Cuando la periodista brasileña–chilena Amanda Marton tenía cuatro años, su madre experimentó su primer brote de esquizofrenia y estuvo apartada de su vida durante cuatro años. Desde entonces, siempre supo que había algo diferente en su familia. «Algo imperfecto», como sugiere la escritora Alma Delio, citada por la periodista en la dedicatoria de su primer libro No quería parecerme a ti. En este, la joven autora intenta reunir las piezas de su propia historia personal y la de otros para comprender la enfermedad de su madre y las decisiones que llevaron a su padre y a su familia a guardar silencio sobre aquellos años. Intercalando su propio relato con testimonios de otras personas y una exhaustiva investigación sobre lo que se ha entendido por locura en el tiempo, Marton nos sumerge en un relato que se siente profundamente universal y que también habla de la resiliencia y de la complejidad de los vínculos familiares.
“Mirar al pasado con los ojos del presente puede llevarnos a un camino oscuro”, escribe Marton en uno de los pasajes del libro. “No quiero pensar en eso, pero necesito entenderlo”, escribe en otro. Al final, “solo el tiempo permite convertir el dolor en belleza”, apunta en su relato. En esta entrevista, la periodista comparte el proceso de escritura del libro, cómo fue que decidió embarcarse en este proyecto y los retos que supuso en términos periodísticos.
¿Fue muy difícil escribir el libro, Amanda? ¿Cómo decidiste embarcarte en este proyecto?
«Siempre supe que no quería que el libro se tratara solo de mi historia. Eso era muy importante, que las personas al leer supieran que es una realidad que puede ser aplicable a millones de otras familias. Para mí era muy riesgoso convertir esto solamente en un relato testimonial porque si bien los testimonios ayudan mucho a humanizar realidades, siento que a veces se vuelven algo casi como exclusivo y lo importante acá era plantear que la esquizofrenia afecta a millones de personas y a millones de familias y no solo a la mía. En ese sentido, para mí fue clave incorporar muchas entrevistas, muchos datos y dar cuenta del fenómeno desde una visión más holística».
¿Hubo algunas cosas de tu historia personal que decidiste dejar fuera? Pueden haber decisiones éticas que pueden servir a otros periodistas interesados en estos temas...
«Sí, hay varias cosas. Las entrevistas que realicé con otras personas eran muy largas y lo que está en el libro es un resumen de lo que me contaron, relatado en primera persona, respetando su manera de hablar, porque a veces pasaba que al plantear el tema de la esquizofrenia dejaban entrever sus propios prejuicios o sus propios tabúes. En estricto rigor, podría haberlo incorporado, pero me parecía que el aporte de esas personas venía desde otros lugares, de sus propios miedos. Y en términos personales también dejé cosas fuera. En un comienzo pensé en profundizar en cada uno de los brotes de mi madre y luego me di cuenta que más que el cómo era más importante lo que gatilló cada una de esas situaciones. También hubo mucho aprendizaje de cómo lidiar con la información personal y médica sin terminar revictimizando a mi madre o incorporando cosas que podrían ser morbosas o llegar a ser un incentivo al estereotipo, que era justamente lo que no quería. Eso fue un ida y vuelta muy común a lo largo de la escritura».
En el libro también mencionas que el silencio fue y ha sido un tema muy importante en la experiencia de vida de tu familia. ¿Alguna vez dudaste en escribir este libro?
«Sí, es complicado porque un elemento que está mencionado en el libro, pero que no se profundiza tanto es que mi mamá nació en dictadura, en el 64, y Brasil salió de la dictadura recién 24 años después. Mi papá era muy chico cuando fue la dictadura y creo que ese aspecto del contexto en el que crecieron es un elemento importante para considerar los silencios. Siento que lo que pasa con mis padres es que cuando se encuentran se produce esa historia de amor que es muy bonita, que se cuentan todo y que son inseparables y de repente nace otro tema tabú que es la esquizofrenia y el silencio vuelve. Creo que el silencio también tuvo su papel para que la familia lograra salir adelante. Si bien creo que nos dañó en muchos sentidos, a veces era necesario no hablar y simplemente actuar, como que la esquizofrenia no se tomara todas nuestras historias de vida. Pero el silencio también puede ser muy nocivo, porque genera muchas dudas. En mi caso personal, me pasaba que tenía que estar pendiente de mi mamá, tenía que contarle al doctor cómo estaba, me daba cuenta de que ella no podía hacer ciertas cosas, no porque no quisiera sino porque mi papá no dejaba básicamente. Los niños se dan cuenta, uno se da cuenta y creo que esa cosa impuesta de ‘tienes que cuidar a tu mamá’ o ‘no hay que hablar de eso’, ese silencio sí puede ser nocivo porque arraiga o enraíza todos los tabúes y prejuicios que hay sobre la esquizofrenia. Si no lo hablamos nosotros qué podemos esperar de la sociedad para avanzar y cambiar y transformar realidades. Entonces, el silencio es un tema bastante complejo».
