Hasta hace pocos días asociábamos la serie británica Black Mirror con la imaginativa y a veces brutalmente realista exploración de las posibilidades del avance tecnológico. Uno sabía, al comenzar a ver un capítulo, que había una alta probabilidad de adquirir un nuevo miedo en los minutos siguientes. Y aunque la temporada 6, estrenada el 15 de junio, no borra este escenario del mapa, sí abre muchas más posibilidades, entre las cuales destacan la reflexión sobre tecnologías que ya tenemos frente a nosotros, y la opción de echar un vistazo al pasado para convertirlo en algo que termina muy muy mal.
¡Apaga la cámara!
La temática que se roba las miradas de la nueva entrega de Black Mirror, ya que es abordada en tres episodios, es la de los medios de comunicación. En dos de los capítulos –los primeros según el orden que propone Netflix–, la industria del streaming es la gran protagonista, representada por el servicio ficticio Streamberry. Este tiene una estética muy similar a la del propio Netflix, lo que sugiere un ejercicio muy interesante: la serie proyecta y critica el mundo del que forma parte. El capítulo 1, “Joan es horrible”, se trata de Joan (Annie Murphy), una trabajadora que descubre por casualidad que su vida está siendo convertida en una serie, casi en tiempo real, por Streamberry. En esta serie, el papel de Joan lo interpreta Salma Hayek, quien además hace de sí misma. El episodio juega a ocultarnos la realidad con distintas capas de ficción, creadas a través de una avanzada tecnología de inteligencia artificial, y que se nutre de la cesión de derechos de imagen de estrellas como Hayek y de personas comunes y corrientes. La alerta de “Joan es horrible” apunta en dos direcciones: la aceptación de los famosos términos y condiciones de los streamings, redes sociales y otros servicios que todos firmamos y casi nadie lee –que, en este caso, autoriza a Streamberry a espiar y crear una serie sobre cualquiera de sus usuarios–, y el futuro de la IA en la creación de material audiovisual, que no necesita más que el rostro de cualquier persona para ponerla de manera súper-realista en cualquier situación.
Si el primer episodio tiene una importante carga de humor –con Michael Cera incluido–, en el segundo, “Loch Henry”, la inclinación hacia el drama es total. Es la cruda historia de Samuel (David McCardle) y Pia (Myha’la Herrold), una joven pareja que viaja al pequeño pueblo donde vive la madre de Samuel, en Escocia, para filmar un documental que, poco tiempo después de llegar, deciden centrar en un famoso asesino que vivió, torturó y mató en ese mismo lugar. Para que esto ocurra, Pia debe convencer a Samuel, ya que una de las víctimas del criminal es su padre. La disyuntiva no dura demasiado, y este es el punto que más destaca el capítulo: ¿cuánto estamos dispuestos a machacar las heridas propias y ajenas con el fin de conseguir aplausos y dinero? Según Black Mirror, a través del personaje de Sam, sí que estamos dispuestos. Como todo en esta serie, la investigación deriva en un oscuro y truculento giro que termina dándole al documental los codiciados aplausos, pero también destruyendo la vida del Sam, quien pierde a otros de sus seres queridos y queda como un exitoso y muy infeliz director. Casi al final del episodio, los espectadores podemos ver un poco del documental de Sam y Pia, bajo el alero de Streamberry, y su estilo replica el de muchos documentales o series documentales que encontramos en la biblioteca de Netflix. Un latigazo más de Charlie Brooker, el creador de la serie y guionista de este capítulo, a su casa productora y al mundo audiovisual.
El último episodio donde las cámaras son clave es “Mazey Day” (¡Alerta de spoiler!) Aquí vemos de cerca el mundo de la prensa del espectáculo, en el año 2006, desde la perspectiva de los paparazzis. Bo (Zazie Beetz) es una joven fotógrafa de famosos que, tras el suicidio de un actor por “su culpa” –se mató luego de que se publicara una comprometedora foto tomada por ella–, vive un momento de definiciones: o deja su carrera de paparazzi, con la que no se siente cómoda, o continúa en ella para salir de sus apuros económicos. Igual que Samuel en “Loch Henry”, la tentación es más fuerte y entonces acepta el desafío de encontrar y fotografiar a la estrella Mazey Day, quien, tras atropellar a alguien por accidente y sin que nadie la viera, desaparece del mapa. La caza de Bo y compañía –los paparazzis son representados como lo peor de lo peor– llega hasta el extremo, cuando obsesionados con la recompensa, entran a la clínica de rehabilitación donde está Mazey y le lanzan sus flashes sin piedad aun cuando la ven en un estado muy vulnerable. Lo que ocurre de aquí en más rompe todos los códigos de Black Mirror: no contentos con llevarnos al pasado, el capítulo también entra al mundo de la fantasía, ya que Mazey se revela como una mujer-lobo que termina asesinando a cuantos puede. En medio de ese caos, Bo obtiene finalmente la foto más buscada. Aunque “Mazey Day” es intrigante hasta su desenlace, la brusca aparición de esta criatura de leyenda puede descolocar, haciéndonos olvidar todo el realismo logrado hasta ese minuto. Una decisión arriesgada que parece haber convencido a muy pocos: el episodio tiene un 54% de aprobación en Rotten Tomatoes y es, por lejos, el peor evaluado de la temporada en IMDB (5.3). Con respecto a los medios de comunicación, el mensaje queda reforzado: la cámara –y la persona que la maneja– va a mostrar todo lo que pueda si esto tendrá una recompensa. ¿Y las consecuencias? Bah.
