Por estos días, Cristofer Vargas Cayul (29) está cursando los últimos ramos de la carrera de psicología en la Universidad de Santiago. Dice que debería ir más adelantado, pero hubo un motivo de peso que lo atrasó: “En algún momento dejé tirado un semestre, ahí fue cuando me puse a escribir Iluminación artificial. Una cosa por otra. El próximo año debería hacer la práctica”. En esta entrevista, el joven escritor reflexiona sobre su novela, editada por Provincianos en 2021, que está inspirada en el periodo en que vivió en una toma, a fines de los noventa, junto a su madre y sus abuelos. De hecho, el libro básicamente trata sobre la experiencia de crecer en una toma, enfocándose en dos hermanos en edad escolar: el narrador, de 13 años, y su hermano menor, Gabriel, quienes conviven con la constante amenaza de un final repentino. Aunque la historia que narra el libro ocurre a fines de los noventa, Vargas Cayul afirma que no está hablando de un tema del pasado: “Hay gente que vive en las tomas hoy y que va a seguir ahí por varios años”.
Comentaste en alguna entrevista que para poder estar enfocado y escribir tu libro debiste hacer ajustes en tu vida. ¿Nos puedes contar cuáles fueron algunos de esos ajustes?
“Hasta hace muy poco era una persona que estaba despierta de noche y en el día dormía. Muy conflictivo con la vida cotidiana, pero así funcionaba. Yo creo que ese proceso fue más el de investigación. Me ponía a leer sobre cómo funcionaba la electricidad, a investigar sobre extraterrestres, ese tipo de cosas, y en ese proceso pasa que constantemente estoy masticando la información, y pensando qué puede salir de aquí. Este periodo en un momento se estabiliza y ahí pasa algo muy bacán, que yo lo relaciono un poco con el concepto de sincronicidad, de Carl Jung, que es como que te empiezan a llegar ideas, o te topas con gente que te pasa libros, y es como todo muy interconectado. Eso ayuda harto a entrar en el ambiente de la escritura”.
¿Cómo fue que te decidiste a escribir una novela?
“El texto partió con párrafos que hablaban del funeral del tío del protagonista [en la novela se menciona su muerte, pero no se dan detalles del funeral]. Esta experiencia está basada en la muerte de mi tío, que fue un quiebre que movilizó algo importante de mi biografía que por años no tuve demasiado en cuenta: el haber vivido en una toma. Unos amigos me dijeron que eso era interesante, y ahí empecé a ver que había una historia, más que una novela. Después me entusiasmé y comenzaron a aparecer más párrafos. Disfrutaba mucho escribir sobre el paisaje, porque creo que es donde más estoy como persona real en la novela: en la experiencia del paisaje de la toma”.
Y una vez que te decides a hablar de tu experiencia, ¿qué desafíos tuviste que enfrentar?
“Cuando pasó ese momento en que dije ‘esto es relevante’, también llegó la búsqueda de qué de esto se ha mostrado en la literatura chilena. Ahí vi que no hay representación. Uno piensa automáticamente en el realismo social del siglo XX. Y aunque sí se habla de los conventillos, que son como la precuela de las tomas, no se dan las condiciones que configuran el fenómeno social: según yo, una toma es absolutamente distinta al conventillo o a las poblaciones callampas, porque hay otro contexto. La toma se da sobre todo por la sectorización de la ciudad, esto que ocurre en dictadura de que las poblaciones se van a la periferia. Entonces, para mí es importante haber tratado este tema, porque no se había hablado. Mientras más iba investigando, más conciencia iba tomando sobre esto”.
En cuanto a tus memorias de ese periodo que viviste en la toma, ¿había episodios que recordaras con claridad o más bien ideas?
“Tengo recuerdos bien específicos. De la semana santa, por ejemplo, cuando en los primeros días el cielo se empezaba a nublar y caían chispitas, en coincidencia con el imaginario cristiano de la crucifixión. Eso me gustaba mucho. También hacia el final de la novela ocurre un incendio. Esa experiencia fue real y súper traumática, quizá por eso lo recuerdo tanto”.
Uno de los elementos que configuran la toma en la narración son sus límites, donde se habla de unas “casas grandes”. ¿Eso también es parte de tus recuerdos?
“En mi experiencia ese contraste no se da con casas grandes, sino con casas de clase media. Como aun así la diferencia es enorme, esas casas normales parecen de mucho lujo. Quería mostrar ese punto de vista. Hoy se dice que ‘todos somos el cuico de alguien’; esa es un poco la idea. Cuando uno no puede ver más allá, uno se compara con lo que tiene más cerca”.
