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“Challengers”: Así se construye el partido de tenis más sexy del cine

¿Es Challengers (2024) una película de tenis que no habla sobre tenis? Muchos medios han adoptado esta idea, dando a entender que lo jugoso del filme proviene de otros lugares antes que del deporte de raquetas. Mi respuesta sería sí y no. Sí, porque efectivamente lo más interesante de la cinta es la dinámica amorosa y sexual entre los tres tenistas que protagonizan la historia, Tashy Duncan (Zendaya), Art Donaldson (Mike Faist) y Patrick Zweig (Josh O’Connor). Y no, porque el tenis no es solo el background de esta trama, sino que es el terreno que más pasiones despierta en los personajes. Es donde su espíritu competitivo alcanza el clímax, y donde sus propias miradas logran la mayor satisfacción: se desean, sí, pero se desean más aún si están con su vestimenta deportiva, sudando y ojalá destrozando al rival al otro lado de la malla.

¿Cómo es que llegamos a percibir, y a ratos a sentir, la tensión sexual y el deseo que pululan entre los protagonistas? El director del filme, el italiano Luca Guadagnino, es una especie de experto en traspasar sensaciones a través de las herramientas que entrega el cine. Así como Gaspar Noé (Enter the Void, Irreversible) es un especialista en hacernos sentir en shock, Guadagnino lo es en transmitir deseo entre y hacia sus personajes. Lo hizo en Call Me by Your Name (2017), con el amorío que cocinan a fuego lento Elio (Timothée Chalamet) y Oliver (Armie Hammer). Y lo hace también en Challengers, con la dinámica entre lúdica y dramática que une a los jóvenes deportistas. A continuación, analizamos cinco elementos del filme con los que Guadagnino consigue contagiarnos su atracción por Tashy, Art y Patrick.

La mirada

Una imagen que vemos al comienzo de la película, y a la que volvemos constantemente, es la del court donde Art y Patrick están dirimiendo al ganador un torneo de categoría Challenger. Ambos viven realidades opuestas: mientras Art está ahí para recuperar confianza, Patrick está intentando alcanzar, por fin, su esquivo potencial. Pero hay un tercer actor en la escena: sentada en la primera fila de la tribuna, justo a la altura de la red, Tashy parece estar viendo algo distinto al resto del público. Ella no mueve su cabeza al ritmo de la pelota, sino que se queda mirando a uno u otro jugador, causándoles reacciones que van desde la excitación al enojo. La mirada del personaje de Zendaya es clave en la cinta, pues esta se trata de la disputa entre Art y Patrick por la final del Challenger y, más importante aún, por quedarse con ella, o al menos con su atención.

Pero hay más miradas relevantes. En el primer flashback de muchos, el filme nos lleva 13 años atrás, cuando Art y Patrick son una exitosa pareja de dobles en juniors –el circuito adolescente del tenis– y conocen por primera vez a Tashy, quien antes de lesionarse y ser la coach de Art fue la sensación de las mujeres juniors. Revirtiendo la escena previa, aquí son ellos quienes la miran jugar, segura e implacable, y su mirada es inequívoca: es como si ambos, literalmente, se la quisieran comer. La situación no cambia cuando, más tarde, se encuentran en una fiesta, donde ninguno de los dos puede ocultar su atracción por ella. Y menos cuando, para cerrar la noche, Tashy visita a la pareja de amigos en su habitación, dominándolos con su coqueta mirada y luego observándolos con pícara satisfacción cuando logra que ellos se besen. Las miradas de deseo entre ellos se mantendrán después de este episodio e incluso sobrevivirán a su quiebre debido a Tashy –ninguno puede soportar que el otro esté con ella–, siendo Patrick quien lidera el flirteo y Art quien resiste.

Hay todavía una mirada más en juego: la nuestra. Guadagnino no solo nos invita a empatizar con lo que siente cada uno de los personajes, sino que también nos ubica, a través de la cámara, en las más diversas posiciones desde las que observamos sus atléticos cuerpos, a veces centrándonos en sus habilidades tenísticas, y a veces derechamente identificándonos como voyeuristas. La acción en el court es lo que más vemos: los observamos sacar desde arriba, en un plano cenital; los vemos desplazarse en la cancha desde debajo de esta, en un nunca visto plano contrapicado; y vemos todas sus habilidades desde el centro de la red, como si estuviéramos exponiéndonos a recibir pelotazo tras pelotazo, por dar algunos ejemplos. También los vemos, claro, dentro de su habitación, con poca ropa, a veces subiéndose uno encima del otro. Y, en el caso de Art y Patrick, los observamos incluso en el sauna o en los camarines, con sus músculos en todo su esplendor.

Los cuerpos

Todo lo señalado sobre las miradas tiene como fuente de atracción, deseo y erotismo los cuerpos de los personajes, los que no se ven así de bien porque sí. Zendaya, Mike Faist y Josh O’Connor se comprometieron a participar en entrenamientos en conjunto por seis semanas, en las cuales no solo debieron aprender a jugar tenis como lo requerían sus personajes, sino que además tuvieron que cambiar su estado físico. Por supuesto, todos lucían bien cuando se comprometieron a hacer la película, pero Guadagnino tenía una idea muy clara de lo que quería ver en su filme.

