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La autora de Futrono, libro que sigue la agonía de una joven mientras salda una interminable deuda, habla en esta entrevista de la experiencia personal que inspiró la obra, una serie de excesos que le significaron no poder pagar más el arriendo, vivir angustiada y volverse adicta a los ansiolíticos. “Tuve lo que yo llamo el síndrome del futbolista, esa cuestión de sentirse como millonario”, dice.

¿Cómo se puede llegar tan lejos? La pregunta queda rondando en Futrono (Hueders, 2025), novela debut de Cecilia Alfaro, que cuenta la historia de Paulina, una mujer que pasados los treinta años se mete en una deuda de 58 millones de pesos que involucra a cinco bancos y que requiere del pago de sesenta cuotas para liberarse de ella. Un camino tortuoso tanto en lo económico como en lo psicológico, ya que la protagonista y narradora, recién divorciada, sufre de angustia, ansiedad y dependencia a sustancias como el Clotiazepam y el alcohol. Dentro de lo sombrío de la narración del presente y el pasado del personaje, quien se ve forzada a volver a casa de sus padres, pero en un estatus marginal, hay también un tono de humor negro que hace más llevadera la lectura, además de momentos particularmente decadentes y unos pocos más luminosos. “El libro surge por una experiencia personal. Yo tuve una deuda súper grande y en ese proceso tuve que regresar a vivir con mis papás en algún momento. No es autoficcionado, lo mío no duró todo el tiempo que duran los pagos en la novela, por ejemplo. En realidad, fueron tres años y tres meses, como una condena”, dice la escritora e ingeniera civil industrial, cuya vivencia de todas maneras tiene muchas coincidencias con lo que encontramos en la obra, como queda reflejado en esta entrevista.
 
¿Cómo nace Futrono?
“El tema de la deuda lo tenía dando vueltas hace rato. Yo quería abocar esta novela a los excesos más que nada, porque es lo que me llevó a endeudarme, y recuerdo que hice un taller con Claudia Apablaza y le dije que quería escribir sobre volver a la casa de los papás por temas de deudas, pero que quería hablar de una persona que se había desconfigurado. Ella me dijo ‘no, esta novela va a tratar sobre la familia’. El segundo semestre ella tenía otro taller, y ahí siempre mis compañeros me decían ‘oye, tú siempre te vai alrededor del charco, pero no te metí en el charco’. Y yo decía ‘no, es que si entro en el charco me voy a ir a la B’. La cosa es que una semana dije ‘me voy a meter en el charco’, y me puse a escribir, escribir y escribir. Al año siguiente tomé un taller con Luis López Aliaga, que me ayudó un montón con la estructura”.

¿Estabas trabajando mientras escribías?
“Sí, todo el rato. De hecho, cuando llego del trabajo, en las tardes, escribo. También hubo un tiempo en que coincidí en un taller con Belén Fernández (autora de Ella estuvo entre nosotros) y ella propuso juntarnos a escribir a las cinco de la mañana. Y ahí estuvimos un tiempo. Nos saludábamos en el Zoom, después apagábamos la cámara y cada una escribía hasta las siete, qué sé yo, y ahí nos despedíamos. A veces yo me quedaba dormida con el computador ahí, pero en ese momento era como obligarme a escribir”.

La novela tiene el nombre de una comuna del sur de Chile, pero no se refiere a ese lugar, sino a la habitación que queda en el patio de la casa familiar de Paulina, donde ella se instala en su regreso, medio al margen. ¿Nos puedes contar por qué decidiste ponerle este título?
“Esta novela tiene mucha mamitis. Mi mamá siempre dice que algo ‘está en Futrono’ como si estuviera lejos, algo así como inhóspito. Entonces, hay efectivamente una bodega en la casa de mis papás, que en verdad es una sala de estudio. Aparte de que el baño es viejo, no tiene cocina, entonces dije ‘aquí tiene que ser, y tiene que ser una cuestión miserable’. Al principio quería que el personaje fuera una especie de loca del ático, alguien que está escondido por vergüenza propia, porque yo en ese momento me sentí muy avergonzada, no quería ver a nadie. Y tiene padres que también se sienten avergonzados de la situación, que son hijos del rigor. En mi casa siempre me han dicho ‘si tú ganas 100, piensa que ganas 80’, pero toda mi vida he pensado que gano 120 (ríe)”.
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En la novela se dan algunas pistas de cómo Paulina llega a endeudarse tanto, pero no demasiadas. En la realidad, ¿cómo ocurrió?
“Cuando empecé a trabajar, con mi primer sueldo, tuve lo que yo llamo el síndrome del futbolista, esa cuestión de sentirse como millonario. Los primeros años de trabajo era como ‘sí, el after office, ya bacán, yo invito, sí, vamos pa’ allá’, y en esa época yo tenía más energía po’, hace quince años, entonces me pasó eso. Era un poco más desordenada en esa época. Y esa cosa que después te da vergüenza, que dices ‘pero cómo hice esto’. De hecho, no quise sumar el monto total hasta el final, porque yo sentía que, si lo hacía, me iba a ir a la B».