Antes de entrar en lo temático, ¿ves una relación entre el Chile de fines de los noventa, que es el que narras, y el de hoy?
“Es un momento donde se nos ha dicho como humanidad que no hay vuelta atrás con el cambio climático. Y en ese sentido siento que estamos bastante resignados. Quizá es muy pesimista, pero no creo que haya mucha vuelta. En comparación a eso, en el noventa había un poquito más de miedo. Quizá el mundo empezó a acabarse hace varios años y ya no es tan terrible. En un primer momento fue aterrador, pero actualmente no sé. Sobre todo después del estallido social: todo volvió a lo mismo y es un poquito aterrador, pero al parecer es eso lo que nos tocó”.
A propósito de eso, en una entrevista anterior al plebiscito del año pasado te mostrabas esperanzado con la nueva constitución. En este contexto, en el que ganó el Rechazo, ¿qué implica escribir sobre campamentos y pobreza?
“Tuve la ilusión de que podríamos establecer derechos mínimos, de vivienda, de salud. Pero después de la pandemia han empezado a rebrotar los campamentos y a crecer como nunca. Yo creo que este es un fenómeno actual, y eso es lo que me interesó de las lecturas que comencé a recibir de la novela. Yo hablaba de algo que ocurría en los noventa, pero sigue vigente hoy. No veo mucha voluntad de parte de la clase política para erradicar los campamentos, ya que para eso tiene que haber un cambio estructural. Pero esa voluntad nunca la he visto. Supongo que falta empatía. Experiencia, también. Eso me lleva a cuestionar la naturaleza humana, el egoísmo y la ceguera. Tampoco es algo que pueda solucionar yo, así que por eso estoy en la reflexión, haciendo lo que pueda en el día a día”.
¿Pensaste el libro como un llamado de atención a ciertos lectores? ¿O como una crítica que podía generar algún tipo de conciencia?
No, no fue con esa intención. Estaba muy en el disfrute estético del proceso, así que me enfoqué en las imágenes, en el cielo, en los insectos, la lluvia. Pero obviamente hay un componente político inseparable de la novela, que, si lo trabajé, lo quise hacer de una forma muy sutil, porque no me interesaba hacer un panfleto. Sería muy fácil, sobre todo desde mi posición, entonces esas implicancias políticas se dieron en las lecturas. yo pretendía que pasara eso, porque hay episodios explícitos de violencia policial, por ejemplo”.
Ese tema, de la represión de la fuerza pública, es relevante en la novela. Hasta hace poco había una crítica feroz hacia el actuar de carabineros, pero hoy vemos lo contrario. ¿Cómo analizas este cambio de perspectiva tan rápido y brusco?
“Aunque el Rechazo ganó por un porcentaje alto, no me parece que sea tan representativo, no al menos de esta revalorización de la fuerza pública y el orden. Quizá sí, quizá el país está exhausto y necesita un reordenamiento. Pero, por ejemplo, pensar que hay una mayoría que se inclina hacia los valores de la derecha, eso es generalizar un resultado. No sé si la gente está en esa. O quizá yo no quiero creerlo. Pero me da la impresión que es más un efecto mediático, se intenta instalar una verdad que además está respaldada por un gobierno que necesita estar bien con todos. Aunque por ejemplo, actualmente en Chile la crisis económica está pegando fuerte. Eso está súper calladito, y no me sorprendería que prontamente vuelva a pasar lo que pasó en 2019. No creo que con la misma intensidad, pero sí que la gente salga a la calle y que los pacos empiecen de nuevo a reprimir de la forma en que no han dejado de hacerlo, independiente del ala ideológica del gobierno. En el fondo, para mí no ha cambiado el actuar de carabineros”.
Además de la represión a los pobladores, a historia incluye bastante violencia hacia los perros. El Rusio, la mascota del narrador y de su hermano, es uno de los que la sufre. ¿Por qué plantear esta situación?
“Es una analogía entre la gente que vive desplazada y cómo se trata a un animal en la calle. En algún momento incluso se trata de forma ambigua, cuando se habla de ‘los perros de la toma’. Pero también es porque a mí personalmente me encantan los animales. Era necesario para Gabriel, por ejemplo, que lo acompañara un animal”.
Otro punto relevante es la madurez que tiene el narrador para decir y pensar las cosas, aun siendo un niño. ¿Por qué utilizaste esta voz con ese personaje?
