Cuando Molly Kochan fue diagnosticada con cáncer de mama en estado terminal, decidió abandonar a su marido y explorar su sexualidad como nunca antes. Todas esas historias fueron recogidas en el podcast “Dying for Sex”, que Molly grabó junto a su mejor amiga Nikki Boyer. Pero la historia que hoy es adaptada la televisión de la mano de FX y Disney, es mucho más que eso.
“Mi mejor amiga Molly y yo podemos hablar de cualquier cosa, en cualquier lugar. Ahora estamos en un pequeño estudio de grabación en West L.A. Molly parece completamente fuera de lugar. Tiene el pelo rubio corto, los ojos azules y la piel impecable”, dice Nikki Boyer en el primer episodio del podcast Dying for Sex. Era el 2018, un tiempo después de que Molly Kochan, su mejor amiga y personaje que inspira la serie del mismo nombre, fuera diagnosticada con cáncer de mama en etapa terminal. Ella había pasado por varios tratamientos previos, y luego de recibir la noticia, decidió dar un vuelco a su vida: en lugar de continuar con su matrimonio iba a explorar su sexualidad como nunca antes.
Sus historias fueron tantas y tan variadas que Nikki le dijo: “Tenemos que hacer un podcast sobre ello”. Y así lo hicieron. Dying for Sex se convirtió en uno de los podcast favoritos de Apple en 2020, y al poco tiempo, FX y Hulu decidieron convertir la historia en una serie de televisión, que se estrenó a comienzos de abril. Allí, Michelle Williams interpreta a Molly y Jenny Slate a Nikki, quien continuó con el proyecto luego de que su amiga falleciera en 2019. El resultado: una de las series más originales en lo que va del año, emotiva, chispeante y muy contemporánea en los temas que trata.
El orgasmo femenino, las fantasías sexuales más inusuales y la enfermedad son tratados de una forma tan honesta en la serie, que solo se entiende buscando en las huellas de la historia original. La Molly de la serie, a pesar de estar enferma, se encuentra más viva que nunca: conectada con su propósito y más consciente de su cuerpo que muchas mujeres que apenas se han atrevido a explorar su sexualidad. En el primer episodio, Nikki describe a su amiga tal cual. “Dicen que reír es la mejor medicina y todo eso, también hemos llorado mucho juntas”, confiesa en el podcast. “Pero cuando Molly supo que estaba terminal, tomó una decisión: si solo le quedaban unos pocos años de vida, iba a experimentar la vida de una forma completamente nueva, e iba a ser épica”.
La amistad femenina
Aunque algunos de los elementos de la historia fueron ficcionalizados para adaptarlos a la televisión, Nikki Boyer –quien trabajó en la adaptación junto a Elizabeth Meriwether (New Girl) y Kim Rosenstock– ha dicho que gran parte de ello está basado en hechos reales. Pero quizás lo más difícil de adelantar antes de ver la serie, es la importancia que tiene la amistad entre ellas como motivo de la historia. El amor hacia uno mismo –encarnado en Molly buscando su propia felicidad– encuentra su correlato en Nikki, su persona favorita en el mundo, quien asume por completo la tarea de acompañarla.
Ya en ese primer episodio del podcast, ambas creadoras lo destacaban: “Tenemos que hacer un podcast sobre tus historias y sobre nuestra amistad”, decía Nikki. “Sí, sobre nuestra amistad”, replicaba Molly. “Nuestra amistad le ha dado tanto sentido a todo esto, eres una de las personas que me hace querer seguir viviendo”.
Con Nikki como apoyo principal, la ligereza del comienzo va abriendo paso a la emotividad en la serie, a medida que la enfermedad va pesando más sobre el cuerpo de Molly. Es así porque la serie se atreve a mostrarnos ese viaje completo, desde las primeras hospitalizaciones, que asustan, pero no son definitivas, hasta cuando ella ya se encuentra en una etapa terminal y debe decidir si aceptar los cuidados paliativos del hospicio o no. El equipo de apoyo del centro médico también tiene un lugar importante.
Sus personajes son relevantes para la historia: el doctor Pankowitz, Sonya, de cuidados paliativos, las mujeres del grupo de apoyo, y la encargada de acompañar a Molly en la etapa final, quien aborda súper directamente lo que experimenta el cuerpo en las semanas finales de vida. “Al final, tu respiración será cada vez más entrecortada”, le dice ella a una Molly asustada, pero presente junto a su mamá y su mejor amiga quienes interpretan lo duro del momento, pero también su belleza. “No sabía que podía amar tanto”, le dice Nikki a su ex pareja en un momento de la serie, porque de eso se trata también presenciar uno de los momentos más trascendentales en la vida de una persona: experimentar emociones, enfrentar miedos, estar presentes. Y en hacerlo, nos acercamos a lo que significa ser un ser humano. Quizás por eso, ella se ve tan tranquila en la escena final.
Original y contemporánea
Lo que me gusta de Dying for Sex y de FX por llevarla al formato televisivo es que cuenta una historia súper contemporánea para nuestros tiempos: cada vez más mujeres menores de 40 años, están sufriendo de cáncer y las razones de ese aumento aún son desconocidas. Otro ejemplo reciente es la película The Room Next Door, de Almodóvar. En la serie, Molly no ha llegado ni siquiera a la menopausia y su doctor ya le propone adelantarla para poder atenuar sus síntomas, a modo de terapia hormonal. Es demasiado joven para estar viviendo eso y los temores propios del proceso conviven con sus ganas de vivir y seguir siendo algo más que una paciente.
La serie además explora fantasías y frustraciones sexuales que aun son temas tabú para muchas mujeres. Haber sufrido alguna forma de abuso, por otro lado, es más habitual de lo que pensamos. Casi todas las mujeres han sentido verguenza de su cuerpo y el placer femenino apenas se ha convertido en un tema para las mujeres en décadas recientes.
Pero quizás lo más lindo de todo es la relación que la propia Molly tiene con su cuerpo: “Para alguien que se estaba muriendo. Molly describió “sentirse viva y creativa”, dijo Boyer. Es que Dying for Sex se trata también de lo que significa sentirse bien con uno mismo y el tiempo que nos queda, algo que nos toca a todos como seres humanos.