«Fue desorden en un 70%, y esa cuestión de que los bancos te ofrecen de todo. Tú estás en el correo electrónico y te llega ‘oye, tienes aprobada una cuenta con no sé cuánto’, y en ese momento, en que yo había terminado una relación larga, estaba así como que no quise soltar esa pena, entonces contrataba créditos que ni necesitaba, y al final el crédito lo ocupaba pa’ pagar el otro crédito, bicicleteando pero todo el rato, tres años en esa, y de repente me vi así como ‘chuta, a ver, pago este mes el arriendo, podría pagar el próximo, pero después no puedo más’. Y así fue, una cachetada de un momento a otro. En noviembre no estaba consciente en absoluto de la situación, y en enero estaba contando las chauchas y diciendo ‘qué puedo hacer’. Hasta le pedí plata a mi mamá para apagar el arriendo, y ahí dije ‘porfa, ¿me puedo ir un tiempo a la casa?’. Y justo cuando me instalé en la casa, al mes me despidieron de mi trabajo. Era más o menos como el fin del mundo. Tuve la suerte de que justo la semana en que me despidieron postulé a otra pega y me llamaron a la semana siguiente”.

Entonces la deuda nunca fue un gran despilfarro que hiciste, nunca te compraste un auto caro o algo por el estilo.
“No, es que todo el rato pensaba, hueón, me pude haber ido… clásico viaje zorrón, no sé, Sudeste Asiático tres meses, después haberme dado el lujo de estar sin pega cuatro meses más, o haber pagado un pie pa’ un departamento… No tenía nada, nada, ni siquiera tenía ropa nueva. La ropa que empecé a usar después ya era ropa vieja y pantalones de mi hermana, porque no me compraba nada, de un momento a otro tuve que reducir mis gastos a nada. Por momentos no podía creer que le estuviera pidiendo plata a mi hermano chico pa’ juntarme con unos amigos. Fue prácticamente todo desorden de un momento en que andaba como… No sé si es lo adecuado, pero una vez un amigo me dijo ‘Ceci, tú andai como jalá, todo el rato’ (ríe), y en verdad andaba así, como un ratón sobre una rueda, no cachaba na’ y andaba todo el día cagá de la risa, y de repente había fines de semana donde me quedaba sin poder hacer nada, angustiada”.

¿Te costó convencerte de exponer tu experiencia?
“Sí, me angustiaba, pero era algo que yo quería. Dije ‘esto es para cerrar esa etapa’, pero al final uno nunca las cierra. Me gusta un término que ocupa Luis (López Aliaga), que me dijo ‘uno escribe muchas veces para exorcizar algunos periodos de su vida’. Y me acuerdo de que al principio había cosas que las había escrito y me daban vergüenza, pero una noche me junté con una amiga y me dijo ‘léeme algo que te produzca algún tipo de dolor’. Le leí una parte y me puse a llorar, y después me dijo ‘mira, ahora lo voy a leer yo’, y lo leyó ella y fue, no sé si terapéutico, pero lo saqué de mí, entonces dije como ‘oh, puede funcionar’, y ahí me empecé a relajar con esas cosas”.

¿Habías superado el tema de las deudas cuando empezaste a escribir?
“Sí, ya había pasado. De hecho, el día que pagué mi deuda me acuerdo de que fui donde mis papás y ellos tenían una botella de espumante, y lo celebramos. Yo me puse a llorar, me pedí la tarde en el trabajo”.

Uno de los puntos que aparece constantemente en la narración es la escritura misma, descrita como una “salida” ante la angustia, por ejemplo. ¿Cuál dirías que es el rol de la escritura en esta novela?
“Bueno, igual en esos momentos escribía mi diario de vida. Recuerdo que el año pasado fui a una residencia de escritura con (Alejandro) Zambra, y en un momento él dijo que ‘la escritura es como terapia’, y sí, es súper terapéutico, pero yo siento que la terapia va de la mano con la catarsis. Hablar las cosas es mucho mejor, pero también necesito plasmar en el papel otras que de repente no las tengo totalmente elaboradas”.