En ese sentido, ¿qué te llevó a tomar la decisión de escribir el libro’?
«Yo siempre evadí hablar de la esquizofrenia. Siempre sentí que había que contar otras historias, de corrupción, de personas migrantes, de salud mental, de víctimas de violencia. No sé, como que mi vereda periodística es desde otro lugar, pero me fui dando cuenta en distintos espacios que participaba, literarios y periodísticos, que cuando se daba la apertura para contar nuestras historias personales todo el mundo decía ‘tienes que contar tu historia’, ‘haría bien contar tu historia’. Y finalmente cuando Javier Rodríguez me propone escribir este libro yo dije: ‘Ya, nunca había tenido la posibilidad de escribir un libro, al menos con mi nombre y apellido y que de repente les interese justamente por esa historia, estoy dispuesta a hacerlo’. Pero la condición fue que tuviera la aprobación de mis padres. Yo le dije a mi editor no voy a escribir si no logro tener a mis padres como fuentes y creo que ese fue el empujón necesario para decir ‘ya, el silencio tuvo su rol, también produjo daño, ahora vamos a romper con eso y empezar a hablar’».
¿Tus padres te dijeron que sí completamente o pusieron algunas condiciones?
«Fíjate que no. Fueron muy abiertos. Creo que algo que es muy bonito en mi círculo familiar es que hay un respeto muy grande por el trabajo en general. Mi papá es muy trabajólico. Mi mamá siempre quiso volver a trabajar en oficinas o como historiadora o dando clases. Cuando yo me volví profesional ellos siempre fueron muy respetuosos de mis elecciones y de los resultados de mi trabajo como tal. Les gusta saber en qué estoy y me respetan como profesional más allá de su amor y respeto como hija. Por eso cuando les comenté de este proyecto siento que, si bien para ellos era fuerte hablar del tema, su primera reacción fue ‘uf, pero ya’. Esa fue la respuesta de los dos, por separado. “Uf, esquizofrenia, pero OK, sí. Te puedo dar la entrevista cuando la necesites” y eso fue muy bonito. Sentir que estaban dispuestos a hablar conmigo y que esa periodista casi que de una manera media disociada estaba ayudando a la hija a solucionar tantas dudas de su vida (se ríe). Pero fue un trabajo paulatino con ellos. Yo les fui diciendo mes a mes, descubrí X cosa sobre la esquizofrenia, leí X libro, hice X entrevista, les fui contando de los avances, pero las entrevistas con ellos fueron en la etapa final de reporteo. Las dejé para el final».
Algo que me gustó mucho fue leerte como una persona tan apasionada por la vida. En una parte incluso le dices a tu mamá que tienes miedo a la muerte porque amas a los seres humanos, a las personas. ¿De dónde crees que surge ese deseo tan profundo por la vida aún habiendo experimentado situaciones tan difíciles?
«No sé, o sea, sí creo que viene mucho de mi mamá. Mi mamá es una persona que si bien quizás tiene una vida muy simple, no es como que se vaya de viajes y haga grandes aventuras, valora mucho la vida y valora mucho a los seres a su alrededor y creo que eso lo heredé de ella. Pero no sé, yo encuentro la vida fabulosa».
Me da mucha pena muchas cosas, porque me emociono mucho, pero creo que quizás por los libros, por haber aprendido a leer desde muy chica, hay algo de mirar todo alrededor con su nivel de complejidad, con que puede haber belleza en contradicciones. No me gustan los villanos ni los héroes. Me gusta la gente más compleja. A veces pasan cosas terribles y uno dice ‘pero qué historia fantástica para ser contada’. Siento que es un mix entre la manera de mi madre de ver las cosas y también lo que los libros nos proporcionan, las lecturas, las películas. Emocionarse.
Es una pregunta profunda…
«Sí, pero es algo muy lindo, porque lo tengo muy presente. Y claro, yo le comento a mi mamá que me da miedo la muerte y me cuesta dejar ir personas, situaciones, soy media obsesiva con ciertas cosas. Pero sí, la vida me parece que hay que aprender a vivirla y lidiar con ella con todas las dificultades que tiene de la mejor manera y ojalá contar también qué nos pasa. Cuando contamos qué nos pasa creo que es un ejercicio de solidaridad súper importante y de empatía y de abrazarnos y encontrarnos. De eso sí me he dado cuenta con el libro. Mucha gente me ha escrito para decirme que no sabía que alguien había vivido una experiencia similar a la suya o cosas como ‘leí tu libro y me emocioné mucho’, o a veces personas que quizás no tengan temas con salud mental pero decían que tampoco querían parecerse a sus mamás o papás, entonces siento que eso de poder contar qué nos pasa y abrazarnos y de sentirnos que somos parte de un grupo, que no somos raros, es algo que solo la vida nos entrega y es muy bonito».