“Eso me gusta mucho del narrador. Es también la idea de, un poco jugando con el título de la iluminación, este proceso de crecimiento forzado. Me gusta la idea de la necesidad de sobrevivir, que es súper animal también: adaptarse o morir. Y para el narrador, en su contexto, esa forma de pensar era una necesidad. Él se ve como el hombre de la casa. De hecho, el proceso de la novela es la transformación del narrador, súper marcada de un punto a otro. También, yo recuerdo los 13 años como un momento en que se me acabó la infancia. Y pasa, en otros textos que he leído, que los trece años son importantes. Entonces, él está en ese limbo, entre madurar o morir casi”.
Un tema que es importante, incluso en el título del libro, es la luz y su funcionamiento. Además, el narrador nos cuenta cómo funciona esta, y varios procesos en los que está presente. ¿Cuál es el papel de la luz en la novela?
“Recordé que se nos cortaba la luz a las ocho de la noche y me aburría más que la cresta, entonces en algún momento observar en esa oscuridad se me hizo un hábito donde encontraba diversión. Mi narrador es casi pura mirada, y en ese sentido me interesaba la importancia de la luz en un lugar tan sombrío. Pero todo tiene que ver con la perspectiva. Está también el tema de la estética, porque la luz es un elemento poético desde siempre. Y la relación con el fuego: me interesa la contemplación del fuego. Cuando observamos una fogata hay un tipo de pensamiento que se activa, que es algo más lento, más interno, y en el fondo esa es la voz del narrador, del protagonista”.
Otra manera en que está presente la luz es en cielo: en las estrellas, en la posibilidad de que haya OVNIS.
“Eso lo veo como una búsqueda de este tipo de mitos que están tan presentes en la realidad, pero que en verdad son construcciones. Cuando era más chico pensaba que la llegada de los OVNIS podía significar calmar un peso existencial, porque va a haber algo más como lo hace la imágen tranquilizadora de un dios en la religión. Eso también es un anhelo del narrador. Que haya algo más, que esto no sea todo”.
Y el hermano del narrador, Gabriel, es difícil de encasillar. Lo principal, tal vez, es que no es comprendido por el sistema de educación. ¿A quién representa este personaje?
“Este personaje existe porque necesitaba hacer un contraste con esta visión más intelectual y realista del hermano mayor. Es un respiro a ese tono, y también es una entrada a la imaginación y a las relaciones más poéticas entre los elementos de la novela, porque Gabriel, en el fondo, yo digo con cariño que es un niño-monstruo, y a mí me encanta eso: que sea desadaptado, que hable solo, que se revuelque en el piso. Es una perspectiva que contrasta con la manera en que lidia con la realidad el protagonista. De qué forma enfrenta esa realidad un niño con esas características, más que el contexto físico, me refiero al contexto del abandono. Con Gabriel no hay tanta certeza ni verdad. Él es el caos en ese texto, y es necesario. Es mi personaje favorito”.
Con él se da la amenaza de salir del colegio, del Sename, que se suma a la amenaza del fin del mundo, que no ocurre, pero sí ocurre el incendio.
“Quise mostrar que la realidad puede ser terrible. Poner en cuestión si la ternura iba a ser capaz de salvar a los personajes. Durante toda la novela siempre están imaginando o relacionándose de manera muy tierna, pero llega un momento en que la violencia los sobrepasa. Entonces me gustó dejarlos ahí, con todo explotando, en el fuego, en el apocalipsis. Me gustó mucho también jugar con el lector, porque en un momento la novela empieza a calmarse; como que uno dice ‘quizás no va a pasar nada’, y a la otra página el incendio comenzó, y ahí se va todo a la cresta. Cuando uno lee esas cosas se genera algo en el cuerpo, que es algo que me interesa de la literatura, el generar un efecto para remover”.
Por último, ¿estás trabajando en una nueva publicación actualmente?
“Sí, de hecho, estoy preparando un libro de al menos ocho o diez cuentos. Al principio iba a hacer un intento de entender la violencia, a partir del estallido social, donde era todo muy sobrecogedor y estaba todo muy desbordado. En ese momento mi cerebro colapsó y no entendía cómo podía estar pasando algo así. Creo que como necesidad personal me fui un poquito hacia esa búsqueda de entender la violencia desde la filosofía y la literatura. Ahora la esa idea se está transformando, pero mantiene una conexión con el origen. Trata más sobre relaciones entre hombres, las masculinidades, entre hermanos, parejas. Pero el hilo de la violencia se sigue desarrollando en esas relaciones, es algo que me interesa mostrar”.