El tema de la familia también es muy importante. Y ahora que me has contado la influencia de tu experiencia real en el libro, te quiero preguntar sobre eso. La familia que conocemos en Futrono es disfuncional y tiene un pasado de abusos. ¿Por qué decidiste integrarla de esa manera?
“De hecho, al papá le puse Miguel por el arcángel Miguel, que aparece sobre la serpiente y con una espada, como una figura inalcanzable. Y a la protagonista le puse Paulina porque ese nombre significa pequeña, en parte porque existe esa relación también con mi papá, esa cosa como de buscar su aprobación permanente. Él fue súper riguroso conmigo y mis hermanos cuando éramos chicos, el perfeccionismo llevado a un extremo. No sé, yo estaba en física contemporánea en la universidad, y mi papá había dictado ese curso varias veces, y yo siempre en vez de sacarme un 7, me sacaba un 6.4, y era como ‘¡pero cómo no te diste cuenta de esto!’, y mi mamá se cagaba de la risa cuando nos veía en eso, porque me veía con cara de afligida a y mi papá desesperado por algo nimio, ¿cachái? Así que me quise dar el gustito de decir algunas cosas quizá un poco más violentas”.

¿Cómo reaccionó tu familia? ¿Leyeron el libro?
“Mis hermanos, Jorge y la Ale, fueron los primeros en leerlo, y les encantó. Mi mamá lo leyó y me dijo ‘me gustó como está escrito, pero le pusiste mucha caca’. Yo eso lo considero un buen comentario, porque a mi mamá le gusta harto la caca. Por ejemplo, a mí me carga ir al médico, pero cuando estoy muy enferma y tengo que ir, mi mamá me dice ‘pero ponle harta caca, pa’ que te dé algo pa’ que te mejorí pronto’. Igual me gusta mucho lo morboso. De hecho, mi papá, que creo que no lo ha leído hasta ahora, me dijo el año pasado ‘por qué siempre escribes cosas morbosas’, y le dije ‘papá, pero qué quieres, que escriba de la niña pobre que se enamoró del hueón millonario que llegó al pueblo y fue feliz’. Onda, eso no me sale, ¿cachái?, me gusta mucho más el antihéroe, me convoca mucho más, entonces no podría ser de otra forma, y espero que esa siempre sea la voz de todos mis relatos”.

O sea, te conocían el estilo, no es que se podrían haber visto ahí y reclamar que los dejaste mal.
“Para mi mamá yo creo que no fue sorpresa”.

En la novela hay mucha presencia de pastillas, drogas, alcohol. Pero las pastillas en particular son clave, porque el personaje se va regulando con eso, y las tiene que conseguir de manera clandestina en un momento. ¿Por qué decidiste darle tanto espacio a ese tema? ¿También está basado en cómo lo viviste?
“Yo cuando terminé esta relación que tuve, que fue bien larga, fui al doctor porque no podía dormir. Y él me dio Rize, que es Clotiazepam. Me decía tómate uno en la mañana y uno en la noche, y en caso de SOS te tomas uno en el día. Entonces yo andaba en mi cartera con las pastillas de Rize de 10 milígramos, y si me sentía un poco mal, me tomaba una. Recuerdo que después pasó un mes, o un mes y medio, y fui de nuevo al doctor, como pa’ control, y me preguntó ‘Cecilia, ¿cuántas pastillas te estás tomando al día?’, y yo dije ‘no, como siete u ocho’, así como muy normal, ¿cachái? (ríe). El loco quedó así como ‘¡pero Cecilia, eso es adictivo!’. Y bueno, me quitaron el Clotiazepam. Después necesitaba algo pa’ calmarme, porque estaba muy angustiada, y fui al psiquiatra y me dio risperidona, que me dejaba totalmente atontada. Era bueno porque pensaba cinco veces las cosas antes de hacerlas, pero no podía hablar, ponte tú, no podía hilar bien las ideas. Era una cuestión muy incómoda”.

Las relaciones con los hombres también aparecen como muy complicadas en general.
“Siento que siempre hay una búsqueda de validación, o de buscar una relación sexoafectiva como para no sentirse sola, o por no poder estar sola consigo misma, porque si cae en ese momento entra altiro en esto de sobrepensar y sentirse más miserable”.