A mí me gustó mucho eso. Hay una calidez en tu relato o como bien lo describes en un momento del libro es como pensar que la vida florece a partir del dolor. ¿Crees que el libro ha cambiado a tus padres también?
«No sé, me gustaría creer que sí. No me han hablado tanto de eso, porque como verás mis papás también son personas más cerradas con sus emociones o con verbalizar lo que sienten. Mi mamá sí me comentó lo que le había provocado y dice qué lindo trabajo estás haciendo, vi que salió una entrevista, qué bonito eso. Pero no mucho más. A mi papá le cuesta hablar más de las emociones. Cuando terminé la entrevista con él fue muy fuerte porque no se largó a llorar, pero se puso muy contemplativo. Se puso en la ventana a fumar y observar el paisaje y le pregunté qué te pasa, ahora te pregunto como hija, no como periodista, y él me decía ‘es que me estás haciendo preguntas que yo nunca había pensado, estoy comentando cosas que nunca había verbalizado’ y eso me sorprendió mucho. Siento que él está procesando todo. Es un ejercicio lento, pero que como familia está siendo muy bonito de ver».
¿Has recibido apoyo emocional a lo largo de tu vida? ¿Crees que es algo crucial para las personas que tienen a un ser querido con esquizofrenia u otra afección de salud mental?
«Sí, yo creo que todo cuidado en salud mental tiene que ser un cuidado comunitario. Tiene que ser en sociedad. No solamente por todos los datos científicos o estudios sociológicos sobre la importancia de lo comunitario, sino que porque solo con la ciencia no es suficiente y se nota. Por ejemplo, solo 1 de cada 3 personas reacciona bien a los remedios, pero si no son remedios ni terapias médicas, ¿qué hace que esas personas mejoren? Creo que la sociedad tiene un rol fundamental. No solo con la esquizofrenia, sino con cualquier tema de salud mental. En mi caso personal la verdad es que no (he recibido apoyo terapéutico), pero sí recuerdo llegar al colegio llorando y que a veces algunos profesores me llevaban a conversar y yo decía cualquier tontera. Les mentía. No profundizaba ni decía realmente lo que me estaba pasando y creo que a veces uno hace eso y se siente tremendamente solo. Necesitamos sentirnos acompañados. Necesitamos que las personas a nuestro alrededor sepan qué nos pasa para tratarnos mejor a veces, para no ser tan rígidos. A veces esa comprensión nos hace ser más compasivos».
Sobre el proceso de escritura
Pasando a la escritura del libro, ¿cómo fue la selección de las citas del libro? Había un montón de citas preciosas que tengo subrayadas, desde Annie Ernaux hasta el escritor Allen Ginsberg o el neurólogo Oliver Sacks. Imagino que tienes una libreta repleta de citas…
«Sí, siempre me han gustado las citas. No rayo libros, pero generalmente cuando hay alguna cita que me llama la atención, le saco fotos o la anoto en un cuaderno. Me gusta reflexionar en torno a algunas palabras, algunos pasajes y eso es algo que siempre he hecho, desde que era muy chiquitita. Tenía cuadernos llenos de citas, extractos de canciones, en fin. Me gustan las citas y también se las envío a veces a mis amigos. Tengo una amiga en particular con la que intercambiamos muchas, pero con respecto al libro, me pasó con algunos autores que si no los citaba directamente, si no ponía sus palabras, se perdía quizás la crudeza o lo horrible que era o lo fascinante que era. Eso me pasó, por ejemplo, con la cita de Darwin, cuando habla de que prácticamente las mujeres son una subcategoría de seres humanos. Sentía que si lo decía de otra forma se perdía la potencia de la cita. Otras citas están porque realmente me tocaron y me emocionaron mucho. Eso me pasó, por ejemplo, con Annie Ernaux, que me encanta como escritora y todo su aporte a la literatura autobiográfica. Siento que algunas de sus citas tienen el poder de estremecerte y quería que los lectores también tuvieran el honor de leerla y ojalá emocionarse y ojalá después comprar un libro de Annie Ernaux y leerlo también».
Tienes también una bibliografía súper rica y extensa de tu investigación. Si tuvieras que recomendar algunos libros para los interesados en profundizar en el tema, ¿cuáles serían?
