Sobre el escenario el Max salta, baila, canta y grita que este amor no se le quita con nada,  ni con ron ni con vino ni cerveza. Así suena “No puedo olvidarla”, la primera canción que hizo conocida a Villa Cariño, y que anduvo circulando por internet con un video súper pinchado. Con Terapia Intensiva (2008), su primer disco, los capitalinos vienen a prender la ruta cumbiera del país. Y Max Vivar de 26 años, vocalista y líder va a la cabeza. Ni tan saltarín, ni tan inquieto: solo apasionado por la composición y con nuevas creaciones bajo el brazo. 

Este músico, de bigote, pelo negro con colita, chaqueta de cuero y jeans apretados, desde chico raya con la música. En primero básico no había quien le quitara la flauta de las manos. Su sonido dulce lo dejó prendado y canción que escuchaba, la tocaba. “Y me acuerdo que me preocupaba en colocarle buena interpretación”, dice el Max. Ya como a los doce fue la guitarra. Observando a un tío aprendió a tocar solito y recién a los diecinueve tomó clases con un profesor. Además, por esos años andaba loco por los Beatles. “Había que comprarle todo de los Beatles, revistas, libros, no sé poleras”, cuenta su mamá.

Con los compañeros guitarreros del curso formó su primera banda, sin nombre, y su repertorio era el unplugged de Los Tres, canciones de Los Jaivas o lo que fuera. “La cosa era tocar”, dice el Max y como nadie quería ser bajista, él se ofreció y con una guitarra eléctrica del cumpleaños número trece, tocaba las últimas cuatro cuerdas. Desde ahí que se entendió muy bien con el bajo

Sus primeras composiciones pasaron por todos los períodos de la adolescencia. Primero, las letras “teenager”, como dice Max: la angustia y soledad propia de los 14 años y luego la crítica social bien “agujona”. “Las primeras letras que escribí eran así como medias grunge, muerte, depresión, después cuando superé mi depresión, me puse político, ultra de izquierda”, dice el vocalista. Por segundo medio se había puesto a leer los clásicos revolucionarios de Latinoamérica, como “El diario del Che” o “La montaña es algo más que una inmensa estepa verde” y por eso, su música también se tiñó de política. Además se interesó por la música andina y folklórica del continente y se fue a Bolivia a comprar una zampoña y una quena. 

Estaba en esa onda cuando formó Illari, la banda antecesora a los Villa Cariño, que es un vocablo quechua que significa amanecer. Eran todos compañeros del colegio Latinoamericano de Integración y su sueño era ser un IntiLlimani moderno. “Éramos súper hippies igual, así como zampoña, charango, esa era nuestra volá, música andina”, cuenta el Max. Sus referentes eran Violeta Parra, Víctor Jara y otras guitarras suaves como Pedro Aznar. Tocaban en los actos del colegio, en las juntas vecinales, en las poblaciones y alcanzaron a crear alrededor de diez canciones.

Salió del colegio y con los Illari se convencieron de que había que estudiar música para ser exitosos. Entró a composición en la SCD- actual escuela de música de la ARCIS- Y aunque se retiró ligerito, allí se dio cuenta que era un compositor. El Max dice que no entró a estudiar por una cosa romántica con la música como otros compositores. “Para mí es un lenguaje, es bakán, es la raja, me hace vibrar, pero yo quería estudiar música para perfeccionarme para mi grupo siempre”, cuenta el músico. Y mientras estudiaba, el vocalista se puso más “agujón” con las letras de Illari. “Teníamos un tema, que era cuando se murió Pinochet y era nuestro tema contingente, así político”, recuerda.

Con el tiempo el Max se fue dando cuenta que esa forma y discurso musical ya no funcionaba. “El mundo cambió radicalmente, o sea, hoy día hasta el comunista más comunista igual tiene Facebook”, piensa el músico. “Yo creo que se puede rescatar lo latinoamericano y hacer denuncia, pero de otra forma, de una forma más moderna, más fresca, que tenga más que ver con el momento”, dice Max. Además, como jóvenes que pasaban por lo mismo -los dramas del pololeo, las penas de amor y las curaderas- decidieron mezclar sus vivencias personales con su modo de ver la sociedad. Y así en un ensayo de Illari, el Max apareció con la primera cumbia: “El mandamiento”, como un mensaje clarito para la mujer que anduvo revolviéndola con unos integrantes de la banda.

El vocalista no recuerda el día ni el modo en que creó la canción.  Solo cuenta que cumbia en el cerebro había por montones. De chico había escuchado harto sound, Toto la Momposina, Petrona Martínez y clásicos colombianos del folklor.  “Y obviamente que me sabía todos los temas de la Sonora Palacios”, dice Max. Por eso, la composición fluyó natural. 

Con los Illaris, ya habían decidido tocar un mix de cumbias tradicionales en sus presentaciones y habían visto la emoción que causaba en el público. “Nos daba risa al principio era como divertido tocarla, pero después lo entendimos como un lenguaje absolutamente latinoamericano y chileno”, señala Max.

