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La directora nominada al Oscar por Al filo de la democracia conversó con entrance sobre su documental Apocalipsis en los trópicos, disponible en Netflix, donde explora el impacto del mundo evangélico en el auge de la extrema derecha en Brasil. También nos contó sobre sus futuros proyectos y la influencia de Patricio Guzmán en su cine, y opinó sobre sobre la situación política actual: “La izquierda se encerró en ese papel de ser gerente de la crisis del capitalismo, y no es un papel popular”.

“Querido, no puedes jugar con tu voto para diputado estatal y federal”, dice a la cámara Silas Malafaia, el pastor evangélico más cercano al expresidente Jair Bolsonaro, en una de las transmisiones televisivas rescatadas por el documental Apocalipsis en los trópicos (2025). En este filme, estrenado hace un mes en Netflix, la directora brasileña Petra Costa nos invita a comprender el estrecho lazo entre una parte importante del mundo evangélico y la extrema derecha, que llega incluso a llamar a votar por un determinado candidato en televisión o durante una misa. En esta entrevista, la realizadora, quien estuvo nominada al Oscar a Mejor Documental por Al filo de la democracia (2019), opina sobre la actualidad política de su país y nos cuenta, entre otras cosas, sus motivaciones para abordar la relación entre religión y política, las reacciones que ha tenido su cinta en el público evangélico, el acoso que ha sufrido desde bots de la extrema derecha en su carrera, la gran influencia del cineasta chileno Patricio Guzmán en su cine, y su decisión de no continuar filmando la evolución de la lucha por el poder en Brasil.

Después de la notoriedad internacional que alcanzó Al filo de la democracia y de las críticas que allí se hacen a la derecha brasileña, ¿cómo lograste volver a tener ese nivel de acceso a figuras como Silas Malafaia y Jair Bolsonaro?
“Bueno, fue con diferentes personajes, ¿no? A Malafaia, como un pastor evangélico, le gusta conquistar almas, entonces es un evangelizador, eso es lo que hace, entonces él habla con la prensa. Decidimos filmar con él por muchas razones. Una de ellas es que él es uno de los más prominentes predicadores en televisión y el más cercano a Bolsonaro. Lo que fue fascinante es que al principio él fue uno de los muchos aliados de Bolsonaro, pero estos aliados fueron muriendo, o pelearon con él, y Malafaia fue ganando en importancia hasta el punto que se ve en la película, la manifestación del 7 de septiembre del 2021, donde él seguramente escribió el discurso más incendiario de Bolsonaro como presidente, entonces se convirtió en su mano derecha y su mentor. Con Lula, con quien teníamos acceso desde Al filo de la democracia, fue con quien fue más difícil filmar, nos tomó un año y medio hasta que finalmente nos dio una entrevista.

Entonces el acceso a estar en el mismo lugar con Bolsonaro fue a través de Malafaia.
“Exactamente. En esta película solo tenemos una escena en el mismo lugar con Bolsonaro, y llegamos allí a través de Malafaia”.

¿Estaba él consciente de que en esa reunión estaba filmando el equipo detrás de Al filo de la democracia?
“No preguntó. Pero Malafaia siempre supo, por supuesto. Yo no estuve en la grabación de ese día”.

Hacer documentales como tus dos últimos puede tener costos personales, especialmente con los ataques de los seguidores de la ultraderecha en redes sociales. ¿Has vivido este tipo de situaciones?
“Sí, bastantes. Durante la nominación de Al filo de la democracia al Oscar, el día que yo podía finalmente escoger mi vestido para la ceremonia, me levanto y soy trending topic en Twitter (hoy X), con el hashtag #PetraCostaLies, y era todo un esfuerzo coordinado por el gabinete que tenía Bolsonaro, que llamamos ‘el gabinete del odio’, de atacarme con varios bots, y también usó  la cuenta oficial de Twitter de la Secretaría de Comunicación del Estado para decir que yo era una traidora del Estado de Brasil, y atacó el documental verbalmente, y con eso también puso a todos sus seguidores para que me atacaran en las redes”.

