir, pero es un ejercicio que tiene que ir bien acompañado de la lectura, porque la lectura continua es, como cuando veo series, que me inspiro altiro. Veo una serie y la cabeza se me activa, se me ocurren ideas. Entonces, tengo que estar en un trabajo creativo que no puede ser permanente ni es muy disciplinado, porque no es riguroso, no es de horarios ni nada, pero bueno, es la vida que tengo también, con muchos deberes, y creo que ser periodista me ha ayudado a manejarlo así. En el fondo, a escribir contra el tiempo. Pero tengo la llama encendida y eso lo agradezco, porque hubo varios años en que no fue así”.

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