Y se pusieron a ensayar su primera cumbia con guitarra acústica y a todos les gustó. Luego vino otra que es “No puedo olvidarla” y después otra y otra y otra hasta que frenaron con Illari y decidieron dedicarse por completo al nuevo proyecto de Villa Cariño. “Ahí nos dimos cuenta que funcionaba y que era más entretenido, sentimos que nos liberamos más como músicos y como que agarraba otra potencia el grupo”, cuenta el Max. El verano del 2008 creó todas las canciones del primer disco Terapia Intensiva y luego de nueve meses de ensayo lo grabaron con dinero de sus bolsillos en el estudio Triana. Al grupo ya se habían sumado tres integrantes más, quedando ocho en total. ¿Y por qué Villa Cariño? Porque es una canción de Los Wawancó, unos cumbieros latinos muy populares, que sonaba bien. Y bueno, porque en Sudamérica es una forma de llamar a los sitios eriazos donde se puede llevar a la polola, lo que calza un poquito con el grupo. 

Mientras Villa Cariño avanzaba, más ganas tenía Max de dedicarse solo a tocar y componer. Un día un profesor le preguntó qué esperaba conseguir con la música, y él le respondió que hacerse famoso tocando con su banda. “Entonces que estás haciendo acá, ándate a hacer canciones”, le sugirió el maestro. Y el vocalista se fue. No alcanzó a terminar, pero aprendió bien el arte de ordenar bien sus ideas.

Antes de sentarse a componer, el Max le da muchas vueltas. Canta, agarra su guitarra y prueba melodías que le gustan. Después piensa en historias sobre que escribir. “Y ahí digo ‘ah a esta letra le podría venir esta armonía que estaba practicando la otra vez’”, cuenta el músico. Una vez que tiene en su mente más o menos una idea, se sienta, prende el computador y empieza a estructurar la canción y en eso tarda muy poco. A veces hasta diez minutos. En la ducha, también es súper bueno para probar melodías. “Yo digo que si son canciones que van a pegar tienen que poder salir naturalmente, ser cantadas, que no se me olviden, entonces canto todo lo que tengo hasta que llega un día en que exploto, y termino esas ideas, las concreto en un papel”, revela Max. 

Las letras de Villa Cariño son historias y anécdotas que Max recoge de su vida y la de sus amigos. El Chiche- corista y guitarrista de la banda- dice medio en broma que todo el primer disco es la relación del Max con su ex polola. “De ahí salen todas las canciones de Villa Cariño, de su tortuoso amor, terminaba, volvía, se separaba, volvía de nuevo, todo pegado”, se ríen ambos en un local de Bilbao con un cervecita en la mano. “Yo le saco la foto a los cabros po, al Chiche, a los amigos que tengo, a mí” dice el vocalista sonriente. 

El disco se lo guardaron un rato y recién en agosto del año pasado lo lanzaron. Allí estalló la fiesta de los Villa Cariño, con presentaciones cada vez más masivas y un público fiel a sus tocatas. La creación del myspace en internet,  la difusión de su video “No puedo olvidarla”, ayudaron mucho a promocionar la banda, que hoy tiene en su agenda tocatas casi todos los fines de semana. Pero, no siempre fue todo tan dicharachero. Su primera presentación, en el matrimonio de una prima de un integrante fue súper mala según el Max. “Éramos inexpertos, no teníamos show, nada”, dice el vocalista. Luego vinieron unas cuantas tocatas más, pero ningún reventón hasta octubre del año pasado. Fue en el Opera Catedral y era la primera vez que estaba lleno. Esa noche, el público coreó por primera vez “Las consecuencias del amor”. “Y ahí dije ‘ah ya ahora hay gente que le gusta esta cuestión’”. Ahora había público de Villa Cariño y de ahí en adelante, su cumbia ha prendido más y más. 

Ver al público corear es una de las mejores experiencias para Max. “Es bakan porque siempre te bajai del escenario y te agradecen: “oye bakan el tema, o me identifico mucho con ese tema””, dice el vocalista contento y convencido de que los seguidores de Villa Cariño se toman las canciones súper a pecho. Ese es el efecto que quería lograr, dice, que las personas escuchen la cumbia y digan: “A si a ellos les pasó y a nosotros también, entonces esto es normal y nadie se va a morir de amor”. ¿Y su experiencia amorosa? “Tortuosa”, responde el Chiche. Siempre escoge mujeres locas como él. Su amigo piensa que para hacer canciones tan geniales, hay que estar un poco chiflado. Pero, ahora que está pololeando, las melodías del segundo disco están sonando más optimistas. 

La segunda placa está en proceso de composición y será media política y media romántica. “Somos los que somos”, esa es la idea. “Somos los Villa Cariño, unos cabros. No somos ni cuicos, ni somos picao a flaites. Somos músicos jóvenes que hacemos música y cantamos de amor, pero si nos canta la gana de cantar en contra del sistema también lo vamos a hacer”, asegura Max Vivar. La mayoría de las canciones están listas. Falta terminar y ponerse a ensayar durante mayo o junio. Y en octubre o noviembre, estarán recién salidas del horno, las nuevas cumbias de los Villa.