¿Con Apocalipsis en los trópicos sufriste algún tipo de problema similar? Con el pueblo evangélico, por ejemplo.
“No. Hasta ahora hay un debate grande en la sociedad, en los periódicos, personas a las que les gusta la película, otros a los que no les gusta, y entre el público evangélico los que la vieron, lo que yo vi fueron muchas reacciones positivas en las redes, diciendo cosas como ‘esos son pastores que no nos representan’, ‘utilizan la fe para la política’, ‘están manipulando’. Esto yo ya lo sentí bastante mientras estaba filmando la película, la insatisfacción de algunos fieles que piensan que la política y la religión no debe mezclarse. Entonces eso ya está presente en parte de los fieles evangélicos, que no se sienten identificados con ese matrimonio tan cerrado con el Bolsonarismo, o con la política en general. Es un debate, algunos sí y otros no. Pero entre quienes vieron la película, vi más comentarios positivos”.

En Apocalipsis en los trópicos vemos la pasión por la religión y la política juntos, y en Al filo de la democracia, por la política en particular. ¿Qué rol juega ese fervor en la situación política actual de Brasil?
“Sí, fervor es la palabra correcta. Yo nunca había visto eso antes en Brasil. No creo que otras elecciones se dieran de tal manera. Creo que 2018 sí, ya había ese fervor, y fue la primera elección definida por el voto evangélico también. Antes la mayor parte de los líderes evangélicos habían apoyado a Lula en varios momentos, y a Dilma (Rousseff) también. Entonces fue un cambio muy fuerte, muy radical, y se volvió de un lado un fervor religioso, de que Bolsonaro es el Mesías y tenemos que elegirlo para salvar el país del apocalipsis bíblico, y del otro lado, desde la izquierda veían el apocalipsis de la democracia, porque Bolsonaro ya estaba indicando que si era elegido haría aumentar en número de ministros de la Corte Suprema, y hacer varias medidas inspiradas en (Viktor) Orbán y quienes son sus inspiraciones, esos líderes que van destrozando la democracia poco a poco”.

¿Hasta dónde crees que puede llegar la animadversión entre estos dos lados? ¿Ves alguna posibilidad de guerra civil, por ejemplo?
“Yo no creo que en Brasil esa guerra civil sea tan amenazante como intentan decir. El pueblo brasileño, para el bien y para el mal, es muy pacífico. No tuvimos grandes revoluciones. Pero se ve que va cambiando muy rápido la identidad del pueblo brasileño, y estamos volviéndonos más y más fundamentalistas. No creo que esto nos lleve a una guerra civil. Sí todavía la mitad de la población piensa que Bolsonaro es inocente y que el juez no está en lo correcto al condenarlo. Se aceptan silenciosamente muchas cosas”.

Una de las mayores virtudes de Apocalipsis en los trópicos es que se sitúa en el lugar de quien no sabe sobre el impacto del mundo evangélico en la política de Brasil y lo va descubriendo poco a poco, tomando conciencia y entendiendo su relevancia. ¿Buscabas generar este efecto de sorpresa y luego comprensión también en la audiencia?
“A mí me gusta en mis películas hacer como un road movie of the mind donde te vas adentrando más y más en una investigación, ya sea psicológica y política, pero donde vas cada vez más adentro. Es lo que siempre busco, llegar lo más profundo que pueda. Y en el caso de la religión, es como entrar en ese fantasma de la posible teocracia que nos ronda, e intentamos traducir eso no solo mirando a los líderes evangélicos, como Malafaia, que funciona como metonimia, quienes están ejecutando este plan de dominio, pero también la teología que les inspira, que es esta teología apocalíptica en la que nos intentamos adentrar por medio de las pinturas”.

En tus dos últimos documentales hay ecos de La batalla de Chile, la saga de documentales de Patricio Guzmán, porque vemos la cámara en la calle, transmitiendo la urgencia de lo que ocurre en el momento, de estar también grabando los espacios de decisión, y siempre sin saber en qué va a terminar todo eso. ¿Sientes que estás haciendo una especie de “La batalla de Brasil”?
La batalla de Chile fue mi gran inspiración. Yo no habría imaginado esa película si no hubiera visto La batalla de Chile. La vi tres meses antes de empezar a grabar Al filo de la democracia. Ya la había visto mucho antes, pero no me había marcado tanto, y a finales de 2015 la vi y quedé tan impresionada justamente con la capacidad de ser testigo de la historia en las calles, en los sindicatos, en el congreso, en el palacio presidencial, y tomar esa radiografía de la sociedad. Nunca había visto antes una pintura tan completa de una sociedad. Y fue triste, irónico, porque en el primer momento yo sentí envidia, sentí que nunca había pasado por un momento histórico tan marcador, porque nací con la democracia, y la última manifestación que había vivido fue la manifestación del impeachment del Presidente (Fernando) Collor, que fue en 1992, y después no había pasado nada así de fuerte en la sociedad brasileña. La elección de Lula, pero no algo tan marcador como lo que se ve en La batalla de Chile. Y qué triste tener envidia, ¿no?, porque tres meses después, con los updates históricos, empezó a pasar lo mismo acá”.