De réplicas y el fin del mundo
«Demon 79» es un episodio que presenta una situación que también desafía al ADN de la serie hasta aquí, ya que nos cuenta una situación de fantasía que nos impide mirarla como una posibilidad de futuro. Quizás por eso, entendiendo que el ejercicio es otro, es que Brooker y Bisha K. Ali situaron la acción en el año 1979. En el norte de Inglaterra, Nida trabaja en una tienda de ropa y, por su color de piel y cultural, recibe constantes ataques por parte de su compañera de labores. Pero no es solo ella: su jefe la regaña por el olor de su comida, y el político de moda, con un discurso ultraconservador, convence a quienes están a su alrededor de que la diversidad es un problema. En este contexto de maltrato, llega Gaap (Paapa Essiedu), un enviado del otro mundo que pone el destino del mundo en manos de ella: si no mata a tres personas en los próximos tres días, el mundo se va a acabar. La única condición es que esas personas no hayan matado a nadie antes. Aún cuando Nida rechaza la idea en un principio, Gaap la convence, con pruebas suficientes, de que la amenaza es en serio, por lo que ella finalmente acepta el desafío. Sin revelar el final, el episodio apunta a que, con la rabia acumulada por el constante menosprecio, no hay manera de que, en un contexto especial, una persona sienta compasión por quienes la vienen zamarreando día a día. ¿Por qué no va a querer pagar con la misma moneda? Evidentemente, aunque el capítulo se ubique en el pasado, su advertencia aplica ayer, hoy y mañana: si abusas del otro hoy, no te quejes después. Dado que este episodio se identifica como fantasioso desde un principio casi, no hay sorpresas que desencajan, sino que uno se deja llevar por la fábula que se cuenta. En términos creativos, sorprende la similitud con el guion de Knock at the Cabin (2022), de M. Night Shyamalan —¡muy buena peli!— donde también la amenaza del fin del mundo se puede curar solo con la muerte. ¿Será que vuelven a hacer sentido los tiempos de los sacrificios?
Por último está “Beyond the Sea”, el más largo de los cinco —prácticamente un largometraje— y el más fiel a la clásica marca Black Mirror. Aquí, dos astronautas, Cliff Stanfield (Aaron Paul) y David Ross (Josh Hartnett), comparten una duradera misión en el espacio en un año 1969 alternativo, donde la tecnología llegó mucho más lejos. ¿Cómo así? Pues ambos hombres no solo están en el espacio, sino que también, a través de ultrarrealistas réplicas creadas a su imagen, están en la tierra, con “sus” familias. El “cuerpo” de las réplicas es eso, una construcción del hombre, pero se ve igual a ellos y toma la conciencia de ellos —ellos, su ser, los habita— al acostarse en un lugar de la nave espacial. La trama, por supuesto, se encamina a una tragedia. Primero, porque un grupo anti-réplicas —con aprensiones entendibles, ya que estos son indistinguibles de los humanos en términos físicos— asesina a la familia de David y hace añicos a su versión terrestre. Y luego, porque esto deja a ambos astronautas con solo un “cuerpo” que ocupar en la Tierra: el de Cliff, quien preocupado por la salud mental de su compañero le permite, cada cierto tiempo, ocupar su réplica. El problema es que allí, en el mundo humano, está Lana Stanfield (Kate Mara), la insatisfecha esposa del Cliff terrestre, quien comienza a ser atraída, y luego seducida, por David. El incipiente triángulo provoca envidia, celos y codicia, tres emociones auténticamente humanas que llevan al extremo la relación de los hombres en el espacio, y que terminan —¿adivinan?— muy mal. El episodio es fascinante no solo por la intriga de qué es lo que va a ocurrir y la lenta pero constante escalada de la tensión, sino también por la performance de Paul: interpretando a su réplica, siempre con el mismo look pero con diferentes actitudes y expresiones faciales, nos hace ver a Cliff y a David, muy diferentes ambos, sin problemas. Ross y Mara, en tanto, no se quedan atrás, en un drama que, por muy ficcional que se vea, sí nos da margen para imaginarlo como una posibilidad en un futuro no tan cercano.
En conclusión, ¿es la sexta una buena temporada de Black Mirror? A nuestro juicio, antes de contestar es importante considerar las palabras del creador del show, Brooker, quien hace algunas semanas dijo a Games Radar: “Había un pequeño peligro… La gente la estaba identificando (la serie) como el show donde la tecnología es mala, y para mí eso es un poco frustrante, en parte porque siempre sentí que, bueno, el show no está diciendo que la tecnología es mala, está diciendo que las personas están jodidas. Entonces, sabes, ¡entiendan el mensaje!”. Como hemos analizado, esta temporada explícitamente apunta el dedo a los humanos —con o sin tecnología involucrada— como para que no queden dudas. En ese sentido, objetivo cumplido para Brooker. Los episodios, además, son intrigantes, tienen buenas actuaciones y son incuestionables en cuanto a creatividad. Aunque no de las mejores, sí es una buena temporada. El gran pero es que abrir el abanico temático en una serie con un sello tan reconocible tiene un costo: dañar la identidad. ¿Estarán los fanáticos de Black Mirror tan expectantes como hasta ahora cuando se anuncie —lo que es muy probable— una nueva entrega de la serie? Habrá que ver.
Crédito foto: Nick Wall—Netflix