“Sabía que los cuerpos tenían que cambiar. Los tres son realmente hermosos y tienen cuerpos muy harmónicos, pero no son cuerpos de tenista. Entonces fui muy firme en cuanto a que tenían que desarrollar el tipo de músculo que gritaría ‘campeón del tenis’ en la pantalla. Y fueron muy generosos al aceptar este proceso. Entrenaron muy duro y mucho. La dieta que tuvieron que seguir era para construir músculo magro, y que se viera como el tipo de músculo de un campeón del tenis y no como el de un físico culturista, o algo así. Entonces eso fue increíble. No hubiese sido bueno hacer una película sobre estos grandes tenistas sin que se vieran como tales”, dijo el cineasta en una entrevista con el podcast IndieWire Toolkit

El tenis

Más de alguno podrá pensar que este subtema es un error. ¿El tenis como parte de lo sexy? Admitiendo mi sesgo de fanático, creo que es innegable que lo atractivo de Tashy, Art y Patrick no está solo en sus cuerpos, sus miradas, o esos planos en slow motion donde vemos en detalle hasta sus gotas de sudor. Parte de ello está también en su tenis. Con esto no solo me refiero a la técnica de sus golpes, que es intachable, sino también a sus movimientos, sus ropas de jugadores profesionales, sus rostros y expresiones mientras juegan, y, por sobre todo, su pasión. Como buen deporte individual, el tenis es una batalla tanto con quien está del otro lado como con uno mismo. Hay que vencer nervios, miedos e inseguridades si se quiere ganar un partido. Muchas veces gana simplemente el que menos falla, el que menos cae en un pozo mental. Y el guion de Justin Kuritzkes redobló la apuesta en este punto: los estragos causados por Tashy en cada uno de los jugadores los hacen jugar, a ratos, al borde del colapso.

Aquí el mérito del logro es compartido. Primero, de los actores, pues consiguieron ser muy convincentes en sus roles de tenistas, tanto en lo físico, como les pidió Guadagnino, como en lo técnico. Y aquí aparece el segundo responsable: Brad Gilbert. El extenista estadounidense es un histórico coach, quien ha tenido como pupilos a nombre ilustres, como Andre Agassi, Andy Roddick, Andy Murray y más recientemente Coco Gauff. Gilbert y su esposa, Kim Gilbert, fueron los encargados de entrenar a los jóvenes actores, en un training camp de lujo que los dejó listos para hacernos dudar de si efectivamente juegan tan bien como se ve o no. Y esa interrogante nos lleva al tercer responsable: la tecnología. Según indica una nota del New York Times, Zendaya, Faist y O’Connor hicieron mucho de lo que vemos en pantalla, con excepción de algo importante: golpear la pelota. Los actores realizaron cada uno de sus excelentes movimientos –Zendaya se apoyó, por ejemplo, en su pasado en la danza–, pero grabaron solo con un mango de raqueta en sus manos. El resto de esta, y la pelota, fueron agregados digitalmente, en una intervención visualmente fascinante.

La música

Y el cuarto elemento que nos hace sentir lo que están sintiendo los personajes de manera intensa no es visual. La música, para el director, era clave para conseguir el tono de su película: lo competitivo, lo pasional, el ritmo de las emociones. La banda sonora, dijo Guadagnino en IndieWire Toolkit, revela “cuál es la energía de cada uno de ellos, la estén expresando o no (…) Art, en particular, es muy seco, y la música es infernalmente frenética, y sabes que la palpitación de esa música es la palpitación de sus corazones”.

A poco andar nos acostumbramos a que las miradas intensas, a los ojos, sean acompañadas por una música muy a tono con lo lúdico de la cinta y con las sensaciones que uno obtiene del ejercicio físico. Y de la tensión sexual. El director contó cómo se fraguó una banda sonora especialmente disfrutable en el gimnasio, o, claro, en una cancha de tenis. “Cuando conseguí este trabajo como director, inmediatamente le propuse a Trent Reznor and Atticus Ross hacer la banda sonora de la película. Mientras estaba preparando esta cinta, le estaba dando los últimos toques a mi filme Bones and All, que fue donde trabajamos juntos por primera vez, y como esa experiencia fue tan fantástica (…) pensé que quería seguir esa conversación con ellos. Así que les propuse Challengers (…) Me di cuenta de que la cinta se veía, aún sin la banda sonora, como un tipo de entretenimiento muy fresco, al punto de que me refería a ella como la película que uno puede ver mientras bebe un vaso de bebida muy fría en un día de calor sofocante (…) Entonces llamé a Trent y Atticus y les dije ‘hey, chicos, creo que esta película debería sentirse como una fiesta rave, debería sentirse como bailar toda la noche la música house más fascinante’ (…) Les dije en un email ‘háganlo sexxxyyy’, y dos meses después me invitaron a Los Ángeles a escuchar la música y fue simplemente fantástico. Ellos llevaron mi concepto de la fiesta rave a un nivel que me entusiasmó mucho”.

Lo secreto

Para terminar este análisis tenemos que volver, recién ahora, al guion. El quinto elemento que nos mantiene pegados a la pantalla se escapa un poco de lo sensorial, pero cierra el círculo de lo sexy: suele pasar que sabemos algo que uno de ellos no sabe. La narración con saltos temporales permite que la película nos haga partícipes de un juego en el que se nos revelan las cosas de a poco, y solo cuando esta revelación está por desencadenar un conflicto. Que Patrick estuvo con otra. Que Art está meditando su futuro en el tenis. Que Tashy cayó en la tentación. Todo sale a la luz cuando está a punto de provocar una explosión, en tensos momentos que rodeados del aura creada por todos los elementos mencionados previamente: las miradas, los cuerpos, el tenis y la música. En definitiva, una historia muy bien calculada y, sobre todo, muy fácil se sentir.

*¿Quieres saber más? Escucha el capítulo sobre Challengers de nuestro podcast «Diálogos sobre cine» aquí.

Crédito de la imagen: Metro Goldwyn Mayer Pictures

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