*Las siguientes preguntas contienen spoilers!*

Aun cuando la deuda va bajando con el correr de las páginas (los capítulos se titulan con el número de cuota que se está pagando), la narración sigue transmitiendo la sensación de que no están tan bien las cosas. Hay una mejora en lo contextual, pero sigue habiendo crisis, mucha pena, y Futrono, la habitación, se convierte en un refugio. ¿Por qué no quisiste llevar a Paulina a la superación?
“No quería que la novela terminara en la cuota 1, porque cómo va a ser un final feliz, no calzaba conmigo. Estaba esta permanente culpa, digamos, de sentirse avergonzada por haber caído en una situación que en el ambiente en que ella vivió, donde básicamente yo también vivo, que es como mis compañeros de universidad, mi familia… Ella se aísla de eso, porque yo misma me aislé. Me acuerdo de que cumplimos 20 años de salida del colegio y yo no quise ir a la fiesta porque me dio vergüenza, siendo que ya habían pasado tres años de la situación. Era como, qué iba a contar, y más encima me iba a encontrar con la Pepita Pérez, que tiene tres hijos, ¿cachái? No quería nada».

«Yo creo que esa amargura siempre acompañó a la protagonista y es parte de su forma de ser, como de amargura y de humor triste, de evadir las cosas riéndose. Y después, poco antes que el libro saliera, pensé que lo pude haber terminado en la cuota 1, pero con ella siendo un perro más de la casa. Al final lo dejé medio abierto, como ‘que no conduce a nada’, pero en parte esa también es la idea. En verdad, a veces concretamos proyectos, sí, como esta novela, o proyectos en la pega, pero por lo menos en mi caso uno siempre anda en búsqueda de otra cosa, nunca es como tín, terminó, está todo resuelto. No está todo resuelto, ¿cachái?, entonces sentí que era adecuado”.

La crítica de El País recalcó el punto de que la novela no va ‘a ningún lado’. Te quería preguntar cómo te tomaste eso, dado que, entiendo, por lo que has comentado, que ese es un poco el gesto del libro.
“Cuando la vi, leí el primer párrafo y dije ‘no puedo leer esta cuestión’. Al otro día la leí entera y pensé que hay una parte que el crítico no leyó bien, pero también que no podí gustarle a todo el mundo. El texto es súper fragmentario. Yo no lo calificaría como una obra literaria propiamente tal, es más bien como la corriente de la conciencia».

«Y también me quedé pensando, ‘a ningún lado’ (que es el título de la crítica), suena horrible, pero es así, no va a ningún lado nomás. Una persona que en ese momento ni siquiera tiene una propuesta de vida o un objetivo aparte de pagar la deuda, que es una porquería, que no tiene identidad, que de hecho se trata de validar en redes sociales, que es lo que a muchos nos pasa, querer mostrar una vida que no tení, ¿cachái? O no necesariamente uno la tiene, como la pareja feliz, ‘oye nos vamos a casar’, y en verdad al mismo tiempo te tiritan las piernas porque no sabí si es lo correcto o no, pero como todo el mundo se está casando, tú decí ‘ya, obvio, casémonos’, pero claro, está esa cosa que es bien contemporánea en la realidad, de las apariencias”.

Que es un poco lo que sale en la página final, ¿no? Esta reflexión de que lo que se tiene es una imagen, con una enumeración de elementos de lo que se espera de una persona de cierto nivel económico, en Chile al menos.
“Claro, eso apunta más que nada al exitismo, eso de querer mostrar que siempre estai bien. Esa cosa como de que la vida sigue, que todo ocurre como tiene que ocurrir, pero para el resto, ¿cachái? Están los niños, estai invirtiendo en tal terreno, muy conversación de compañeros de universidad, como ‘oh, me encantó verte’, y ahí volver a lo escondido, porque en el fondo es pura apariencia”.

“Yo tenía una compañera en la universidad que me decía ‘Ceci, en la vida hay dos caminos, el de Madonna o el de Britney’. Yo decía que obvio que tengo que seguir el de Madonna, porque Britney ya estaba de capa caída. Y yo decía pero cómo Madonna es Madonna, porque la han hecho bolsa, pero igual está ahí, al pie del cañón. Es como una marca, en el fondo, y al final uno igual sigue esos esquemas, no de ser una marca, pero sí de verse bien”.

La novela hace un poco lo contrario.
“Lo contrario, es el antihéroe total, y ese es el personaje que más me gusta retratar cuando escribo, decir eso”.

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