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El periodista Daniel Olave comparte sus impresiones de la serie de Netflix de la que todos hablan. Dice que El Eternauta es ciencia ficción adulta y otra cosa. «Distinta a su fuente», asegura, pues «crece en la pantalla como Blade Runner a partir de P.K.Dick, porque se expande al aprovechar el audiovisual y sus recursos narrativos».

Desató un fenómeno sin precedentes en Argentina. Todo el mundo está hablando de la serie El Eternauta, dirigida por Bruno Stagnaro (Pizza, Birra, Faso; Okupas) producida por K&S Films y distribuida por Netflix, la primera súper producción latinoamericana de este estilo, a pesar de un presupuesto “modesto” de solo 15 millones de dólares (lo que costaba un capítulo de la última temporada de Game of Thrones).

Pasar por Buenos Aires es toparse con los afiches con el rostro de su protagonista, el omnipresente Ricardo Darín por todos lados, así como con imágenes del personaje principal, Juan Salvo, vistiendo su traje adaptado para sobrevivir a una nevada mortal que cae sobre la ciudad en poleras y murallas.

En un país y en tiempos polarizados, la serie se ha convertido en otro espacio de pugna política, donde algunos recuerdan la campaña del Néstornauta (Kirchen vestido como el personaje) o los tiempos en los que el cómic original fue prohibido en los colegios de la Capital Federal. Otros celebran que la serie sea “libertaria” y que los militares sean los héroes o que su éxito sería la prueba de que la producción audiovisual debe se privada y no seguir despilfarrando dinero público en solventar películas que no ve nadie a través del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), al cual el gobierno de Milei le cortó su presupuesto.

Aunque uno de los grandes argumentos que subyace tras el tema de El Eternauta y su creador, el escritor y guionista Héctor Germán Oesterheld, es que es uno de los más tristemente célebres detenidos desaparecidos de Argentina. Y no solo él, sus cuatro hijas (dos de las cuales estaban embarazadas) y dos de sus yernos. Su viuda, Elsa Sánchez, fue una de las fundadoras de las Abuelas de Mayo y falleció en 2015 sin poder encontrar a sus nietos.

Algunos proclamaron a los cuatro vientos que no verían la serie porque, obviamente, era una producción “woke” hecha por los “zurdos” de Netflix y “kuka” (como le dicen de forma peyorativa a los peronistas por los Kirchner) y por lo tanto, mala. Vaticinaron que nadie vería una serie argentina que quería copiar los proyectos apocalípticos gringos como The Walking Dead y The Last of Us.

Erraron medio a medio. La serie se convirtió en un éxito inmediato. Y fue global. A la semana de su estreno, la serie estaba en el segundo lugar de lo más visto de la plataforma de streaming en todo el mundo. En el primer lugar en 28 países, incluyendo a toda Latinoamérica excepto Costa Rica, pero también en India, por ejemplo. Y quedó cuarta en Estados Unidos, superando títulos como Black Mirror.

La obra original apareció en 1957 en las páginas de la mítica revista argentina de historietas Hora Cero. La descubrí en el primer año de universidad gracias a una tienda maravillosa llamada Arriba las manos, ubicada en calle Lira, que vendía todo tipo de cómics y me hizo conocer la revista Skorpio y la editorial Récord, que en 1981 había relanzado la obra cumbre de Oesterheld dibujada por Solano López en 11 fascículos que varios años después llegaron empastados. Leerla y fascinarse por esta obra cumbre de la historieta (e incluso de la literatura latinoamericana en general) fue algo inmediato.

Luego vendría conseguirla completa, así como el remake que el propio Oesterheld hizo para la revista Gente con Alberto Breccia en los dibujos (e interrumpida por varias razones), y su segunda parte, hecha por Oesterheld y Solano López y que terminó debido a su detención por la dictadura. Vendrían después otras secuelas y homenajes; así como la noticia intermitente de su posible adaptación a lo largo de las décadas: por el proyecto pasaron nombres, entre otros, como el de Adolfo Aristaraín, Álex de la Iglesia y Lucrecia Martel.

Siendo fan de El Eternauta, me parece que la adaptación hecha por Stagnaro es sobresaliente. No solo mantiene el espíritu del original y su esencia (el grupo aislado en medio de la invasión en un Buenos Aires cotidiano), sino que al traerla al presente actualiza algunos temas de manera tan acertada como enriquecedora. Ahora el contexto es otro, si antes, en la historia original, fue la Guerra Fría y el temor a la guerra nuclear, hoy los miedos son otros, pero la situación es la misma. La sensación de que en algún momento debido a circunstancias fuera de nuestro control, como son los conflictos políticos, las guerras, algún virus pandémico o la debacle ecológica, toda la civilización estará al borde de la aniquilación.

Y como ya no son páginas de papel y 70 años no pasan en vano, los personajes deben tener más matices. Juan y Favelli no son los héroes del cómic, son más ambiguos y por ende, lo heroico en ellos debe cocinarse más lento. Antes hay que superar los traumas propios, la desesperación, la individualización y el instintivo “sálvense quien pueda”. Me interpela algo que escribió Tamara Tenenbaum, “el héroe colectivo no es épico: emerge entre la desconfianza, la memoria compartida y los vínculos reales”.

El Eternauta es ciencia ficción adulta y ahora es otra cosa. Distinta a su fuente. Crece en la pantalla como Blade Runner a partir de P.K.Dick, porque se expande al aprovechar el audiovisual y sus recursos narrativos. Así como el sonido, la música, los FX y Darín, que al contrario a lo que muchos dicen ES Juan Salvo. Y desde ahora en adelante será El Eternauta. Uno diferente, uno de ahora. Porque la serie es contemporánea de una manera que enriquece el relato original que bebía de la SF dura de esos años y de su contexto. Pero su esencia, su espíritu, aunque acomodado a los tiempos, está intacto. “Lo viejo funciona”. Pero esta versión, también. Un lujo esta serie. Una gran producción para Latam, y un justo homenaje a su creador, que al igual que su personaje más famoso terminó convertido en una suerte de navegante del tiempo, un desolado peregrino perdido en la eternidad. ¡Salve, Oesterheld!

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