«Ay, si tuviera que recomendar dos libros que me marcaron harto en el proceso, uno de ellos es La historia de la locura de Roy Porter, que es un libro cortito, muy didáctico, que no menciona tanto la esquizofrenia pero sí el tratamiento de lo que se ha considerado locura desde la Antigüedad hasta la actualidad. Tiene imágenes, citas, a ratos es muy irónico para decir ciertas cosas. Habla, por ejemplo, de cuando la homosexualidad o la epilepsia eran consideradas locura. Es muy enriquecedor para partir y buscar otros libros. Y el otro ya desde una vereda más literaria y periodística, que va mencionado en la dedicatoria, el de Alma Delia, que es una escritora mexicana, que se llama La cabeza de mi padre. En ese libro que es autobiográfico, ella cuenta cuándo salió a buscar a su padre que estaba desaparecido entre comillas. Ella tenía la sensación de que se iba a morir pronto y lo va a buscar».
Es un libro muy bonito, que me tocó mucho, sobre todo cuando habla de lo que serían las familias normales. Durante muchos momentos, ella plantea que siempre soñó con tener una familia normal. Su familia era pobre, su mamá era peleadora, su papá tenía problemas con el alcohol y las había abandonado, en fin, tenía muchos temas, y el libro me encantó por pensar eso, ¿es posible pensar en familias normales? Creo que eso está muy bien plasmado en ese libro.
Esta es tu primera exploración en el terreno de la no ficción, firmado con tu propio nombre como periodista. ¿Puedes contarnos qué escritoras o cronistas te inspiraron o tomaste como referentes para escribir este libro?
«Bueno, ese libro en particular de la Alma Delio me marcó harto. Me encanta Annie Ernaux. Me parece que su escritura es preciosa y ella no juzga. Me gusta mucho eso, como que un escritor no juzgue a los protagonistas de su historia y creo que Annie Ernaux tiene ese talento, de decir las cosas de una manera que puede sonar fría, pero que son tremendamente poderosas. Que hablan de una humanidad muy especial también. Me encantaría entrevistarla, por ejemplo. Levy también me gusta mucho como cuenta sus historias personales. Rosa Montero también me gusta en algunos aspectos, en otros no tanto, pero me parece que es un referente a la hora de quitarle peso quizás a las situaciones más difíciles. Me parece que tiene ese talento de contar cosas difíciles incluso con humor. Pero la que más me ha marcado, incluso porque tomé talleres con ella, es la Cristina Rivera Garza. Antes de escribir el libro estuve junto a otros periodistas en un laboratorio de No Ficción Creativa, de escritura, y la principal profesora fue ella. A veces uno toma talleres y no te pasa nada y otras uno escucha a alguien y te abre un mundo».
¿Qué fue lo que te inspiró tanto de ella?
«Además de encontrar sus libros increíbles, que tiene un tratamiento de sus historias personales muy, muy delicado, y bueno, por algo ganó ahora el Pulitzer con La invención del verano de Liliana… Me pasó con Cristina que en uno de sus talleres habló de la importancia de pensar en las capas geológicas. Era algo muy extraño en un principio, pero entre otras cosas decía que a veces los seres humanos nos centramos mucho sobre nuestro paso por la tierra. Pero nuestro paso por la tierra es muy acotado en comparación con todos los años en que ha estado la humanidad o que existe este planeta y este universo. Entonces, que deberíamos buscar siempre nuestra conexión con los orígenes, tanto con el origen material como geológico como con la búsqueda de documentos o el origen incluso etimológico de las palabras. A veces eso te da un material increíble y a veces no. Fue muy revelador buscar el origen de la palabra esquizofrenia, que tuviera ese significado, de rajar, separar, mentes, almas, cuerpo. Probablemente no hubiese hecho eso de no haber tenido esa iluminación con Cristina Rivera Garza».
Para ir terminando, quiero preguntarte por la última línea de tu libro. Cuando dices que solo porque tu madre pronunció por primera vez la palabra esquizofrenia tú estarás para siempre agradecida de haber escrito este libro. ¿Qué significa ese gesto para ti?
«Siento que sí, que la esquizofrenia era como el elefante blanco, gigante, en nuestra casa, que todos sabíamos que estaba presente pero nadie se atrevía a nombrarlo o comentarlo y creo que es terrible, cuando sentimos que hay secretos en nuestras familias, que además nos afectan directamente y nadie quiere hablar de eso. En ese sentido siempre voy a estar agradecida porque siento que nos quitamos un gran peso de encima. Siento que mi identidad como persona hoy está mucho más construida gracias a esas conversaciones, a entender de dónde vengo o qué le pasó a mis papás y tratar de entenderlos sin juzgarlos por sus decisiones. Creo que fue tremendamente sanador y también porque siento que es nuestro pequeño aporte social y a la comunidad, si nosotros nos atrevemos a hablar de esquizofrenia, quizás más gente se atreva a hacerlo y quizás de aquí a diez años, ojalá, este libro quede completamente obsoleto. Eso me encantaría que pasara, pero para que pase, nosotros teníamos que salir de nuestro closet, y creo que yo lo hice y mi mamá lo hizo y mi papá lo hizo, y ese es nuestro aporte finalmente».
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