¿Será verdad que todo pasa por algo? ¿que las personas que conocemos en este mundo son las que estamos predestinados a conocer y que si nos casamos con alguien es porque nos encontramos 8.000 veces en nuestras vidas pasadas? En Corea lo llaman In-yun, destino, y significa que no podemos controlar quien entra en nuestra vida y quien se queda. Es una idea fascinante, que cada encuentro ocurre por algo, incluso el más pequeño. Pero ¿y si no fuera así? ¿y si lo que cosechamos de vidas pasadas fueran frustraciones por lo que no fue y sueños que nunca se concretaron?
La directora coreano canadiense Celine Song explora todos esos temas en su ópera prima Past Lives. Esta sigue la historia de Nora (Greta Lee), una joven coreana que emigra a los Estados Unidos cuando tenía 12 años y que mucho después se reencuentra con el que fue su amor de niña, Hae Sung (Teo Yoo), un apuesto hombre que nunca ha dejado Corea y que representa el mundo del que fue desarraigada, pero que habita en ella a pesar del tiempo. Es como si lo que ocurrió cuando niños estuviera congelado en otro tiempo, diferente al ajetreo en el que ahora vive la protagonista como aspirante a escritora en Nueva York. Por una hora y 46 minutos, nos sumergimos en esta historia de amor que solo ocurre en una dimensión sutil, sin duda el mayor acierto de la directora: construir una historia de amor sin que los protagonistas se rocen si quiera los dedos durante gran parte del filme. Narrar un romance que solo existe en los deseos más profundos de los personajes, en su mundo interior y en su mente.
Para lograr eso se necesita talento y la directora lo consigue con una narración que logra emocionarnos. Nos toma de la mano desde la primera escena, en donde vemos a Nora, Hae Sung y su esposo Arthur (John Magaro), cenando en un restaurante, mientras otros comensales que los observan de lejos se preguntan qué serán el uno del otro, ¿esposos? ¿amigos? ¿colegas? Solo los vemos conversar y ya sabemos que esta será una historia de amor por la forma en que Nora mira a Hae Jung: una actuación increíble de Lee, quien luce fresca y muy cercana en pantalla.
Luego de eso nos trasladamos a Corea, donde los vemos a ambos siendo adolescentes, mejores amigos de escuela y quizás algo más sin saberlo. Celine Song nos muestra apenas dos o tres escenas de ellos juntos, y luego cómo Nora se muda a Canadá con su familia y ellos se separan por mucho, mucho tiempo. Algo se pierde cuando uno abandona un lugar, pero también algo se gana, le dice la madre de Nora a la madre de Hae Jung, en el parque en que se juntan para jugar por última vez. Y esa sensación la conocen bien quienes han emigrado a otro país.
Durante toda la película, la historia transcurrirá en estos dos escenarios, Corea y Estados Unidos, el lugar al que Nora decide emigrar cuando ya es una joven aspirante a escritora en Nueva York. Dos mundos paralelos que conviven y habitan en la protagonista sin tocarse. Tanto así, que el filme transcurre en dos idiomas paralelos: cuando la protagonista conversa Hae Jung, siempre lo hace en coreano; cuando lo hace con Arthur, siempre es en inglés.
¿Pero es posible que estos dos mundos se encuentren en algún punto? Es con esa pregunta, y ese suspenso, que avanza la película hasta que en algún momento volvemos al inicio, al restaurante, y nos preguntamos si es posible que estas trayectorias sean distintas, que se fusionen y se conviertan en imágenes de un encuentro amoroso para sus espectadores.
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Es como ese buen amigo con el que tenías química y perdiste contacto, o esa amiga con la que fantaseabas y secretamente sabías que tenías algo especial. Lo bello de Past Lives es que retrata visualmente ese poderoso sentimiento del amor, ese apego por el otro, ese cariño por quienes fuimos, y que en el caso de Nora se expresa muy bien en la lengua. Aunque ya no necesite hablar su lengua nativa con nadie, sigue soñando en ese idioma como si algo no hubiera cambiado. Hay una gran nostalgia por esos miles de recuerdos que han quedado encapsulados en el tiempo.
En un momento, en el restaurante, Nora le dice a su amigo: “Yo deje atrás a la niña de Corea, pero esa niña sigue viviendo en mí, de alguna manera”. Y para el esposo ese es un espacio que nunca podrá habitar y está bien que así sea. Todos tenemos secretos, o dimensiones, que solo conocen aquellos que han conectado con nosotros en esta u otra vida. “No importa quien seas, todos hemos tenido… esta experiencia tan humana, de enamorarse y hacerse preguntas sobre las decisiones que hemos hecho en la vida y cómo eso nos ha llevado a donde estamos y lo que eso significa para el resto de tu vida”, dijo Greta Lee en una entrevista con Datebook.
Es por el concepto de In-yun, que tan bien utiliza la directora, que entendemos que Hae Jung y Arthur puedan estar sentados en ese restaurante sin problema. Incluso ellos están allí por algo, la película nos da el espacio para ver y pensar esos matices. Al final se trata también de la nostalgia por lo que fuimos y lo que somos; un sentimiento con el cual todos podemos sentirnos identificados y que la directora presenta con belleza y asertividad. ¡Un imperdible!