¿Piensas continuar filmando el derrotero político de Brasil?
“No, no quiero más. Ya estuve diez años de mi vida en eso y tengo otras historias que quiero contar”.

¿En tono de documental siempre, o podrías pasar a la ficción?
“El próximo va a mezclar ficción con documental, como ya lo hice en mi segunda película, Olmo y la gaviota (2015), y después quizás más por la ficción, no sé. Tengo un guion que está guardado en mis cajones desde 2015”.

Leí en una de tus entrevistas que la idea de revolución está hoy con la extrema derecha, aun con hechos como el asalto a un congreso o la burla a la ley. ¿Cómo evalúas el papel de la izquierda en este contexto?
“Es difícil. Creo que la izquierda está muy secuestrada por la lógica capitalista, que claramente no funciona más y está llevando al mundo al colapso, y la izquierda se encerró en ese papel de ser gerente de la crisis del capitalismo, y no es un papel popular. Dejó de soñar nuevos futuros, mientras que la extrema derecha sueña un nuevo futuro que nos llevaría hacia la Edad Media, los tiempos de los reyes escogidos por Dios, con poderes divinos”.

A propósito, ¿qué opinas del reciente intento de Trump de relacionar la imposición de aranceles con la pérdida de libertad de Bolsonaro?
“Para mí es un gran absurdo que un presidente use las leyes del comercio para intentar forzar a un país soberano a dejar de investigar un intento de golpe de Estado. Es realmente surrealista lo que estamos viviendo. Y que use una ley, la Ley Magnitsky, que fue creada justamente para castigar a personas como Bolsonaro, para castigar al juez que está investigando los crímenes contra la democracia. En última instancia lo que Trump está intentando hacer es gobernar Brasil, tener injerencia sobre nuestra Corte Suprema. Si otro presidente decide lo que nuestra Corte Suprema va a hacer, está básicamente gobernando nuestro país”.

En los últimos años hemos visto nominaciones a los Oscar de Brasil, como con Al filo de la democracia, Argentina y Chile, con algunos triunfos también, como el de Una mujer fantástica y Aún estoy aquí. ¿Piensas que estos reconocimientos han tenido efectos positivos en las industrias de la región?
“Para Chile es más desde hace un tiempo, ¿no?, que las películas chilenas tienen mucha entrada en Estados Unidos, en los Oscar. Brasil estaba con una gran resaca, excepto por mi película, que es un documental, pero en ficción no habíamos sido nominados desde hace mucho tiempo. Desde Ciudad de Dios, si no me equivoco. Entonces había un trauma nacional de mucho tiempo sin esa entrada en Hollywood, y creo que ahora con Aún estoy aquí fue una gran inyección de orgullo nacional. Fue lindo ver cómo una película está cambiando la forma en cómo percibimos la dictadura militar, porque, a diferencia de Chile, nosotros tenemos muy mal digerida nuestra dictadura militar, muy poco reflexionada en las artes, en la opinión pública, y por eso pudimos elegir un presidente como Bolsonaro con tanta impunidad. Pero en el cine las consecuencias no se ven mucho todavía. Lo que se ve es que el cine brasileño es resiliente, porque cada presidente de derecha o extrema derecha que viene intenta asesinarlo, pero este vuelve a surgir”.

Y ahora hemos sabido de un intento similar en Argentina, con cortes de presupuestos.
“Lo que está pasando en Argentina es muy trágico, con toda la fuerza del cine argentino”.

Independiente de la situación política, ¿piensas que el cine latino pasa por un buen momento?
“Sí, creo que sí. Hay muy buenas películas saliendo. Me encanta el cine de Maite Alberdi, por ejemplo. Los documentales chilenos me gustan mucho. Sí, es un cine muy fuerte”.

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